Una vez que empieza no puede
parar. Tiene toda la cara llena de cicatrices por la enfermedad que sufre:
dermatilomanía. Empezó a los 12 años y ahora, con 20, quiere hablar sobre este
trastorno mental.
Samantha Wake sufre de un raro
trastorno mental que hace que desde los 12 años se pellizque la piel sin
control.
La primera vez que su madre la
llevó al médico no la tomaron en serio.
"No fue hasta que,
básicamente, tuve una crisis delante del doctor que me diagnosticaron
dermatilomanía", cuenta al programa Newsbeat de la BBC. Y la remitieron a
un especialista.
Ahora, esta inglesa de 20 años
quiere que más gente sepa de su enfermedad.
"No es mucho lo que puedo
hacer, más allá de sensibilizar y así ayudar a otras personas en la misma
situación", comenta.
La dermatilomanía es un trastorno
de control de impulsos que se caracteriza por pellizcar, rascar o excoriar la
piel de forma repetitiva y sin control.
Algunos especialistas vinculan
esta enfermedad -también conocida como pellizco cutáneo patológico- con el
trastorno obsesivo compulsivo.
Existen dos tipos de tratamiento:
farmacológico y de comportamiento.
El primero, como su palabra lo
indica, es con medicamentos, mientras que el segundo es a través de terapias
cognitivo-conductuales.
Esta última es la que más le ha
ayudado a llevar la enfermedad, pues el tratamiento le ha enseñado a reconocer
qué situaciones activan el trastorno y qué puede hacer para controlar la
necesidad de pellizcarse.
"Pero no es una cura
milagrosa", agrega. "No me lo va a quitar (este trastorno) de
inmediato".
"En trance"
En el caso de Wake -como en la
mayoría de las personas que sufren este mal- la dermatilomanía le afecta en la
cara. Pero también puede dejarle cortes y costras por todo el cuerpo.
Wake cuenta que su enfermedad la
pone en un "estado como de trance" que impide que haga tareas diarias.
"Es como si mi mente no estuviera ligada a mi cuerpo".
Si detecta alguna imperfección en
la piel, no puede dejar de pellizcársela o rascársela hasta que se la quita. El
problema está en que con frecuencia termina con una herida mucho peor.
"Algunas veces te dan ganas
de rendirte porque sabes que siempre la vas a tener", señala.
Los peores momentos son aquellos
en que se ve al espejo; entonces se empieza a pellizcar y ya no hay nada más
que pueda hacer.
"Es horrible porque siento
que me tengo que maquillar todo el tiempo y la gente no lo entiende. Me siento
constantemente juzgada", agrega.
Samantha cuenta que cuando está
maquillada tampoco se siente ella misma, "no soy ninguna de ellas".
Prefiere no hacer planes sociales
porque esas situaciones le cohíben, se preocupa de su enfermedad y termina
decidiendo no salir.
Wake tendrá las cicatrices del
trastorno por el resto de su vida. Si no logra controlarlo, sólo irá a peor.
Pese a las dificultades, Wake
asegura haber asumido su trastorno y sólo quiere ayudar a los demás.
"Soy quien soy. Sólo quiero
que los demás sepan que no están solos".
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