Tanto en
el orden material…, como en el orden espiritual, todos los seres humanos, nos
formamos mentalmente unas imágenes e ideas acerca de las realidades materiales
o espirituales que nos rodean, que difícilmente coinciden unas con otras, por
existen una serie de factores que no nos permiten coincidir en nuestras
apreciaciones. Dicho esto en términos vulgares hay un refrán castellano que nos
dice: Cada cual cuenta la feria, tal como
le ha ido en ella.
Entre la
gran mayoría de personas, que conocen grandes ciudades, como pueden ser
Londres, Paris o Roma, cada una tiene una distinta visión de esta ciudades,
unas personas opinan, por ejemplo de Paris, que sí que es una gran ciudad, pero
muy sucia, el metro está muy anticuado, los franceses no le caen bien, que hay
mucha inseguridad y todo está muy caro, por otro lado es mucho mejor El Corte
ingles de Madrid, que Galerías Lafayette, en Paris todo responde a glorias
pasadas. Por el contrario hay personas que se deshacen en elogios sobre Paris y
lamentan el no poder vivir en una ciudad así. Lo dicho, cada cual cuenta la
feria tal como le ha ido en ella.
Y esto
ocurre con las realidades materiales que nos rodean y que fácilmente las
podemos ver comprobar con los ojos materiales de nuestra cara, y nadie duda de
su existencia, inclusive sin haber estado allí, porque le damos a fe material,
un valor de cuasi evidencia. Muchos son, los que no hemos estado, por ejemplo
en Alaska, pero a nadie se nos ocurre dudar de la existencia de ese estado
norteamericano. Ahora bien, en cuanto se trata de realidades del orden
espiritual, las cosas cambien radicalmente y hay una razón muy sencilla para
entender este cambio, en nuestra forma de apreciar las realidades espirituales
y ello se relaciona con las actuaciones demoniacas, pues al maligno le importa
un comino que creamos o no en la existencia de Alaska, pero si le importa mucho
que no creamos, en la existencia de Dios y hace todo lo posible para que no
creamos.
En el
mundo hay dos clases de personas, las que si creen en la existencia de Dios y
las que no creen que Dios existe, pero es el caso de que entre los que creemos
que Dios si existe, hay una tremenda diferencia en la apreciación de esta
existencia divina. En otras palabras todos tenemos una distinta imagen de la
existencia de Dios y sobre todo de su naturaleza y esencia. Lo más normal, es
que dada la prepotencia que nuestros cuerpos materiales tienen sobre nuestras
almas espirituales, se tenga una mentalidad antropomórfica de Dios.
Y este es
el primer gran error que tenemos sobre Dios. Dios es espíritu puro y su figura
es inexistente. Caso distinto es el del Señor, que para redimirnos de las
cadenas de satanás tomo carne mortal y dispone de un cuerpo glorioso
resucitado, tal como el que nosotros dispondremos si perseveramos en el amor a
Él. Es San Pablo el que nos escribe diciéndonos: “11 Es
doctrina segura: si morimos con él, también viviremos con él”. (2Tm 2,11) Quien quiere morir con Cristo
resucita día a día a una vida nueva de entrega, de oración incesante y de amor
inagotable.
Y para tener una imagen correcta de Dios el tema se
nos complica, porque hemos de tener en cuenta el misterio de la Santísima
Trinidad, ya que la segunda persona de la Trinidad, es decir Cristo-Dios, quiso
ser como nosotros somos, parte materia y parte espiritual. Hasta tal punto es
incomprensible este misterio de la Santísima Trinidad, que por un lado, tanto
hebreos como musulmanes, nos tilda de politeístas y por otro es tan maravilloso
la esencia de este incomprensible misterio, que a más de uno, pensar en este
misterio, nos sirve para reafirmarnos en la firmeza de nuestra fe, puesto que
es imposible para una limitada mente humana, el haber concebido y estructurado
un misterio de esta categoría.
Lo más fundamental de la naturaleza y esencia de Dios,
hace tiempo que por inspiración divina nos lo aclaró San Juan cuando escribió
en su primera epístola: Dios es amor y solo amor. (1Jn
4,16) El amor no es un atributo más, de Dios como puede ser la omnipotencia o
la omnisciencia de Él, el amor es su propia esencia, no un atributo más. Y como
quiera que el amor para ser real y verdadero tal como es el amor divino, tiene
que disponer de una serie de características propias que lo configuran y ellas
han de tenerse presente para comprender a Dios.
Tengamos presente, que al ser Dios un Ser inmutable,
es inmutable también el amor que Él genera, pues solo existe un amor, que es el
generado por Dios. A lo que nosotros llamamos amor, es decir al amor humano, él
no es, más que solo pequeño reflejo del amor sobrenatural divino.
Un algo muy importante y trascendente en nuestra vida
actual y en la futura, es la magnitud del amor con el que Dios nos ama. El amor
de Dios como todo lo que es expresión propia de Él es infinito, carece de
límites. Dios nos ama locamente y no somos verdaderamente conscientes de la
existencia de este amor, ni capaces, de tratar de corresponderle a Él, al menos
en una ínfima millonésima parte, del amor que Él nos tiene.
A muchos de los creyentes, más les preocupa por encima
de este maravilloso amor que Dios nos tiene, el tema de la misericordia divina.
Sin duda alguna Dios es también infinitamente misericordioso, pero son más de
uno, los que no buscan el amor de Dios a lo largo de su vida y lo confían todo,
en que al final con la misericordia divina uno está salvado y se obtiene la
vida eterna. Esta clase de personas y muchas otras se olvidad de algo, muy
importante y es que para que se genere en Dios la misericordia, debe de haber
previamente un sincero arrepentimiento y el arrepentimiento en sí, es un acto
de amor es que el amor está por encima de la misericordia, es el amor el que
genera en dios su misericordia y no al contrarios.
Está muy extendida la idea de que Dios como nos ama
tanto, no puede condenarnos y se olvidan de que Dios además de misericordioso
es también justo. En relación a este problema en más de una glosa hemos tratado
el tema del ámbito de amor de Dios.
De una antigua glosa sacamos este párrafo: Mientras
estemos en este mundo, el Señor a todos nos mantiene dentro de su ámbito de
amor. A unos para que no yerren el camino, a otros dándoles oportunidades de
que lo encuentren y con otros ejerciendo su paciencia y a la espera de que se
caigan del guindo. Pero lo importante y trascendente ocurre al final en el
momento de abandonar este mundo, porque cuando lo abandonamos, pueden ocurrir
dos cosas, una que es la deseable y es que continuemos dentro del ámbito de
amor del Señor y otra es que lo abandonemos definitivamente.
Abandonar definitivamente su ámbito de amor, supone
una trasformación de nuestro ser, ya que lo que consideramos natural y nos
creemos que nunca acabará que es el amor del Señor, desaparece al igual que la
luz divina que acompaña a su amor. Y al producirse ese vacío en nuestro ser,
este vacío, se rellena automáticamente con la antítesis del amor y la luz, que
son el odio y las tinieblas. Y ya sabemos todos, a donde conduce la falta de
amor y de luz.
Busquemos pues, nuestra auténtica imagen de Dios y
para ello solo hay un camino, que Cristo nos lo indicó cuando: “5 Le dijo Tomás: No sabemos adónde vas:
¿cómo, pues, podemos saber el camino? 6 Jesús le dijo: Yo soy el Camino, la
Verdad y la Vida; nadie viene al Padre sino por mí. 7 Si me habéis
conocido, conoceréis también a mi Padre. Desde ahora le conocéis y le habéis
visto. 8 Felipe le dijo: Señor, muéstranos al Padre y nos basta 9 Jesús le
dijo: Felipe, ¿tanto tiempo hace que estoy con vosotros y no me habéis
conocido? El que me ha visto a mí ha visto al Padre: ¿cómo dices tú: Muéstranos
al Padre? 10 ¿No crees, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí? Las palabras
que yo os digo no las hablo de mí mismo; el Padre que mora en mí, hace sus
obras. 11 Creedme, que yo estoy en el Padre y el Padre en mí; a lo menos
creedlo por las obras”. (Jn 14,5-11).
Mi más cordial saludo lector y el
deseo de que Dios te bendiga.
Juan del
Carmelo
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