jueves, 22 de mayo de 2014

IRSE AL SAGRARIO A REZAR


Comienzo aconsejando un libro que me ha gustado especialmente y que leí recién publicado: Presente y futuro del Concilio Vaticano II, del cardenal Marc Ouellet, en la BAC popular Madrid 2013, 250 pp. Es un libro-entrevista con intuiciones muy buenas y una explicación de claves teológicas del Concilio Vaticano II muy asequibles para todos, a la vez que hondas, claras, certeras. Puede aportar mucho a quien lo tome serenamente entre sus manos.

En dicho libro, el cardenal Ouellet habla de la Presencia del Señor en la Eucaristía como una expresión máxima de amor y humildad en donde Cristo se "reduce" para hacerse cercano. Sigue en la Eucaristía el Misterio de Kénosis, humillación, anonadamiento, que comenzó haciéndose pequeño en su Encarnación.

La cercanía de Cristo en el Sagrario de cada parroquia, de cada iglesia, permite al fiel cristiano arrodillarse y orar tranquilamente. Mucho depende del tiempo y calidad de nuestra adoración eucarística. Mucho en nuestra existencia dependerá del tiempo real que saquemos para estar con el Señor en el Sagrario (o en la exposición del Santísimo en la custodia) y dejarnos amar por Él mientras le vamos abriendo los entresijos de nuestra alma, nuestros miedos y desconfianzas, nuestras luchas y las debilidades que nos superan.

Es así: la adoración eucarística es vital para nuestro ser cristiano; el tiempo de Sagrario es una inversión en calidad de vida, en forma cristiana para nuestra alma.

Aquí, en este blog, sabemos la importancia que le hemos de dar siempre. Hoy, en tiempo pascual, y con las palabras del cardenal Ouellet, volvemos a recordar lo evidente: necesitamos el Sagrario, necesitamos tiempo de adoración eucarística, de estar ante el Santísimo.

Dice el cardenal Ouellet:

"...Le agradezco que aluda a esto para que podamos volver sobre el modo pasividad. ¿Por qué? Porque es el modo final de Cristo. Si tomamos su modo eucarístico, ¡qué modo tan pasivo! Se comprime, por así decirlo. Podríamos decir que el misterio de la pasión de Cristo se reduce al estado de una cosa, si bien la celebración eucarística es el acontecimiento escatológico de su muerte y resurrección que irrumpe en medio de nosotros, de nuestra asamblea, a través de signos, palabras y gestos. Pero es siempre ese mismo acontecimiento.

Su presencia viva permanece en los signos que subsisten: su presencia en el sagrario. Allí está presente en modo pasivo, podríamos decir. Nos atrae, nos espera, experimentamos su presencia consoladora, reconfortante y vivificante. Nos permite asociar nuestras pasividades a su amor, en la certeza de que Cristo nos ha salvado más por su pasión que por su acción. Su pasión es la clave de la salvación. Dio su consentimiento a ser entregado, lo cual dirige nuestra mirada nuevamente al Padre, que es la fuente de la salvación y el punto de llegada de la salvación. El Padre permanece como un misterio, el misterio del Amor frontal del que no podemos dar una explicación última. ¿Por qué? Porque el amor es la razón última y no podemos remontarnos más allá del Padre. Lo entendemos a partir de nuestra condición de criaturas en el Hijo: el Hijo es el Logos del Amor, pero el Amor precede al Logos. No hay ninguna razón superior al amor, que es la explicación definitiva: todo debe ser comprendido a partir del amor y no explicado con otras razones" (pp. 161-162).

Javier Sánchez Martínez

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