La canonización es el acto mediante el cual el Papa incluye el nombre de un Siervo de Dios en el catálogo de los Santos y establece que en toda la Iglesia sea devotamente honrado.
En honor
de la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento de la
vida cristiana, con la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los Santos
Apóstoles Pedro y Pablo y la Nuestra, después de haber reflexionado largamente,
invocado muchas veces la ayuda divina y oído el parecer de numerosos hermanos
en el episcopado, declaramos y definimos Santo al Beato N., y lo inscribimos en
el Catálogo de los Santos, y establecemos que en toda la Iglesia sea
devotamente honrado entre los Santos. En el nombre del Padre y del Hijo y del
Espíritu Santo. Amén (Fórmula de canonización por la que el Romano Pontífice
proclama un nuevo Santo).
PARA LA GLORIA DE DIOS
La
canonización es el acto mediante el cual el Papa incluye el nombre de un Siervo
de Dios en el catálogo de los Santos y establece que en toda la Iglesia sea
devotamente honrado. El Romano Pontífice llega a esta decisión después de haber
escuchado un coro de voces: la voz del pueblo de Dios del conjunto de los
creyentes-, que atribuye fama de santidad o de martirio a ese candidato a los
altares; la voz de las pruebas recogidas en un procedimiento judicial, que
muestran su heroísmo en la práctica de las virtudes o su aceptación del
martirio por la fe; la voz de los Obispos; y la voz de Dios, que da su
asentimiento a la canonización mediante un milagro realizado por la intercesión
de su Siervo.
¿Cuál es
el fin de una canonización? La respuesta se encuentra en la misma fórmula que
emplea el Papa para proclamar a un Santo:
"En
honor de la Santísima Trinidad, para exaltación de la fe católica y crecimiento
de la vida cristiana". Estas pocas palabras expresan de manera
completa el sentido de una canonización. Toda la creación, y de manera eminente
el hombre, mira a dar gloria a Dios. Como dice San Ireneo, "gloria de Dios
es el hombre vivo"; pero se puede añadir que el hombre da gloria a Dios no
sólo porque vive, sino también y sobre todo, porque hace realidad en su
existencia el proyecto que el Señor ha trazado para él.
Por eso,
en la vida de la Iglesia desde sus comienzos, aparece como una constante el
reconocimiento público de la santidad de los mártires o de quienes han
practicado las virtudes de manera heroica y gozan de esa fama entre los fieles.
Al proclamarles Beatos, y más tarde Santos, la Iglesia eleva su acción de
gracias a Dios a la vez que honra a esos hijos suyos que han sabido
corresponder generosamente a la gracia divina y les propone como intercesores y
como ejemplo de la santidad a la que todos estamos llamados. Las
beatificaciones y canonizaciones tienen siempre como finalidad la gloria de
Dios y el bien de las almas.
UNA META: LA SANTIDAD
Dios
Padre, dice San Pablo a los Efesios, "nos ha elegido en Él (en Cristo)
antes de la creación del mundo, para que seamos santos y sin mancha en su
presencia, por el amor" (Ef 1, 4-5). Alcanzar esa plenitud es el fin
último y el principio unificador de toda la existencia humana. Lo expresa San
Agustín con palabras que se han hecho célebres: "Nos has hecho para ti,
Señor, y nuestro corazón está inquieto hasta hallar reposo en ti".
Que los
hombres están llamados a la santidad era algo evidente para los primeros cristianos.
Por eso, cuando San Pablo habla de los "santos" en sus cartas, se
está refiriendo a los "cristianos". Así lo recordaba San Josemaría:
""Saludad a todos los santos. Todos los santos os saludan. A todos
los santos que viven en Efeso. A todos los santos en Cristo Jesús, que están en
Filipos." -¿Verdad que es conmovedor ese apelativo -¡santos!- que
empleaban los primeros fieles cristianos para denominarse entre sí?"
(Camino, 469).
Al
canonizar a un fiel, la Iglesia reafirma que esta meta no es una quimera, un
ideal maravilloso pero inalcanzable, sino algo accesible a todos. Ser santo -o,
mejor, buscar la santidad- es tratar en todo momento de ajustarse al proyecto
que Dios ha querido para cada uno de nosotros y responder con generosidad a los
impulsos de la gracia, abandonándonos filialmente en las manos de Dios Padre.
Los
santos, con sus vidas, nos muestran cómo se puede hacer realidad en nuestras
circunstancias concretas la identificación personal con Jesucristo. "Hacen
falta testigos que sepan trasvasar la verdad perenne del Evangelio a su propia
existencia y, a la vez, hagan de ella un instrumento de salvación de sus
hermanos y hermanas" (Juan Pablo II).
El Señor
eligió y bendijo con innumerables dones a San Josemaría Escrivá precisamente
para que proclamara con su vida y su predicación esta verdad en el mundo
contemporáneo: que es posible alcanzar la unión con Cristo en el desempeño del
trabajo profesional y de las demás actividades ordinarias; que Dios llama a la
gente corriente -a las mujeres y a los hombres de la calle- a seguir de cerca a
Cristo, encarnando plenamente en sus vidas la fe cristiana. Con palabras del
Fundador del Opus Dei, el cristiano, por el bautismo y la gracia, "debe
ser alter Christus, ipse Christus" -otro Cristo, el mismo Cristo-, que
hace presente al Señor entre sus hermanos los hombres.
El 2 de
octubre de 1928, fiesta de los Santos Ángeles Custodios, Dios le hizo ver el
Opus Dei, con la misión precisa de "contribuir a que esos cristianos,
insertos en el tejido de la sociedad civil -con su familia, sus amistades, su
trabajo profesional, sus aspiraciones nobles-, comprendan que su vida, tal y
como es, puede ser ocasión de un encuentro con Cristo: es decir, que es un
camino de santidad y de apostolado. Cristo está presente en cualquier tarea
humana honesta: la vida de un cristiano corriente -que quizá a alguno parezca
vulgar y mezquina- puede y debe ser una vida santa y santificante"
(Conversaciones con Monseñor Escrivá de Balaguer, 60).
Dios no
ha dejado nunca de suscitar en su Iglesia ejemplos de santidad. Ante el
maravilloso panorama del Tercer Milenio, la tarea del cristiano corriente se
presenta llena de esperanza: de él depende la nueva evangelización de la
ciencia, de la economía y del comercio, de las leyes y de la familia. Un cometido
-llevar a Dios los afanes de todos los hombres- aparentemente fuera de nuestras
posibilidades, pero que es realizable porque Dios lo quiere y contamos con su
gracia; y para el que nos ofrece la ayuda y el ejemplo de los santos: personas
de todos los tiempos y condiciones que han sabido responder que sí a Dios.
"Piensa
en lo que dice el Espíritu Santo, y llénate de pasmo y de agradecimiento:
"elegit nos ante mundi constitutionem" -nos ha elegido, antes de
crear el mundo, "ut essemus sancti in conspectu eius!" -para que
seamos santos en su presencia.
-Ser
santo no es fácil, pero tampoco es difícil. Ser santo es ser buen cristiano:
parecerse a Cristo. -El que más se parece a Cristo, ése es más cristiano, más
de Cristo, más santo.
-Y ¿qué
medios tenemos? -Los mismos que los primeros fieles, que vieron a Jesús, o lo
entrevieron a través de los relatos de los Apóstoles o de los
Evangelistas" (Forja, 10).
Muchas de
las ideas de este artículo se han tomado de la conferencia "¿Por qué la Iglesia canoniza hoy?",
del Card. José Saraiva Martins, Prefecto de la Congregación para las Causas de
los Santos, pronunciada en Sevilla el 8-IV-2002.
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