Manuel
Lozano Garrido
Diario “Jaén”, 8 abril 1971
Diario “Jaén”, 8 abril 1971
- ¿“Tu” cruz, “mi” cruz, “su”
cruz? La Cruz, a secas, sin ningún
posesivo.
- “Romano, ¿Quién es ese
que llevas con soguilla?”
- “¿Y quién puede saberlo?”
En la
tabla no pone apellidos del padre o la familia.
Un hombre gris tan solo, Juan
Nadie o del montón, de oficio carpintero.
-“¿Y tanta algarabía para un
artesano?
¡Si cualquiera dijese que se
extraña de un hombre con el palo de tarea…!”
-“Es por eso. Por eso es una
Cruz. Si tiene pedrería o mucho oro pudiera que llegase a relicario; pero así, respirada
al nacer como virutas, cepillada en sudor, doliéndonos el brillo del traje
dominguero, con hormigas, pedazos de resina y nombres tatuados.
De madera, la cuna; de serrín, el
aliento; de epitafio, cortezas con líquenes y orugas. Se declara una guerra y
nos marchamos al compás de canciones de heroísmo.
Nos atrapa una máquina las uñas y
mordemos los labios en un silencio hombruno.
La vanidad nos pone raíces de
laurel en calles con banderas.
Cualquier chiquilicuatro tiene un
botón de furia que le haga levantador de pesos.
Pesar, pesan las nubes de vida
cotidiana, el billete diario del tranvía, la hora de firmar, el anticipo, que
nos quiten los pluses, el coche del de enfrente, la farmacia, las letras o los
años.
Es la vulgaridad la que nos tunde
como lluvia de piedras.
Nosotros aguantamos porque resta
la vida, pero ¡Él, que va a morir, en
traje de faena,
y nos lleva a los hombros como soles caídos!
y nos lleva a los hombros como soles caídos!
Yo me monto a caballo con mi
orgullo y mi ira, y tú, y aquel, y el otro gravitando en común, como un cielo
nocturno meneado en su tronco.
Tú, vas de meteorito y yo voy de
planeta y todos mis amigos formando una galaxia.
¡Si pesarán los Andes, el
Moncayo, y hasta el propio Everest, Venus, Neptuno o Sirio!
Mas parecen vilanos junto a la
pesadumbre de la malicia humana.
Él se carga –nos carga- y un
chasquido telúrico de caracol pisado le cruje por el cuerpo.
Los tímpanos revientan del
quejido de cisne acuchillado que tiene la mañana.
¡Oh! Quítate de allá, mi dulce
serafín, que no te corresponde.
Yo si merezco ser la perra gorda y
el raíl del tranvía1, más no Tú, tan jazmín, tan nieve y sol,
tan eterno que, juntos, son chispas de afilar los años-luz.
Yo soy el que debiera estar en
ese sitio, aunque la cruz me aplaste, como a un escarabajo.
Me deben ya sus golpes los
herreros, sus piedras los pastores y un carretero el látigo.
Envidio a los lagartos o al K.O.
de un boxeador, que reptan por los suelos “¡No tenemos derecho!”, os digo,
hermanos.
Cuando una golondrina apenas roza
el campo, y en cambio, el mismo Dios, planta su nido en medio de la calle, cargamos
en alud con piedras y puñales.
Si me dais una lágrima, bajando
la cabeza, yo me pongo y le hago un corazón sencillo.
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[1] Un juego de los niños en Linares era colocar una moneda (“perra gorda”) en el raíl del tranvía para recogerla luego aplastada.
[1] Un juego de los niños en Linares era colocar una moneda (“perra gorda”) en el raíl del tranvía para recogerla luego aplastada.
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