DE LA PAZ A LA FIESTA
La fiesta es un valor, una dimensión del ser humano que desarrolla
características positivas, dinámicas y extrovertidas.
Los seres
humanos anhelamos no sólo el orden, la previsión, aquello conocido y esperado,
lo habitual, el sosiego… sino también, de vez en cuando, la aventura, la
sorpresa, lo imprevisto e incluso lo sorprendente. Si desatendemos estos
profundos impulsos elementales pueden surgir desavenencias, disturbios e
incluso guerras.
A menudo,
tendemos a pensar que la paz es sinónimo de simple ausencia de conflictos. Pero
no es así, la paz no es la última meta de la actividad humana, tiene un sentido
mucho más hondo, equivale a la plenitud de vida y comunicación. La paz como un
estadio de orden, previsión, ahorro y progreso es muy necesaria, pero es frágil
en sí misma y muy inestable.
¿Cuál
sería esta faceta nueva y posterior garante de la paz? La Fiesta.
La fiesta
es un valor, una dimensión del ser humano que desarrolla características
positivas, dinámicas y extrovertidas. A la fiesta llegamos desde la alegría de
vivir y el entusiasmo, la aceptación de uno mismo, de los demás y del entorno.
La fiesta
es humanizante y afirmadora de la vida pues ella compagina un clima de libertad
y de amistad. En ella, aunque sea por poco tiempo, se viven aquellas metas tan
anheladas de comunicación personal y profunda, fraternidad, solidaridad, amor
auténtico…
La fiesta
ayuda a ver, en pequeño, el modelo de lo que se desea conseguir: un estadio
avanzado y maduro de la sociedad, con la esperanza de que no es una utopía sino
algo que se puede realizar. Por eso la fiesta como fruto de la paz se convierte
en guía necesaria de la vida social, que al mismo tiempo la orienta y la
impulsa.
La fiesta
es vigor para cargar con durezas y dificultades, es creativa, generosa y
necesita de los otros. La fiesta expresa alegría y esperanza; todo lo que es
salud y promesa, el cariño, la amistad, el arte, la belleza, el cuerpo y el
espíritu, la vida que hace crecer al hombre.
De aquí
la importancia de vivir una fiesta armónica, humana, saludable, diferente a la
diversión y contraria a los festines donde la exuberancia degenera en exceso y
acaba con la fiesta. La borrachera, la grosería y lo soez, como mera válvula de
descompresión y explosión destructiva basadas en el desencanto o el
resentimiento contra la vida diaria, es un desaire al sentido auténtico de la
fiesta.
Una
celebración desquiciada, también, deformará o desviará el desarrollo de los
grupos sociales. Un festejo que genere vandalismo, destrucción, vacío o
insatisfacción en los participantes, desanimará los esfuerzos de mejora y
crecimiento humano.
Y como la
fiesta requiere creatividad, preguntamos a los invitados especiales y
comensales en esta noche:
-¿Cuáles
serían los rasgos que deberíamos cultivar para rescatar el pleno sentido y el
valor de la fiesta?
-Para que
la fiesta sea consolidadora de la paz ¿qué características tendrá?
-¿Qué
carencias o defectos se detectan en nuestras fiestas que no alegran a los que
las celebran y tampoco cumplen su papel de orientar e impulsar la vida social?
-¿Cuáles
son los obstáculos, tanto individuales como sociales, que dificultan el llegar
a la fiesta? ¿Cómo superarlos?
-Los
padres, ¿son conscientes de su tarea de «entusiasmar» a los hijos para que,
tomando su relevo en el mundo, los hijos lleguen a vivir en plenitud,
embelleciendo el mundo y haciendo un aporte en favor de la paz y la fiesta?
La autora
preside el Ámbito María Corral en Santo Domingo y es catedrática de la
Universidad.
Anna
María Ollé Borque
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