Aquel hombre llegó desesperado.
- Estoy totalmente desorientado en mi vida. No paro
ni un momento. El trabajo me absorbe, recibo constantemente llamadas, mensajes,
twiters y wasaps en el móvil. Cuando llego a casa estoy tan disperso que no
escucho lo que me cuenta mi esposa sobre mis hijos. Y hasta mis sueños hacen
turbulentas mis noches. Creo que mi vida no tiene sentido.
Lo miró con simpatía el Anacoreta y le invitó a
sentarse. Dejó pasar unos instantes, durante los cuales sonó dos veces el
móvil, y dijo:
- Nuestra sociedad nos dispersa totalmente. De
manera que vivimos vidas fragmentadas, varias vidas inconexas, que hacen que al
final no sabemos ni quienes somos, ni qué buscamos, ni qué queremos...
Volvió a guardar silencio, lo que aprovechó aquel
hombre para cerrar el móvil. El anciano siguió:
- Los cristianos tenemos una forma de unificar
nuestra vida: vivir la presencia de Dios. Si nos habituamos a vivir su
presencia, todo lo vemos de forma diferente. El trabajo, las personas, la
familia, los sucesos...Todo lo vivimos unidos a Dios. Entonces nuestra vida es
una y cobra sentido. Vemos a Dios en todo. En las personas, conocidas o no,
familia o compañeros de trabajo. Nos sentimos inmersos en un proyecto común: el
de hacer de este mundo un mundo mejor. Hacer que en este mundo se haga visible
el Reino.
Enviat per Joan Josep Tamburini
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