Estoy triste, muy triste, porque
un amigo está en pecado mortal pero no quiere admitirlo. Este amigo está divorciado y convive maritalmente con
otra mujer que no es la suya ante Dios, pese a lo cual comulga con frecuencia y presume incluso de hacerlo.
Sí, aunque parezca mentira, en
una parroquia madrileña le
administran la Sagrada Comunión apelando a la misericordia. La misma
misericordia que esgrime ahora, incansable, el cardenal alemán Walter Kasper, quien durante estos
días participa en el Consistorio extraordinario convocado por el Papa Francisco para abordar la
cuestión de la familia.
Mi amigo tenía las ideas claras sobre la fe y los sacramentos, pero ahora ha
cambiado de opinión porque un sacerdote de esa parroquia le anima una y otra
vez a recibir a Nuestro Señor
Jesucristo en pecado mortal, cometiendo sacrilegio en nombre de una falsa misericordia convertida en cajón
de sastre para ofender gravemente a Dios.
Dios es, en efecto, infinitamente misericordioso y perdona todas las ofensas,
por graves que éstas sean, pero siempre y cuando exista verdadero arrepentimiento y propósito de enmienda.
Enlazo aquí justamente con las recientes palabras pronunciadas por el cardenal Kasper en un seminario sobre diálogo
interreligioso y violencia promovido por la Comunidad de Sant Egidio: “Para mí
–asegura- no es concebible que si uno cae en un agujero, no haya salida para
él. Esta imagen no es compatible con la misericordia. Hay una salida para los
que se arrepienten y se convierten…
Hay una segunda oportunidad si la persona está abierto a ello”.
“Si la persona está abierto a ello”… Se
establece así una clara relación condicional. Es decir, si el divorciado o
divorciada, en este caso, aceptan su situación y ponen los remedios divinos y humanos para salir
de ella recurriendo a la única salida que la Iglesia reconoce: la nulidad matrimonial.
Los divorciados vueltos a casar tienen siempre abiertas las puertas del confesonario, pero no deben comulgar mientras exista el
vínculo matrimonial con la única persona que es su esposo o esposa ante Dios.
Conozco también, por fortuna, varios casos de personas divorciadas que
convivieron en adulterio pero se abstuvieron de comulgar durante todo ese
tiempo y ahora están felizmente casadas
a los ojos de Dios.
Por eso, nunca me cansaré de recomendar
la nulidad matrimonial a todas esas personas que sufren y necesitan esa “segunda oportunidad” que reclama el
cardenal Casper. Les animo a que lo intenten. No hace falta ser millonario,
como falsamente se dice, para promover un proceso eclesiástico, pues en muchos
casos el abogado es gratuito.
¡Pero, ojo! Nadie debe escudarse en una falsa
misericordia para recibir al Señor en pecado mortal. Eso jamás.
José
María Zavala
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