Hoy en día, en la vida
espiritual…, no se le da a las virtudes humanas, la importancia que estas
tenían, en otras épocas pasadas. Más importante es ahora el amor al Señor que
las virtudes, porque si de verdad se ama al Señor, las virtudes aparecerán en
la persona que aman, como una consecuencia de su amor al Señor. Es imposible
amar de verdad al Señor y no ser virtuoso, porque el que ama está continuamente
tratando de perfeccionar sus virtudes.
La virtud humana cualquiera que sea, admite grados de perfección, y más perfecta serán las virtudes en el que más ama, que en el que si ama… pero tibiamente y sobre los tibios ya sabemos lo que nos dice el Señor en el Apocalipsis: "15 Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16 Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”. (Ap 3,15-16).
La virtud humana cualquiera que sea, admite grados de perfección, y más perfecta serán las virtudes en el que más ama, que en el que si ama… pero tibiamente y sobre los tibios ya sabemos lo que nos dice el Señor en el Apocalipsis: "15 Conozco tu conducta: no eres ni frío ni caliente. ¡Ojalá fueras frío o caliente! 16 Ahora bien, puesto que eres tibio, y no frío ni caliente, voy a vomitarte de mi boca”. (Ap 3,15-16).
Y es que
en el desarrollo de la vida espiritual, no cabe, eso que tanto nos gusta; las
medias tintas, el pasteleo, jugar con dos barajas, poner una vela a Dios y otra
al diablo. Hay un principio básico es que en nuestras relaciones con el Señor,
si no avanzamos retrocedemos. No cabe parase a descansar o tener coqueteos con
el enemigo, porque bien claro nos dijo el Señor: “30 El que no
está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge, desparrama”. (Mt 12, 30). Son muchos los que piensan, que son unos buenos cristianos;
Van a misa los domingos, no roban, ni matan, son fieles en el matrimonio y
fuera de él, si es que no están casados.
Estos
cristianos son, llamémoslos prudentes, pero el error de ellos, está en que no
acaban de entregarse plenamente al Señor, quieren nadar y guardar la ropa al
mismo tiempo. Esta también en creer que hacen lo suficiente porque Dios, no les
pide más. Señoras y señores tibios, entérense de una vez. Dios a todos nos lo
pide todo y aún más de todo también aquello podamos darle, no podemos
reservarnos nada, porque Él, es el que nos lo ha dado todo y pacientemente está
esperando que le devolvamos con nuestro amor, un poco del mucho amor que Él nos
ha dado y continuamente nos está dando.
Dios
desde luego, es paciente con nosotros, los impacientes somos nosotros,
sobretodo en nuestro comportamiento en nuestra vida espiritual. Como
consecuencia de su inmensa paciencia, Dios nunca tiene prisa, Él vive en la
eternidad y siempre actúa lentamente, tanto en la espera de que nos
convirtamos, como para atender nuestras peticiones, si es que está dispuesto a
concedérnoslas, porque crea, que ellas serán provechosas para nuestra futura
felicidad.
Nosotros
al pedir podemos demandarle bienes materiales o bienes espirituales. Si nuestra
petición es sobre bienes espirituales, esta petición, siempre se nos concederá
de inmediato, porque lo bienes espirituales siempre nos acercan a Él, y no nos
dañan en nuestra futura glorificación, pero no es así con las peticiones de
bienes materiales, que la mayoría de las veces, no nos damos cuenta de lo que
pedimos, porque los bienes materiales que solicitamos muchos de ellos nos
pueden apartar del amor de Dios.
En
términos generales y con respecto al desarrollo de nuestra vida espiritual,
Jean Lafrance nos dice: “Libérate
de tus prisas: el desarrollo de tu vida no es en ti una propiedad natural o una
conquista orgullosa de la voluntad sino un don de la gracia” Y la gracia es Dios, quien te la dona.
Esencialmente el desarrollo fructuoso de la vida espiritual, está siempre unido
a la virtud de la paciencia. El tiempo pasa y ello nos crea impaciencia.
Tenemos que pensar que la vida de nuestra alma es
completamente distinta de la vida de nuestro cuerpo. Nuestro cuerpo como
materia que es sabe que sus días están contados y vive siempre angustiado por
las prisas, la realización de sus metas, están siempre condicionadas por el paso
del tiempo. Nuestra alma, para bien para mal, es inmortal
y el eterna tiempo para ella, tiene una distinta valoración Nuestro cuerpo y
nuestra alna siempre están en lucha interior, pero en la medida que el alma de
una persona va ganando batallas en esa lucha, que dura toda la vida del hombre,
poco a poco la persona se va espiritualizando y ve creciendo su amor al Señor,
por lo que consecuentemente la persona se hace más paciente.
La
existencia de la impaciencia es nefasta, en el desarrollo de nuestra vida
oracional. Las prisas unidas a la falta de control de nuestra imaginación son
los dos elementos que el demonio nos fomenta cuando oramos. La actuación más
nefasta de nuestra impaciencia oracional, se encuentra en la tercera de las
etapas, en la contemplación. Desde luego, que la contemplación es un don
divino, pero también es un don divino la predisposición a la oración, sea esta
vocal o meditativa.
Hay que
pensar y darse cuenta, de que todo en nuestra vida humana, es siempre un don
divino, pero los dones que recibimos de Dios, son de distintas clases y lo que
es más importante, de distinto valor o categoría. Es un don más especial el don
de la contemplación, es decir, el don de poder orar contemplativamente, más que
el don de poder orar vocalmente. Toda clase de bienes espirituales, es posible
llegar a adquirirlos, pero la paciencia juega a favor de la adquisición y la
impaciencia la dificulta.
Estamos
todos acostumbrados, al desarrollo de nuestra vida material humana donde toda
acción produce de inmediato una reacción. Si vamos por la calle y tropezamos
nos caemos y de inmediato reacciona la persona que nos acompaña o que nos ve
caer, ayudándonos a levantarnos. Si metemos unas monedas en una máquina
expendedora, esta reacciona de inmediato dándonos lo que hemos solicitado. Si
por ejemplo se nos ocurre, sin que venga a cuento darle en la calle, una
bofetada a un desconocido, salvo que este sea un santo varón, especie de
personas que no abundan mucho y está en extinción, lo más normal es que el que
ha recibido nuestra bofetada reaccione violentamente. Y es que en el mundo
humano domina lo material, y la materia que es nuestro cuerpo sabe que dada su
naturaleza tiene sus días contados, y trata de aprovecharlos al máximo. Por
ello la paciencia no es una virtud que tenga mucho éxito entre nosotros donde
domina más la impaciencia y el deseo de que no se pierda el tiempo que es la
esencia de la materia.
En
la vida de nuestra alma, todo es distinto porque ella es inmortal, al igual que
lo es todo aquello que pertenezca al orden del espíritu, como por ejemplo son
inmortales también los bienes espirituales que nosotros podemos crear orando y
amando al Señor. Nuestra alma, no sabe qué es eso del tiempo, carece del dogal
del tiempo en que está embridado nuestro cuerpo. Ella no tiene prisa, ella
domina el tiempo y por ello es paciente, tiende a la paciencia, al contrario de
nuestro cuerpo que tiende a la impaciencia. Cuanto mayor sea el nivel de vida
espiritual de una persona, en ella empezará a dominar más su alma sobre las
apetencias de su cuerpo y será más paciente
En
la vida espiritual de una persona, si ella quiere prosperar, ha de tener en
cuenta dos principios básicos, que son: la perseverancia y la paciencia y
curiosamente en cada uno de ellos el tiempo es la esencia de ambos.
Mi más
cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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