martes, 25 de marzo de 2014

LA FIESTA DE LA ANUNCIACIÓN



Celebramos hoy la que los cristianos conocemos como Fiesta de la Anunciación, vale decir, de la concepción de Jesús en el vientre de María.

La concepción de Jesús en el vientre de María mediante la actuación del Espíritu Santo la conocemos por dos de los evangelistas, y sólo por ellos dos. El primero Mateo, que recoge una más que sucinta, escuetísima, referencia al hecho:

“El origen de Jesucristo fue de esta manera: Su madre, María, estaba desposada con José y, antes de empezar a estar juntos ellos, se encontró encinta por obra del Espíritu Santo” (Mt. 1, 18).

Y nada más.

Lucas, en cambio, sí se detiene en los pormenores del acontecimiento. Lo hace con estas palabras entre las más conocidas de los evangelios por cuantos profesan la religión cristiana:

“Al sexto mes envió Dios el ángel Gabriel a una ciudad de Galilea, llamada Nazaret, a una virgen desposada con un hombre llamado José, de la casa de David; el nombre de la virgen era María. Y, entrando, le dijo: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo.» Ella se conturbó por estas palabras y se preguntaba qué significaría aquel saludo. El ángel le dijo: «No temas, María, porque has hallado gracia delante de Dios; vas a concebir en el seno y vas a dar a luz un hijo a quien pondrás por nombre Jesús. Él será grande, se le llamará Hijo del Altísimo y el Señor Dios le dará el trono de David, su padre; reinará sobre la casa de Jacob por los siglos y su reino no tendrá fin.» María respondió al ángel: «¿Cómo será esto, puesto que no conozco varón?» El ángel le respondió: «El Espíritu Santo vendrá sobre ti y el poder del Altísimo te cubrirá con su sombra; por eso el que ha de nacer será santo y se le llamará Hijo de Dios. Mira, también Isabel, tu pariente, ha concebido un hijo en su vejez y este es ya el sexto mes de la que se decía que era estéril, porque no hay nada imposible para Dios.» Dijo María: «He aquí la esclava del Señor; hágase en mí según tu palabra.» Y el ángel, dejándola, se fue” (Lc. 1, 26-38).

Y es que al fin y al cabo, Lucas presume de tener entre sus fuentes a la propia María, lo que hace con la sutileza con la que acostumbran a decir las cosas los evangelistas. Así cuando asegura:

“María, por su parte, guardaba todas estas cosas y las meditaba en su corazón”. (Lc. 2, 19)

Y también:

“Su madre conservaba cuidadosamente todas las cosas en su corazón” (Lc. 2, 52).

La razón de que la festividad de la Anunciación, coincidente con la concepción de Jesús en el vientre de María, tenga lugar el 25 de marzo, no se le escapa a nadie. Si el nacimiento de Jesús se celebra el 25 de diciembre, nada más lógico que celebrar su concepción nueve meses antes, duración de un embarazo humano, que nada en las escrituras contradice la idea de que el de Jesús lo fuera, lo que nos transporta automáticamente al 25 de marzo.

La celebración del evento, sin embargo, no es tan temprana en la vida de la Iglesia como algunos pudieran pensar. En tiempos del Sínodo de Laodicea, celebrado en el año 372, la festividad no era conocida. San Proclo, obispo de Constantinopla (m. 446), parece indicar en una de sus homilías que la fiesta en la que Jesús tomó la naturaleza humana (“quo hominum género indutus”), se venía celebrando durante todo el siglo V, si bien la alusión puede referirse, como vemos, tanto a la anunciación... como a la navidad.

La lógica histórica apunta a que la festividad se empezaría a conmemorar en el entorno de la celebración del Concilio de Éfeso, concilio que analiza precisamente la cuestión de la concepción de Jesús y de la maternidad divina de María, hacia el año 431, por lo tanto.

Como quiera que sea, la primera mención explícita a la celebración se recoge en el “Sacramentario” de San Gelasio I, papa que reina entre los años 492 y 496, del cual poseemos un manuscrito del siglo VII. Aparece también recogida, a mayor abundamiento, en el “Sacramentario” del Papa San Gregorio Magno, que reina entre los años 590 y 604. El X Concilio de Toledo del año 656, y el Concilio in Trullo del año 692, mencionan la fiesta como universal en la Iglesia Católica. En los calendarios antiguos la fiesta recibe diversos nombres, “Festum Incarnationis”, “Initium Redemptionis Conceptio Christi”, “Annuntatio Christi”, “Annuntiatio Dominica”, etc.

Un decreto del 23 de abril de 1895 de la Sagrada Congregación de Ritos eleva el rango de la fiesta de un doble de segunda clase a un doble de primera clase.

Luis Antequera

No hay comentarios:

Publicar un comentario