martes, 8 de abril de 2014

EL DOMINGO DE RAMOS


Todo iba a quedar claro en aquellos días. Los discípulos lo ven, pero no lo ven todo, pues desconocen la profundidad del drama. Desconocen la fuerza del pecado y la violencia del diablo. Ellos no lo saben, pero Jesús sí lo sabe.

La semana anterior a la Pascua la vive Jesús en Betania. Habla con Lázaro. Habla con los discípulos. Pero, sobre todo, habla con el Padre. Van a ser unos días de oración intensa. La clarividencia es total en Jesús. Sabe lo que va a suceder. Ya lo ha anunciado varias veces con gran detalle. Además, para cualquier mente despierta era claro que se iba a producir una confrontación total con las cabezas del pueblo. Todo iba a quedar claro en aquellos días. Los discípulos lo ven, pero no lo ven todo, pues desconocen la profundidad del drama. Desconocen la fuerza del pecado y la violencia del diablo. Ellos no lo saben, pero Jesús sí lo sabe. En esos días reafirma su voluntad humana y divina de entrar en la lucha de ese modo tan sorprendente que será ir humilde a la muerte sin defenderse. Va a convertir la confrontación en un sacrificio. Va a demostrar que el amor es más fuerte que la muerte. Va amar a todos a pesar de todas las dificultades. Y eso es el contenido de su oración dolorida y amorosa, valiente y silenciosa.

El sábado fue un día de especial oración. Jesús, como el soldado antes de la batalla, vela su espíritu para lo que va a suceder. Su mente ve, su voluntad quiere, su corazón ama. Siente el rechazo y la resistencia, es tentado más intensamente de lo que fue en el desierto, pero sigue firme la respuesta generosa de amor al Padre y a los hombres.

El primer día de la semana se pone Jesús en marcha hacia Jerusalén. "Caminaba delante de ellos" (Lc). Debían ser entre cincuenta y cien personas, contando hombres y mujeres, los que formaban la peregrinación. El primer kilómetro de subida transcurrió en silencio por parte de Jesús y con una progresiva animación de todos. Animados, pero vigilantes. No quieren que se dé un ataque por parte de los enemigos de Jesús. Están dispuestos a defenderle. Jesús calla, pues sabe bien lo que valen esas valentías, y cómo se va a necesitar mucho más en aquella batalla tan distinta de las que suelen suceder entre los hombres.

Al llegar a la cumbre de la pequeña pendiente de Betania hacia Jerusalén ocurre un hecho significativo. Se paran y habla Jesús, "al llegar a Betfagé, junto al Monte de los Olivos, Jesús envió a dos de sus discípulos, diciéndoles: Id a esa aldea que veis enfrente y encontraréis en seguida un asna atada, con su pollino al lado; desatadlos y traédmelos. Si alguien os dijera algo, respondedle que el Señor los necesita, y al momento los soltará. Esto sucedió para que se cumpliera lo dicho por medio del Profeta: "Decid a la hija de Sión: He aquí que viene a tu Rey con mansedumbre, sentado sobre un asno, sobre un borrico, hijo de burra de carga"(Mt).

Muchas cosas está diciendo Jesús con ese gesto. Diez siglos antes entró en la ciudad construida por David su hijo Salomón montado en un borrico. Las gentes de la ciudad aclamaron al hijo de David con gritos de hossana. Por otra parte la profecía de Zacarías dice que el Rey de Israel va a entrar en la ciudad del monte Sión montado en un pollino como rey de paz. El hecho de que sea un pollino, y no su madre, muestra lo novedad de los tiempos. La borrica simboliza al antiguo Israel, el pueblo de la Antigua Alianza. El pollino aún no montado por nadie es la montura real y mansa del rey de la nueva alianza. El lenguaje de los símbolos es claro para gentes acostumbradas a leer en ellos. Jesús monta y se reanuda lentamente el camino, que ya es descenso hacia Jerusalén.

"Los discípulos marcharon e hicieron como Jesús les había ordenado. Trajeron el asna y el pollino, pusieron sobre ellos los mantos y le hicieron montar encima". La comitiva crece. Era costumbre entre las gentes reunidas para la Pascua recibir con gritos y cánticos a los nuevos grupos que llegaban. Los acompañantes de Jesús también lo hacen. La figura de Jesús destaca en el conjunto. Las gentes se preguntan quién es el recién llegado. Los que le conocen lo dicen. Era conocido de muchos sus milagros en todas partes y su anuncio del reino de Dios. La resurrección de Lázaro ya había corrido de boca en boca. Muchos venían de Galilea o de otros lugares más frecuentados por el Señor. En aquellos momentos residían en Jerusalén unas cincuenta mil personas, a las que se añadía en campamentos alrededor de la ciudad cuatro veces más de peregrinos. El monte de los olivos estaba muy lleno de gente. De pronto, comienza un entusiasmo que va creciendo y "una gran multitud extendió sus propios mantos por el camino; otros cortaban ramas de árboles y las echaban por el camino; las multitudes que iban delante y detrás de él, clamaban diciendo: ¡Hosanna al Hijo de David! ¡Bendito el que viene en nombre del Señor! ¡Hosanna en las alturas!"(Mt). Es posible que en la mente de muchos, también de los discípulos, estuviese la idea de que por fin se decidía a manifestar claramente su mesianidad y su realeza. Se entusiasman, ponen sus mantos a los pies del borriquillo, toman ramas agitándolas, y gritan contentos. Con el alboroto se corre más la voz. Y Jesús acepta la alabanza. En otras ocasiones había rechazado los entusiasmos del pueblo; ahora los quiere, es más: da pie a que se den. Está declarándose rey ante el pueblo en la misma Jerusalén.

La alabanza a Jesús como hijo de David se extiende al cielo en alabanza a Dios: "Hossanna en las alturas". Dios ha tenido misericordia del pueblo y les envía un liberador, un rey de paz y de justicia. ¡Alabado sea Dios!

Avanza el grupo entre aclamaciones y le siguen muchos, que se arraciman en torno a Jesús. El avance es lento. La ciudad está a la vista. Entre el monte de los olivos y Jerusalén está el torrente de Cedrón. La vista es magnífica. Enfrente la mole grandiosa del Templo; al norte la torre Antonia donde está la guarnición romana dominando la ciudad; al lado opuesto el palacio de Herodes defendido por tres torres casi inexpugnables; en torno la doble muralla, que protegía la ciudad, palacios deslumbrantes en el monte Sión y casas apiñadas con callejas estrechas. El Templo domina todo con sus murallas ciclópeas, (una auténtica maravilla) con sus puertas monumentales, torres y enormes explanadas, y cubierto de plata y mármol, como una montaña de nieve llena de luz aquella mañana de primavera. Un grito de admiración sale de los peregrinos cuando se comienza a ver el Templo.

Ante este espectáculo Jesús se detiene, fija su vista en la ciudad y en el Templo, y, ante la sorpresa de todos, llora diciendo: "¡Si conocieras también tú en este día lo que te lleva a la paz!; sin embargo, ahora está oculto a tus ojos. Porque vendrán días sobre ti en que no solo te rodearán tus enemigos con vallas, y te cercarán y te estrecharán por todas partes, sino que te aplastarán contra el suelo a ti y a tus hijos que están dentro de ti, y no dejarán en ti piedra sobre piedra, porque no has conocido el tiempo de la visita que se te ha hecho"(Lc). Pocos días antes, había llorado Jesús ante la tumba de su amigo Lázaro, porque lo amaba. Ahora llora porque ama a la ciudad Santa, ama a los hombres y a la patria donde ha nacido. Pero ve la realidad, ve la ruina que va a caer sobre ella. En el año 70, después de una rebelión promovida por los celotas, los romanos, guiados por Tito, la cercarán, y pondrán precisamente sus fortificaciones en el monte de los olivos. La batalla fue terrible y el Templo será destruido por completo. En el año 135 ante una nueva rebelión encabezada por Bar Kochba, el emperador Claudio mandó la total destrucción de la ciudad hasta los cimientos, y mandó construir en su lugar una ciudad romana que llamó Aelia Capitolina. Jesús sabe que estos hechos serán duros y terribles. Serán un castigo por la dureza de corazón que va a manifestar especialmente estos días, en que no ha sabido reconocer la paz que viene del cielo. Los que le rodean le aclaman, pero Él sabe bien el valor de lo que tiene delante de los ojos.

En aquellos momentos "Algunos fariseos de entre la multitud le dijeron: Maestro, reprende a tus discípulos. Él les respondió: Os digo que si éstos callan gritarán las piedras"(Lc). Aquellos hombres no pueden aguantar las aclamaciones a Jesús. Quizá, piensan, se produzca ya el movimiento de masas tan temido, y que Jesús pase de su apostolado con pequeños grupos a uno de masas, llegando a arrastrar a toda la población. Sabemos el odio de muchos de ellos a Jesús y la negación de su mesianidad y de su filiación divina. Más adelante dirán entre sí: "Veis que no adelantamos nada. Todo el mundo se va detrás de él"(Jn). Las aclamaciones siguen en el Templo a la indignación de los fariseos se unen los escribas y los saduceos. Es de notar que en el Templo los hosanna los decían sobre todo los niños, por eso se quejan al Señor: "¿No oyes lo que dicen éstos? Jesús les contestó: Sí. ¿No habéis leído nunca que de la boca de los pequeñitos y de los niños de pecho te has hecho alabar?"(Mt). Lo alaban como Rey descendiente de David, como había sido vaticinado. Aquellos hombres rechazan su testimonio.

Jesús entró en la ciudad por la puerta Dorada, cerca del Templo. Allí "se le acercaron unos ciegos y cojos y los curó"(Mt). Después de esto "enseñaba a diario en el Templo y los príncipes de los sacerdotes y los escribas, con los jefes del pueblo, querían matarlo. Pero no veían cómo lo realizarían, porque todo el pueblo estaba pendiente de sus labios" (Lc). No podían provocar una revuelta. Pero una vez más Jesús tampoco aprovecha su éxito para conseguir una meta política. Habría podido aprovechar las aclamaciones de la multitud y con gentes dispuestas a todo, que las tenía, hacer grupos de activistas, tomar el poder y hacer valer su ley, superando los abusos religiosos y económicos de los poderosos. Pero no lo hace así, sigue con la predicación, deja que se serenen los ánimos, y al caer la tarde, después de examinarlo todo, vuelve a Betania con los Doce y los demás. A los ojos de algunos parece que no explota el éxito de su aclamación como rey, y de hecho, no actúa como un aspirante a un reinado humano.

Aquella tarde sucedió algo que llenó de entusiasmo a Jesús y nos revela su mente en aquél día. Se trata de unos gentiles que quieren ver a Jesús. "Entre los que subieron a adorar a Dios en la fiesta había algunos griegos; éstos se acercaron a Felipe, el de Betsaida de Galilea, y le rogaban diciendo: Señor, queremos ver a Jesús. Fue Felipe y se lo dijo a Andrés, y Andrés y Felipe fueron y se lo dijeron a Jesús. Jesús les contestó: Ha llegado la hora de que sea glorificado el Hijo del Hombre"(Jn). Se alegra Jesús con los primeros frutos de fe en aquellos que vivían lejos del pueblo elegido. Pero lo central en su pensamiento y su corazón es la cercanía de su muerte y la gloria del Padre. Por eso dice: "En verdad, en verdad os digo que si el grano de trigo no muere al caer en tierra, queda infecundo; pero si muere, produce mucho fruto. El que ama su vida la perderá, y el que aborrece su vida en este mundo, la guardará para la vida eterna. Si alguien me sirve que me siga, y donde yo estoy allí estará también mi servidor; si alguien me sirve, el Padre le honrará". Grano de trigo que muere, fecundidad tras el morir, ser el siervo de Yahvé que lleva sobre sí los pecados y la muerte, fecundidad unida al sacrificio.

¿Y cual era el estado de ánimo de Jesús? Él mismo lo dice: "Ahora mi alma está turbada". Sentimiento de dolor, de angustia, de preocupación, de conciencia de lo que va suceder. Hay lucha en su interior. Pero se crece ante esta turbación de su alma; "y ¿qué diré?: ¿Padre, líbrame de esta hora?", No quiere que la liberación del dolor, quiere la liberación del pecado. Sabe que éste es el momento crucial de la entrega y el sentido de su vocación. Sabe que es el mediador único, el sacerdote de la nueva alianza, y añade: "sí; para eso vine a esta hora. ¡Padre, glorifica tu nombre!". Es un grito que sale del alma, es una oración externa de lo que bulle intensamente en su interior. Quiere la gloria del Padre por encima de todo. Y entonces el Padre responde, y "vino una voz del cielo: Lo he glorificado y de nuevo lo glorificaré"(Jn). La gloria con que había de glorificar al Hijo es su unión total; la gloria que vendrá será la nueva vida resucitada.

"La multitud que estaba presente, decía: Ha sido un trueno. Otros decían: Un ángel le ha hablado. Jesús respondió: Esta voz no ha venido por mí, sino por vosotros. Ahora es el juicio de este mundo, ahora el príncipe de este mundo va a ser arrojado fuera. Y yo, cuando sea levantado de la tierra, atraeré a todos hacia mí. Decía esto señalando de qué muerte iba a morir"(Jn). La cruz se anuncia cada vez más clara en sus palabras: el pecado y el diablo van a ser vencidos del único modo que ellos no pueden deformar: con la humildad y el amor. "La multitud le replicó: Nosotros hemos oído en la Ley que el Cristo permanece para siempre; entonces, ¿cómo dices tú: Es necesario que sea levantado el Hijo del Hombre? ¿Quién es este Hijo del Hombre?" Muerte y vida parecen inconciliables. El Cristo vive para siempre, pero quiere pasar por la muerte; éste va a ser el hecho central de aquellos momentos. Aceptar esto va ser el centro de la fe; el eje para acceder a la inteligencia de Dios mismo y de su enviado Jesucristo. "Jesús les dijo: Todavía por un poco de tiempo está la luz entre vosotros. Caminad mientras tenéis la luz, para que las tinieblas no os sorprendan; pues el que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz para que seáis hijos de la luz. Jesús les dijo estas cosas, se marchó y se ocultó de ellos"(Jn). Las tinieblas lo llenarán todo dentro de poco. No deben confiar sólo en sus propias luces, deben crecer en la fe, entrar en la sabiduría de Dios, en la sabiduría de la cruz. La falta de visión sobrenatural llevará a no entender nada y huir de aquel amor total.

Acaba el día y Jesús desanda el camino de Jerusalén a Betania. El silencio llena los corazones. Alegría por los hosannas, pero sorpresa por la vuelta silenciosa. Jesús calla. Durante aquella noche seguirá hablándoles del sentido de todo lo que está pasando, para que entiendan. Pero entender no era fácil. Va a ocurrir aquellos días el misterio más grande de la historia, el misterio de un amor de verdad.

Reproducido con permiso del Autor, Enrique Cases, Tres años con Jesús, Ediciones internacionales universitarias - pedidos a eunsa@cin.es

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