Palestinos, hebreos, inmigrantes
etíopes, filipinos, rusos.
La
floreciente y diversa comunidad cristiana en Israel recibirá este fin de semana
con esperanza e ilusión al papa Francisco en su primer peregrinación a Tierra
Santa, aunque tendrá muy difícil verlo en persona debido a su apretada agenda y las estrictas medidas de
seguridad.
Entre 160.000 y medio millón de cristianos, según distintas estadísticas, viven actualmente repartidos por todo el territorio israelí, cifra que excluye a los cerca de 50.000 que residen bajo gobierno palestino.
"No hay estadísticas oficiales (precisas) porque está compuesta por todo tipo de comunidades que por un lado no son siempre reconocidas oficialmente y por el otro, en muchos casos, sus miembros no dicen abiertamente que son cristianos", explicó a Efe la periodista francesa Catherine Dupeyron, autora del libro "Cristianos en Tierra Santa: ¿desaparición o mutación?" (2007).
Dupeyron asegura que las estadísticas oficiales sólo registran 161.000, el 80% de origen árabe y el resto, en su mayoría, emigrantes que llegaron a Israel junto a sus parejas o familiares judíos, sobre todo desde la extinta URSS.
Una cifra que creció de forma vertiginosa a partir de la pasada década de los noventa, cuando un meteórico desarrollo económico impulsó la llegada de trabajadores extranjeros y, más recientemente, la de refugiados eritreos y sudaneses, subraya.
Expertos elevan ahora el total a cerca de un cuarto de millón de personas que en su mayoría profesan el cristianismo, incluyendo a esos emigrantes, cuyo número exacto no se conoce y que en una buena parte son católicos como, por ejemplo, los filipinos.
Dupeyron también añade a todos estos cálculos una parte imposible de determinar de los 300.000 israelíes registrados oficialmente como "sin religión", muchos de ellos emigrantes rusos, a los que atribuye una "espiritualidad cristiana" porque "muchos acuden a la iglesia pese a vivir como judíos".
Esta tendencia demográfica llevó al papa Juan Pablo II a nombrar en 2003, en medio de la sangrienta Segunda Intifada, un obispo auxiliar para los llamados "católicos hebreos", hasta entonces supeditados a un vicario.
La designación sin precedentes de Jean-Baptiste Gurion -nacido judío y sensible por tanto a las necesidades religiosas, sociales y políticas de este pueblo- dio alas a lo que algunos denominaron entonces la naciente "Iglesia israelí".
Pero también a rivalidades políticas en el Patriarcado Latino de Jerusalén, encabezado entonces y por vez primera por un palestino, el padre Michel Sabah.
Discrepante con esa visión, el jesuita David Neuhaus asegura que "pareciera que antes no había católicos en Israel", cuando la realidad es que la llamada "Iglesia madre" existe desde tiempos de Jesús.
Incluso en el moderno Estado judío, fundado en 1948, ya había una pequeña pero activa comunidad católica hebreo-parlante desde el inicio de la década de los 50.
El proceso se vio truncado por la prematura muerte de Gurión y la del propio Juan Pablo en 2005, y esta comunidad católica hebreo parlante -distinta de la árabe de origen palestino-, volvió a quedar bajo la dirección de un vicario patriarcal, actualmente Neuhaus.
Nacido también en el seno de una familia judía y convertido a los 25 años, el religioso reitera que más allá de que "no hay iglesias nacionales", el papel de ésta en Tierra Santa debe ser el de "unir" y no el de "dividir" aún más a palestinos e israelíes.
"La Iglesia debe ser (un lugar de) unión de las dos poblaciones. (Los creyentes) no pueden ignorar a sus hermanos al otro lado, no pueden adoptar el lenguaje de la enemistad, sería un pecado, una traición a la palabra de Jesús", afirmó en una entrevista con Efe.
Aún así, es plenamente consciente del impacto que el conflicto político tiene en la Iglesia local -"me recuerdan todos los días mi origen judío", dice con una sonrisa y un ademán que resta importancia al comentario-.
Y es que albergando los principales lugares santos, la diócesis de Tierra Santa ha sido desde siempre una de las más "sensibles" de la Iglesia, religiosa y políticamente. La diócesis la forman los territorios de Israel, Jordania, Cisjordania, Gaza, y Chipre, una partición geopolítica contemporánea a la que la Santa Sede no adaptó su administración religiosa por motivos históricos y complejidad política.
Bajo el paraguas del Patriarcado, los cristianos árabe-israelíes (unos 128.000, en su mayoría de origen palestino) tienen un obispo auxiliar, como sus correligionarios de Jerusalén, Cisjordania y Gaza.
Al siempre conciliador Neuhauss le gustaría ver "florecer" su congregación dentro de un espíritu de "unidad y cooperación ejemplar con los católicos árabes", y dentro de una sociedad israelí más democrática y tolerante.
Al hilo de este argumento, cree que los crecientes ataques contra iglesias y monasterios de radicales ultranacionalistas judíos "son un peligro para la sociedad israelí, no para la Iglesia".
"La Iglesia continuará existiendo, la democracia israelí no", advierte a sus conciudadanos, instándoles a romper el silencio y protestar contra este comportamiento.
Entre 160.000 y medio millón de cristianos, según distintas estadísticas, viven actualmente repartidos por todo el territorio israelí, cifra que excluye a los cerca de 50.000 que residen bajo gobierno palestino.
"No hay estadísticas oficiales (precisas) porque está compuesta por todo tipo de comunidades que por un lado no son siempre reconocidas oficialmente y por el otro, en muchos casos, sus miembros no dicen abiertamente que son cristianos", explicó a Efe la periodista francesa Catherine Dupeyron, autora del libro "Cristianos en Tierra Santa: ¿desaparición o mutación?" (2007).
Dupeyron asegura que las estadísticas oficiales sólo registran 161.000, el 80% de origen árabe y el resto, en su mayoría, emigrantes que llegaron a Israel junto a sus parejas o familiares judíos, sobre todo desde la extinta URSS.
Una cifra que creció de forma vertiginosa a partir de la pasada década de los noventa, cuando un meteórico desarrollo económico impulsó la llegada de trabajadores extranjeros y, más recientemente, la de refugiados eritreos y sudaneses, subraya.
Expertos elevan ahora el total a cerca de un cuarto de millón de personas que en su mayoría profesan el cristianismo, incluyendo a esos emigrantes, cuyo número exacto no se conoce y que en una buena parte son católicos como, por ejemplo, los filipinos.
Dupeyron también añade a todos estos cálculos una parte imposible de determinar de los 300.000 israelíes registrados oficialmente como "sin religión", muchos de ellos emigrantes rusos, a los que atribuye una "espiritualidad cristiana" porque "muchos acuden a la iglesia pese a vivir como judíos".
Esta tendencia demográfica llevó al papa Juan Pablo II a nombrar en 2003, en medio de la sangrienta Segunda Intifada, un obispo auxiliar para los llamados "católicos hebreos", hasta entonces supeditados a un vicario.
La designación sin precedentes de Jean-Baptiste Gurion -nacido judío y sensible por tanto a las necesidades religiosas, sociales y políticas de este pueblo- dio alas a lo que algunos denominaron entonces la naciente "Iglesia israelí".
Pero también a rivalidades políticas en el Patriarcado Latino de Jerusalén, encabezado entonces y por vez primera por un palestino, el padre Michel Sabah.
Discrepante con esa visión, el jesuita David Neuhaus asegura que "pareciera que antes no había católicos en Israel", cuando la realidad es que la llamada "Iglesia madre" existe desde tiempos de Jesús.
Incluso en el moderno Estado judío, fundado en 1948, ya había una pequeña pero activa comunidad católica hebreo-parlante desde el inicio de la década de los 50.
El proceso se vio truncado por la prematura muerte de Gurión y la del propio Juan Pablo en 2005, y esta comunidad católica hebreo parlante -distinta de la árabe de origen palestino-, volvió a quedar bajo la dirección de un vicario patriarcal, actualmente Neuhaus.
Nacido también en el seno de una familia judía y convertido a los 25 años, el religioso reitera que más allá de que "no hay iglesias nacionales", el papel de ésta en Tierra Santa debe ser el de "unir" y no el de "dividir" aún más a palestinos e israelíes.
"La Iglesia debe ser (un lugar de) unión de las dos poblaciones. (Los creyentes) no pueden ignorar a sus hermanos al otro lado, no pueden adoptar el lenguaje de la enemistad, sería un pecado, una traición a la palabra de Jesús", afirmó en una entrevista con Efe.
Aún así, es plenamente consciente del impacto que el conflicto político tiene en la Iglesia local -"me recuerdan todos los días mi origen judío", dice con una sonrisa y un ademán que resta importancia al comentario-.
Y es que albergando los principales lugares santos, la diócesis de Tierra Santa ha sido desde siempre una de las más "sensibles" de la Iglesia, religiosa y políticamente. La diócesis la forman los territorios de Israel, Jordania, Cisjordania, Gaza, y Chipre, una partición geopolítica contemporánea a la que la Santa Sede no adaptó su administración religiosa por motivos históricos y complejidad política.
Bajo el paraguas del Patriarcado, los cristianos árabe-israelíes (unos 128.000, en su mayoría de origen palestino) tienen un obispo auxiliar, como sus correligionarios de Jerusalén, Cisjordania y Gaza.
Al siempre conciliador Neuhauss le gustaría ver "florecer" su congregación dentro de un espíritu de "unidad y cooperación ejemplar con los católicos árabes", y dentro de una sociedad israelí más democrática y tolerante.
Al hilo de este argumento, cree que los crecientes ataques contra iglesias y monasterios de radicales ultranacionalistas judíos "son un peligro para la sociedad israelí, no para la Iglesia".
"La Iglesia continuará existiendo, la democracia israelí no", advierte a sus conciudadanos, instándoles a romper el silencio y protestar contra este comportamiento.
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