Sin duda ninguna la propuesta del Cardenal Kasper sobre la hipótesis de
admitir a la Comunión Sacramental a divorciados y vueltos a casar, está
suscitando serias dudas en sectores amplios de la Iglesia, y no pocas
contestaciones. Es toda una novedad que contrasta con la tradición y doctrina
de la Iglesia. Pero hay que entender bien lo que quiso decir ante el Colegio de
Cardenales. No se trata de que todos los divorciados y vueltos a casar puedan
comulgar. Tampoco se trata de negar la indisolubilidad del matrimonio
sacramento válidamente contraído. No es, por consiguiente, una admisión del
divorcio por parte de la Iglesia. ¿Cuál es la propuesta de Kasper? La fórmula
en forma de pregunta, siguiendo el consejo del papa Francisco: ¿Se podría admitir a algunas personas a la
Eucaristía en determinados casos?
Ya la pregunta delimita la cuestión. Se trata de estudiar, deliberar, en
Sínodos próximos, si es conforme con la doctrina de la Iglesia que algunas
personas, divorciadas y vueltas a casar civilmente, puedan acceder a la
comunión sacramental. No habla de todos los divorciados y casados de nuevo.
Serían casos de personas víctimas del divorcio promovido por la otra parte, que
siguen comprometidas con los deberes esenciales del matrimonio fracasado, sobre
todo en relación con los hijos. Que en su momento contrajeron nuevo matrimonio
civil, y que trata de cumplir perfectamente con sus obligaciones, que tiene
inquietud por su formación y la de los nuevos hijos, que ha expresado por
razones objetivas su deseo sincero de recibir a Jesucristo en la Eucaristía. No
se trata, por tanto, de “café para todos”, valga la expresión, de la persona
oportunista que quiere comulgar con su hijo/a el día de la primera Comunión sin
más compromiso con la fe, etc.
Pero aun tratándose de casos muy concretos, los fieles cristianos se
hacen preguntas muy concretas, y lógicas, en relación con la doctrina común
sobre el matrimonio canónico y las condiciones para recibir el Cuerpo de
Cristo. Estas preguntas concretas que a mí me hacen, yo las recojo con la
intención de que sea el mismo Cardenal Kasper, o persona autorizada en la
materia, quien dé respuesta clara:
El divorcio ¿se puede admitir en algunos
casos, por ejemplo como mal menor?
¿Es posible que se repita el caso de la
“dureza de los corazones” del hombre de hoy para que Dios permita romper el
vínculo de un matrimonio válido?
¿Cómo se puede interpretar aquellas
palabras de Jesús: “Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre… al
principio no fue así…dejará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su
mujer y serán los dos una sola cosa”? Si dos que contrajeron matrimonio se
constituyeron en una sola cosa, ¿quién puede romper esa unidad tan absoluta? Y
si la rompe, ¿puede constituir otra unidad con otra persona?
¿Cómo interpretamos estas palabras de San
Agustín?: El vínculo del matrimonio es de tal modo exaltado en la sagrada
Escritura que una mujer repudiada por su marido no puede casarse de nuevo
mientras él viva. Tampoco el marido abandonado por su mujer puede convivir con
otra, antes de que la primera haya muerto. El Señor fortaleció el vínculo del
matrimonio en el Evangelio, no sólo porque prohibió repudiar a la esposa, sino
porque aceptó la invitación a sus bodas… En todos los pueblos y entre todos los
hombres, el bien del matrimonio ha sido la prole y la casta fidelidad. Por lo
cual es rigurosamente prohibido volverse a casar pata tener hijos, incluso a la
mujer separada, mientras viva su marido… (San Agustín, De bono conjugali
III, 3).PL 40,375)
El Concilio de Trento dice: Si alguno
dijere que, a causa de la herejía o por cohabitación molesta o culpable
ausencia del cónyuge, el vínculo del matrimonio puede disolverse, sea anatema…
Si alguno dijere que la Iglesia yerra cuando enseñó y enseña que, conforme a la
doctrina del Evangelio y los Apóstoles no se puede desatar el vínculo del
matrimonio por razón del adulterio de uno de los cónyuges; y que ninguno de los
modos, ni siquiera el inocente, que no dio causa para el adulterio, puede
contraer nuevo matrimonio mientras viva el otro cónyuge… sea anatema (Concilio
de Trento, Dz. 975 y 977).
Orígenes afirma: Ha sucedido que
algunos jefes de la Iglesia, a pesar de todo lo que está escrito, han permitido
a una mujer casarse de nuevo viviendo su marido. Lo han hecho y permitido,
aunque está escrito que la mujer está atada mientras viva su marido, y que ha
de ser considerada adúltera la que viviendo su marido se entrega a otro. No
obstante, no han obrado sin cierto fundamento. Sin duda han tolerado esta
debilidad con el fin de evitar un mal mayor, contra lo que está mandado en la
Escritura desde el principio (Orígenes, Expos in Math, XIV, 23. PG
13, 1245 A-B).
Los Papas recientes han defendido siempre
la doctrina tradicional de la Iglesia en lo referente a la unidad e
indisolubilidad, como no podía ser de otra manera.
Pero algunos moralistas se hacen eco de
la corriente iniciada hoy en la Iglesia, en la que se mantiene un recurso a la misericordia
con aquellos casos en los que se vulneran las propiedades y valores del
matrimonio, pero se intenta salvar a la persona. Es decir, que la persona
estaría por encima de la institución.
Ratzinger escribe: En realidad la
indisolubilidad del matrimonio ha de entenderse y realizarse partiendo de la fe
en la irrevocable decisión de Dios de unirse en “matrimonio” con la humanidad (Introducción al cristianismo,
Salamanca 1971, p. 230).
Es cierto que se dan muchos casos lamentables, y que personas casadas
que han padecido el divorcio se ven muchas veces en la necesidad, o derecho, a
rehacer sus vidas. Personas que son creyentes y practicantes, y les resulta
duro verse privadas de la Comunión sacramental. Por ello se invoca la
misericordia, porque la Iglesia es Madre.
Pregunta para el Cardenal Kasper, o persona autorizada en la materia: ¿Cómo se compagina la verdad objetiva del
matrimonio, que arranca del mismo Evangelio, con la otra verdad objetiva de la
misericordia divina, que también arranca del Evangelio?
Esta es la cuestión, y el pueblo fiel espera una respuesta clara. Tal
vez habrá que esperar a los próximos Sínodos de Obispos, que van a tratar el
tema. De momento nos quedamos como estamos. El Espíritu Santo hablará.
Juan García Inza
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