viernes, 11 de abril de 2014

CARGA LA CRUZ


Manuel Lozano Garrido
Diario “Jaén”, 8 abril 1971

  • ¿“Tu” cruz, “mi” cruz, “su” cruz? La Cruz, a secas, sin ningún posesivo.
  • Romano, ¿Quién es ese que llevas con soguilla?”
  • “¿Y quién puede saberlo?”

En la tabla no pone apellidos del padre o la familia.

Un hombre gris tan solo, Juan Nadie o del montón, de oficio carpintero.

-“¿Y tanta algarabía para un artesano?

¡Si cualquiera dijese que se extraña de un hombre con el palo de tarea…!”

-“Es por eso. Por eso es una Cruz. Si tiene pedrería o mucho oro pudiera que llegase a relicario; pero así, respirada al nacer como virutas, cepillada en sudor, doliéndonos el brillo del traje dominguero, con hormigas, pedazos de resina y nombres tatuados.

De madera, la cuna; de serrín, el aliento; de epitafio, cortezas con líquenes y orugas. Se declara una guerra y nos marchamos al compás de canciones de heroísmo.

Nos atrapa una máquina las uñas y mordemos los labios en un silencio hombruno.

La vanidad nos pone raíces de laurel en calles con banderas.

Cualquier chiquilicuatro tiene un botón de furia que le haga levantador de pesos.

Pesar, pesan las nubes de vida cotidiana, el billete diario del tranvía, la hora de firmar, el anticipo, que nos quiten los pluses, el coche del de enfrente, la farmacia, las letras o los años.

Es la vulgaridad la que nos tunde como lluvia de piedras.

Nosotros aguantamos porque resta la vida, pero ¡Él, que va a morir, en traje de faena,
y nos lleva a los hombros como soles caídos!

Yo me monto a caballo con mi orgullo y mi ira, y tú, y aquel, y el otro gravitando en común, como un cielo nocturno meneado en su tronco.

Tú, vas de meteorito y yo voy de planeta y todos mis amigos formando una galaxia.

¡Si pesarán los Andes, el Moncayo, y hasta el propio Everest, Venus, Neptuno o Sirio!

Mas parecen vilanos junto a la pesadumbre de la malicia humana.

Él se carga –nos carga- y un chasquido telúrico de caracol pisado le cruje por el cuerpo.

Los tímpanos revientan del quejido de cisne acuchillado que tiene la mañana.

¡Oh! Quítate de allá, mi dulce serafín, que no te corresponde.

Yo si merezco ser la perra gorda y el raíl del tranvía1, más no Tú, tan jazmín, tan nieve y sol, tan eterno que, juntos, son chispas de afilar los años-luz.

Yo soy el que debiera estar en ese sitio, aunque la cruz me aplaste, como a un escarabajo.

Me deben ya sus golpes los herreros, sus piedras los pastores y un carretero el látigo.

Envidio a los lagartos o al K.O. de un boxeador, que reptan por los suelos “¡No tenemos derecho!”, os digo, hermanos.

Cuando una golondrina apenas roza el campo, y en cambio, el mismo Dios, planta su nido en medio de la calle, cargamos en alud con piedras y puñales.

Si me dais una lágrima, bajando la cabeza, yo me pongo y le hago un corazón sencillo.

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[1] Un juego de los niños en Linares era colocar una moneda (“perra gorda”) en el raíl del tranvía para recogerla luego aplastada.

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