Por su interés y por la actualidad de los hechos
que comenta, traduzco para Vds. el artículo que firma Antoine Arjakovsky, cristiano ortodoxo, Director de investigación
del College des Bernardins de
Paris, y fundador del Institute of
Ecumenical Studies de Lviv, en Ucrania, de lo más revelador de un
aspecto que en España y en occidente en general se desconoce -y eso si no ha
sido deliberadamente silenciado- sobre la revolución que tiene ahíta a Europa.
No se asusten porque sea un poco largo y disfrútenlo:
“Las
Iglesias están jugando un papel decisivo en la Revolución Ucraniana. Es lo que
cabe decir de la presencia en la Plaza de la Independencia de docenas de curas
y pastores de diferentes confesiones religiosas, que se han hecho presentes
durante tres meses ofreciendo reunirse ecuménicamente con los fieles en
oración. Desde el principio se erigió una capilla ecuménica. Una vez destruida
en el asalto del 18 de febrero, los manifestantes levantaron inmediatamente una
tienda que servía ante todo como capilla funeraria para las docenas de muertos
en los fuegos cruzados.
Hoy más que nunca, asumen el papel pastoral en la Plaza de la Independencia. Cuando el Padre Michael Dymyd, cura grecocatólico de Lviv, que ha estado presente desde el principio, confiaba “la gente se ha visto bruscamente sorprendida por los disturbios. Necesita abrir sus corazones, incluso confesarse. La fuerza de la resistencia acumulada durante estos tres meses y que ha empezado repentinamente a desenvolverse, a veces da lugar a sentimientos de odio. La gente siente que necesita ser liberada de esta energía negativa”
Pero las iglesias han jugado igualmente un papel cívico de primera importancia. Desde la primera protesta masiva del 1 de diciembre de 2013, han explicado a través e la mediación del Cardenal Lubomyr Husar que aunque es necesario distinguir entre el reino de Dios y l reino del César, estas dos entidades no puede permanecer simplemente separadas. La Iglesia cree que lo que confiere derechos y responsabilidades a cada persona es el hecho de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios. La Iglesia también cree que todo el poder en el Cielo y en la Tierra ha sido dado por el Padre a Jesucristo, según se establece en el Evangelio de Mateo (28, 18). Consecuentemente, la Iglesia debe relativizar el papel del Estado y orientarlo hacia la responsabilidad que tienen en común: realizar el Reino de Dios en la tierra.
El Cardenal Husar es el antiguo jefe de la Iglesia Greco-Católica en Ucrania, que alcanza unos cinco millones de fieles. Es uno de los primeros jerarcas en ofrecer reconciliación a la Iglesia ortodoxa ucraniana que se halla bajo la jurisdicción de Moscú. A pesar de que su iglesia fue completamente destruida en 1946 a través del seudo sínodo de Lviv por voluntad de Stalin y con la complicidad de la Iglesia rusa, su posición siempre ha sido la de que las iglesias deben reconocer mutuamente sus errores del pasado y reunirse en un sola iglesia de Kiev. De hecho, tal iglesia católica y ortodoxa existió en Ucrania hasta el s. XVII. Sólo con la división de Ucrania entre Polonia en el oeste y Rusia en el este en 1660 Ucrania perdió su identidad ecuménica.
La mezclada identidad ucraniana ha horrorizado al Imperio Ruso durante mucho tiempo, el cual prohibió la Iglesia Uniate (unida) en Bielorrusia en la era del Zar Nicolás I, y luego en la Unión Soviética. La diatriba del Presidente Vladimir Putin el 28 de febrero contra “los curas uniatas racistas y antisemitas” atestigua el hecho de que el servicio secreto ruso no ha olvidado que la Iglesia greco-católica fue la principal fuerza de oposición contra el régimen dentro de las fronteras de la URSS. Pocos días antes, el actual jefe de esta iglesia, Mons. Sviatoslav Shevchuk recibía una carta del ministro de Cultura ordenándole parar de animar a los manifestantes y amenazándole con la total prohibición de la Iglesia greco-católica en Ucrania. El obispo no se sintió intimidado y publicó la carta, explicando que contradice el derecho a protestar garantizado en la Constitución ucraniana.
LAS IGLESIAS ORTODOXAS EN UCRANIA
Las iglesias ortodoxas ucranianas se han visto desde siempre sometidas a gran presión. Desde 1991 la Igelsia Ortodoxa Ucraniana se ha visto dividida en dos grupos num´ñericamente iguales (totalizando 25 millones de fieles), a causa de la negativa del Patriarca de Moscú Alexis II a reconocer el status autocéfalo (la capacidad de elegir su propio primado) de la Iglesia Ucraniana. Pero desde el 22 de febrero muchas voces de ambas iglesias han manifestado su deseo de proceder a la reunificación. Amén de las Asambleas de Dios del pastor Sunday Adelaja, que ha tomado partido por el gobierno en el poder, la mayoría de las comunidades protestantes (unos 500.000 fieles) se han posicionado con la resistencia. De hecho, es un baptista, Olexandre Tourtchinov, quien ha sido elegido presidente de la Asamblea Nacional y presidente interino de la República.
Todo esto dicho, son sobre todo las iglesias las que están posibilitando a los ucranianos redescubrirse como miembros de una misma nación. Alexis Sigov ortodoxo ucraniano e 28 años, publicó el siguiente post en su Facebook el pasado 24 de febrero:
“Hasta ahora, yo me definiría como procedente de Kiev. Pero desde la revolución, pienso de otra manera. Ahora me cuesta imaginar las calles de Kiev sin gente de Ternopil preocupados por sus negocios, sin la gente de Odessa y sus patrullas nocturnas, o la gente de Lviv y sus buenos modales, sin los seguidores del Dnipropetrovsk fotografiados junto a los del Dynamo, y sin la gente de Kharkiv que me ayudó a sacar mi coche de la nieve”.
De hecho, esta revolución ucraniana recuerda de alguna manera la Revolución Francesa. Ha tenido su Toma de la Bastilla, con su prolongada ocupación del principal espacio del país. Ha tenido su momento de unidad nacional sobre los muertos en la Plaza de la Independencia. Durante tres meses se ha oído millares de veces a la gente cantar el himno, “Ucrania aún no ha muerto”, convertido en la Marsellesa ucraniana. Ha tenido también su Vuelo a Varennes con la desaparición de Victro Yanikovichen la noche del 21 al 22 de febrero. La cuestión es si el Patriarca Kirill rechazará, como Pío V en su día, el advenimiento de una iglesia nacional.
Las iglesias ortodoxas están de hecho, uniéndose gracias a la Revolución. Desde mediados de diciembre, los líderes de las iglesias católicas, ortodoxas y protestantes han firmado un texto reconociendo la legitimidad de la revueltas proeuropeas, pidiendo al gobierno tomar en consideración las demandas de los manifestantes y de acuerdo con ellos en el indispensable respeto a la integridad del territorio ucraniano. Este texto, firmado por el Metropolitano Antonio de Borispil y Brovary, a cargo de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (Patriarcado de Moscú), ha sido un desaire al Patriarca de Moscú, que por el contrario, apoya las políticas del Presidente Putin enfocadas a la integración de Ucrania en la Unión de Eurasia en enero de 2015.
El Patriarca Kirill respondió tajantemente firmando una declaración anti-independencia en su Santo Sínodo. El texto reprendía a los manifestantes por no considerar su teoría sobre la pertenencia de Ucrania “al mundo ruso”. De hecho el Patriarca ha defendido durante muchos años la teoría según la cual, Rusia recibió su bautismo en Kiev en el año 988, teoría que carece de fundamento histórico, dado que Rusia sólo existe como estado desde el s. XVII. Hasta ese momento, Ucrania se hallaba bajo la jurisdicción del patriarcado de Constantinopla.
En sentido contrario, el Sínodo de la Iglesia Ortodoxa del Patriarcado de Kiev deseando aprovechar el momento de unidad nacional, publicó la siguiente declaración el 22 de febrero.
“Deseamos abandonar nuestros recíprocos reproches que pertenecen al pasado. Es absolutamente necesario comenzar un diálogo que conduzca a la reunificación en una sola iglesia de Kiev. Estamos convencidos de que el Patriarcado Ecuménico (de Constantinopla) y la mayoría de las demás iglesias locales acogerán con alegría nuestra común determinación de superar la división religiosa en Ucrania y reconocer la autocefalia de nuestra única iglesia ortodoxa ucraniana. Debemos pasar de las palabras a los hechos en lo relativo a la necesidad de reunificarnos”.
El patriarca de Moscú, que prefiere un esquema de integración más que de reunificación, ha respondido que es necesario sobre todo, actuar de manera que “se respete la organización canónica de la Iglesia”. Prefería ver elegido el 24 de febrero por el Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana, un metropolitano interino, Mons. Onufri de Tchernivtsy, para la vacante que deja Mons. Vladimir, afectado por una enfermedad. Pocas horas más tarde, el Patriarca Filaret, (Iglesia Ortodoxa de Kiev) respondía reconociendo su elección, pero explicando al Patriarca Kirill de Moscú que su declaración no iba dirigida a él sino a la Iglesia Ucraniana Ortodoxa. “Más que explicarnos sobre los cánones, el Patriarca Kirill haría bien en arrepentirse ante el pubelo ucraniano de sus decisiones, decretos, bendiciones y ánimos como patriarca de la Iglesia a la que Viktor Yanukovih pertenece”.
EL PAPEL DE LAS IGLESIAS DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN.
Teniendo en cuenta la evolución de la contrarrevolución ucraniana, bien parece que las iglesias deberían tener un papel creciente en los próximo años, consistente en proponer una solución original a los crecientes miedos relativos a, por un lado, la corrupción e las élites, y de otro, la lucha de la Federación Rusa contra la propagación de las ideas democráticas dentro del dominio euroasiático.
La solución se llama iglesia de Kiev. Apoyada por un grupo de intelectuales de diferentes confesiones (Sigov, Marynovuytch, Gudzyak y otros) reunidos en la Sociedad Académica Cristian en Ucrania. Se trata de una original construcción eclesiástica característica del espacio ucraniano, según existió hasta el s. XVI. Es bien conocido como la formación de leyes internacionales varía en términos de construcciones eclesiásticas. Contra el modelo del “estado hipnotizado” que impide toda aserción de genuina soberanía, propone un modelo a la finlandesa, de estado soberano en doble coordinación con sus vecinos rusos y europeos. El modelo consiste en la afirmación de una iglesia local en doble comunión tanto con el mundo griego (del cual la figura clave hasta el s. XVII era el Patriarca de Constantinopla) y con el mundo latino (esto es, con el Papa de Roma principalmente). Incluso en 1640 el obispo ortodoxo y el obispo Uniata de Kiev contemplaron la posibilidad de continuar con tal modelo a pesar de la división confesional de Europa.
Tal reconciliación de iglesias –ortodoxa, católica y protestante- en Ucrania, tendría una doble ventaja. Aseguraría a la población ortodoxa que la incorporación de Ucrania a Europa no significaría pura y simplemente entrar en un mundo secularizado y agnóstico. Pero al mismo tiempo, confortaría a la población greco-católica ucraniana, que espera el reconocimiento de la primacía de la sede romana no interfiera en la vida de la iglesia local. Finalmente, garantizaría a los protestantes que la libertad de conciencia pasaría siempre por delante, antelo que Giorgio Agamben llama “los impulsos dictatoriales de los modernos estados”.
A corto plazo, la Federación Rusa ha elegido el escenario contrario, el de la confrontación en Crimea contra el gobierno democrático ucraniano. Pero el ejemplo de la Revolución Francesa es revelador. Los constituyente han tenido que manejar también la doble presión del hombre de la calle (los sans-culottes, revolucionarios residentes hostiles a la política) y los imperios vecinos (ora Prusia, ora Austria). La historia ha demostrado que la formación de los estados-nación es una realidad más fuerte que una coalición de imperios.
La cuestión de aquí en adelante es si Ucrania será capaz de superar dos siglos de confrontación con sus vecinos hasta que su identidad como nación-estado postmoderna sea finalmente reconocida. El apoyo de la Unión Europa y de los Estados Unidos a la generación de políticos que ha restablecido la Constitución de 2004 será decisiva”.
Hoy más que nunca, asumen el papel pastoral en la Plaza de la Independencia. Cuando el Padre Michael Dymyd, cura grecocatólico de Lviv, que ha estado presente desde el principio, confiaba “la gente se ha visto bruscamente sorprendida por los disturbios. Necesita abrir sus corazones, incluso confesarse. La fuerza de la resistencia acumulada durante estos tres meses y que ha empezado repentinamente a desenvolverse, a veces da lugar a sentimientos de odio. La gente siente que necesita ser liberada de esta energía negativa”
Pero las iglesias han jugado igualmente un papel cívico de primera importancia. Desde la primera protesta masiva del 1 de diciembre de 2013, han explicado a través e la mediación del Cardenal Lubomyr Husar que aunque es necesario distinguir entre el reino de Dios y l reino del César, estas dos entidades no puede permanecer simplemente separadas. La Iglesia cree que lo que confiere derechos y responsabilidades a cada persona es el hecho de haber sido creada a imagen y semejanza de Dios. La Iglesia también cree que todo el poder en el Cielo y en la Tierra ha sido dado por el Padre a Jesucristo, según se establece en el Evangelio de Mateo (28, 18). Consecuentemente, la Iglesia debe relativizar el papel del Estado y orientarlo hacia la responsabilidad que tienen en común: realizar el Reino de Dios en la tierra.
El Cardenal Husar es el antiguo jefe de la Iglesia Greco-Católica en Ucrania, que alcanza unos cinco millones de fieles. Es uno de los primeros jerarcas en ofrecer reconciliación a la Iglesia ortodoxa ucraniana que se halla bajo la jurisdicción de Moscú. A pesar de que su iglesia fue completamente destruida en 1946 a través del seudo sínodo de Lviv por voluntad de Stalin y con la complicidad de la Iglesia rusa, su posición siempre ha sido la de que las iglesias deben reconocer mutuamente sus errores del pasado y reunirse en un sola iglesia de Kiev. De hecho, tal iglesia católica y ortodoxa existió en Ucrania hasta el s. XVII. Sólo con la división de Ucrania entre Polonia en el oeste y Rusia en el este en 1660 Ucrania perdió su identidad ecuménica.
La mezclada identidad ucraniana ha horrorizado al Imperio Ruso durante mucho tiempo, el cual prohibió la Iglesia Uniate (unida) en Bielorrusia en la era del Zar Nicolás I, y luego en la Unión Soviética. La diatriba del Presidente Vladimir Putin el 28 de febrero contra “los curas uniatas racistas y antisemitas” atestigua el hecho de que el servicio secreto ruso no ha olvidado que la Iglesia greco-católica fue la principal fuerza de oposición contra el régimen dentro de las fronteras de la URSS. Pocos días antes, el actual jefe de esta iglesia, Mons. Sviatoslav Shevchuk recibía una carta del ministro de Cultura ordenándole parar de animar a los manifestantes y amenazándole con la total prohibición de la Iglesia greco-católica en Ucrania. El obispo no se sintió intimidado y publicó la carta, explicando que contradice el derecho a protestar garantizado en la Constitución ucraniana.
LAS IGLESIAS ORTODOXAS EN UCRANIA
Las iglesias ortodoxas ucranianas se han visto desde siempre sometidas a gran presión. Desde 1991 la Igelsia Ortodoxa Ucraniana se ha visto dividida en dos grupos num´ñericamente iguales (totalizando 25 millones de fieles), a causa de la negativa del Patriarca de Moscú Alexis II a reconocer el status autocéfalo (la capacidad de elegir su propio primado) de la Iglesia Ucraniana. Pero desde el 22 de febrero muchas voces de ambas iglesias han manifestado su deseo de proceder a la reunificación. Amén de las Asambleas de Dios del pastor Sunday Adelaja, que ha tomado partido por el gobierno en el poder, la mayoría de las comunidades protestantes (unos 500.000 fieles) se han posicionado con la resistencia. De hecho, es un baptista, Olexandre Tourtchinov, quien ha sido elegido presidente de la Asamblea Nacional y presidente interino de la República.
Todo esto dicho, son sobre todo las iglesias las que están posibilitando a los ucranianos redescubrirse como miembros de una misma nación. Alexis Sigov ortodoxo ucraniano e 28 años, publicó el siguiente post en su Facebook el pasado 24 de febrero:
“Hasta ahora, yo me definiría como procedente de Kiev. Pero desde la revolución, pienso de otra manera. Ahora me cuesta imaginar las calles de Kiev sin gente de Ternopil preocupados por sus negocios, sin la gente de Odessa y sus patrullas nocturnas, o la gente de Lviv y sus buenos modales, sin los seguidores del Dnipropetrovsk fotografiados junto a los del Dynamo, y sin la gente de Kharkiv que me ayudó a sacar mi coche de la nieve”.
De hecho, esta revolución ucraniana recuerda de alguna manera la Revolución Francesa. Ha tenido su Toma de la Bastilla, con su prolongada ocupación del principal espacio del país. Ha tenido su momento de unidad nacional sobre los muertos en la Plaza de la Independencia. Durante tres meses se ha oído millares de veces a la gente cantar el himno, “Ucrania aún no ha muerto”, convertido en la Marsellesa ucraniana. Ha tenido también su Vuelo a Varennes con la desaparición de Victro Yanikovichen la noche del 21 al 22 de febrero. La cuestión es si el Patriarca Kirill rechazará, como Pío V en su día, el advenimiento de una iglesia nacional.
Las iglesias ortodoxas están de hecho, uniéndose gracias a la Revolución. Desde mediados de diciembre, los líderes de las iglesias católicas, ortodoxas y protestantes han firmado un texto reconociendo la legitimidad de la revueltas proeuropeas, pidiendo al gobierno tomar en consideración las demandas de los manifestantes y de acuerdo con ellos en el indispensable respeto a la integridad del territorio ucraniano. Este texto, firmado por el Metropolitano Antonio de Borispil y Brovary, a cargo de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana (Patriarcado de Moscú), ha sido un desaire al Patriarca de Moscú, que por el contrario, apoya las políticas del Presidente Putin enfocadas a la integración de Ucrania en la Unión de Eurasia en enero de 2015.
El Patriarca Kirill respondió tajantemente firmando una declaración anti-independencia en su Santo Sínodo. El texto reprendía a los manifestantes por no considerar su teoría sobre la pertenencia de Ucrania “al mundo ruso”. De hecho el Patriarca ha defendido durante muchos años la teoría según la cual, Rusia recibió su bautismo en Kiev en el año 988, teoría que carece de fundamento histórico, dado que Rusia sólo existe como estado desde el s. XVII. Hasta ese momento, Ucrania se hallaba bajo la jurisdicción del patriarcado de Constantinopla.
En sentido contrario, el Sínodo de la Iglesia Ortodoxa del Patriarcado de Kiev deseando aprovechar el momento de unidad nacional, publicó la siguiente declaración el 22 de febrero.
“Deseamos abandonar nuestros recíprocos reproches que pertenecen al pasado. Es absolutamente necesario comenzar un diálogo que conduzca a la reunificación en una sola iglesia de Kiev. Estamos convencidos de que el Patriarcado Ecuménico (de Constantinopla) y la mayoría de las demás iglesias locales acogerán con alegría nuestra común determinación de superar la división religiosa en Ucrania y reconocer la autocefalia de nuestra única iglesia ortodoxa ucraniana. Debemos pasar de las palabras a los hechos en lo relativo a la necesidad de reunificarnos”.
El patriarca de Moscú, que prefiere un esquema de integración más que de reunificación, ha respondido que es necesario sobre todo, actuar de manera que “se respete la organización canónica de la Iglesia”. Prefería ver elegido el 24 de febrero por el Sínodo de la Iglesia Ortodoxa Ucraniana, un metropolitano interino, Mons. Onufri de Tchernivtsy, para la vacante que deja Mons. Vladimir, afectado por una enfermedad. Pocas horas más tarde, el Patriarca Filaret, (Iglesia Ortodoxa de Kiev) respondía reconociendo su elección, pero explicando al Patriarca Kirill de Moscú que su declaración no iba dirigida a él sino a la Iglesia Ucraniana Ortodoxa. “Más que explicarnos sobre los cánones, el Patriarca Kirill haría bien en arrepentirse ante el pubelo ucraniano de sus decisiones, decretos, bendiciones y ánimos como patriarca de la Iglesia a la que Viktor Yanukovih pertenece”.
EL PAPEL DE LAS IGLESIAS DESPUÉS DE LA REVOLUCIÓN.
Teniendo en cuenta la evolución de la contrarrevolución ucraniana, bien parece que las iglesias deberían tener un papel creciente en los próximo años, consistente en proponer una solución original a los crecientes miedos relativos a, por un lado, la corrupción e las élites, y de otro, la lucha de la Federación Rusa contra la propagación de las ideas democráticas dentro del dominio euroasiático.
La solución se llama iglesia de Kiev. Apoyada por un grupo de intelectuales de diferentes confesiones (Sigov, Marynovuytch, Gudzyak y otros) reunidos en la Sociedad Académica Cristian en Ucrania. Se trata de una original construcción eclesiástica característica del espacio ucraniano, según existió hasta el s. XVI. Es bien conocido como la formación de leyes internacionales varía en términos de construcciones eclesiásticas. Contra el modelo del “estado hipnotizado” que impide toda aserción de genuina soberanía, propone un modelo a la finlandesa, de estado soberano en doble coordinación con sus vecinos rusos y europeos. El modelo consiste en la afirmación de una iglesia local en doble comunión tanto con el mundo griego (del cual la figura clave hasta el s. XVII era el Patriarca de Constantinopla) y con el mundo latino (esto es, con el Papa de Roma principalmente). Incluso en 1640 el obispo ortodoxo y el obispo Uniata de Kiev contemplaron la posibilidad de continuar con tal modelo a pesar de la división confesional de Europa.
Tal reconciliación de iglesias –ortodoxa, católica y protestante- en Ucrania, tendría una doble ventaja. Aseguraría a la población ortodoxa que la incorporación de Ucrania a Europa no significaría pura y simplemente entrar en un mundo secularizado y agnóstico. Pero al mismo tiempo, confortaría a la población greco-católica ucraniana, que espera el reconocimiento de la primacía de la sede romana no interfiera en la vida de la iglesia local. Finalmente, garantizaría a los protestantes que la libertad de conciencia pasaría siempre por delante, antelo que Giorgio Agamben llama “los impulsos dictatoriales de los modernos estados”.
A corto plazo, la Federación Rusa ha elegido el escenario contrario, el de la confrontación en Crimea contra el gobierno democrático ucraniano. Pero el ejemplo de la Revolución Francesa es revelador. Los constituyente han tenido que manejar también la doble presión del hombre de la calle (los sans-culottes, revolucionarios residentes hostiles a la política) y los imperios vecinos (ora Prusia, ora Austria). La historia ha demostrado que la formación de los estados-nación es una realidad más fuerte que una coalición de imperios.
La cuestión de aquí en adelante es si Ucrania será capaz de superar dos siglos de confrontación con sus vecinos hasta que su identidad como nación-estado postmoderna sea finalmente reconocida. El apoyo de la Unión Europa y de los Estados Unidos a la generación de políticos que ha restablecido la Constitución de 2004 será decisiva”.
Luis
Antequera
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