¿DE QUÉ MUEREN LOS SANTOS?
¿Nos hemos preguntado alguna vez de qué mueren los santos? Sus dolencias físicas han sido siempre y serán las mismas que las del común de los mortales.
Llama poderosamente la atención la longevidad de muchos santos pese a todas sus penalidades; pero otros muchos fallecieron jóvenes, de enfermedades infecciosas o de apoplejía, sin contar las mil y una formas de martirio que inventó la crueldad de los enemigos de la religión.
La beata María Ana de Jesús, que dormía sobre abrojos, coronada de espinas, murió el 17 de abril de 1624 a causa de una pulmonía; del mismo mal sucumbió San Francisco Javier, y de pleuroneumonía, en 1224, San Guillermo de París.
Una altísima fiebre complicada con disentería arrebató la vida a San Luis, rey de Francia. San Juan de la Cruz sufrió la peste bubónica; de ella falleció también San Macario en el año 1012, y de tabardillo o insolación, complicada con pulmonía, San Pascual Bailón, en mayo de 1592.
San Casimiro, hijo del rey de Polonia, murió de fiebre lenta o héctica, provocada por una tuberculosis a los veintitrés años; a la misma edad, de igual dolencia, terminaron sus días San Luis Gonzaga, en 1591, y el beato Pedro de Luxemburgo, con dieciocho años.
Una apoplejía puso fin a la vida de San Francisco de Sales, cuando contaba cincuenta y seis años; de lo mismo murieron San Andrés Avelino y Santo Tomás de Aquino, quien sucumbió al segundo o tercer ataque cerebral, ya cumplidos los cincuenta.
A San Francisco de Sales le aplicaron los médicos emplasto de cantáridas en el cuero cabelludo y tres botones de fuego, dos en la nuca y uno en lo alto de la cabeza, produciéndole un inmenso dolor que le arrancó hondos suspiros y hasta lágrimas.
Hasta aquí, algunas curiosidades médicas recogidas, a finales del siglo XIX, por el ilustre doctor Luis Comenge.
José María Zavala
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