ESPIRITUALIDAD DEL SACERDOTE SECULARIZADO
Son varios los sacerdotes secularizados que me consta que leen mi blog. Como regalo navideño, les ofrezco telegráficamente varios puntos que esbozan una espiritualidad del sacerdote secularizado. Porque el sacerdote secularizado puede llegar a la más excelsa santidad, y convertirse en un faro, en un orgullo para la Madre Iglesia.
Pero lo primero de todo que hay que comprender son los propios errores.
Los compromisos han sido aceptados para ser guardados. El concepto de alianza remite a la necesidad de ser fiel a las promesas. Lo primero que hay que hacer, por tanto, es reconocer los propios yerros. De allí nace el perdón.
El sacerdote secularizado puede vivir la espiritualidad de Cristo en Nazaret. Jesús era sacerdote, había que predicar en todo el mundo, podía perdonar pecados, podía visitar enfermos y darles un consuelo sacerdota. Pero no, la voluntad de Dios era que viviera una vida familiar, que orara allí, que ofreciera pequeños (o grandes) sacrificios en ese ambiente hogareño.
Si Jesús hubiera abandonado su familia en esos años, hubiera desobedecido la voluntad de su Padre respecto a Él. Jesús se tenía que santificar allí, orando, trabajando en el taller, viviendo en familia.
La voluntad objetiva de Dios Padre respecto del sacerdote secularizado y ya casado es que santifique como Jesús de Nazaret.
Puede vivir la liturgia de las horas como verdadera liturgia. Puede vivir las horas canónicas con más fervor, concentación y amor que el arzobispo de París o el cardenal de Milán.
Puede ofrecer sacrificios en el altar de su corazón. Puede ofrecer el incienso de su oración en las horas determinadas.
Tampoco el presbítero enfermo en una cama puede ejercer su ministerio. Y, sin embargo, puede hacer por las almas más bien que cuando podía predicar, moverse y confesar. Lo mismo el secularizado. No podrá ejercer el ministerio, pero podrá ser que haga más bien por las almas que cuando ejercía el ministerio.
Puede estar seguro de poder llegar a la más alta santidad por ese camino. La posibilidad de santificación en esa espiritualidad es infinita. Se santificará como se santificó Abraham. Sólo que él será un Abraham con los sacramentos, con la Virgen María, con el sagrario.
No predicará a los demás, pero se predicará a sí mismo leyendo las Escrituras. No santificará a los demás con los sacramentos, pero se santificará a sí mismo. Buscando el Reino de Dios, el Señor le guiará.
Por orar mucho, por vivir en continua presencia de Dios, por vivir la mortificación, por alejarse de lo mundano que aleja de Dios, no debe tener miedo a estar traicionando su nuevo estado.
Su sacerdocio no es el sacerdocio común de los fieles. El sacerdote secularizado puede vivir con la máxima intensidad la espiritualidad de Cristo Sacerdote en Nazaret.
Dios tiene un nuevo plan para cada secularizado. Un plan que irá desvelando poco a poco. Un plan bello y perfecto, forjado por Dios mismo para el hijo que ha regresado.
No debe tener miedo el secularizado a traicionar su vida laical por dedicarse mucho a la oración, al recogimiento y el sacrificio. Debo dedicarme a las cosas de mi Padre, es algo que puede decir un laico por muy laico que sea. Mucho más lo puede decir un sacerdote que vive una vida laical, pero que aspira con todas las fuerzas de su alma a la santificación plena y máxima, que aspira a una santidad de primer orden, a una santidad que lleva a la vida mística.
El Espíritu Santo irá guiando día a día. El Paráclito indicará qué quiere que se haga y cómo.
Si un laico indudablemente será atacado por su esposa si comienza un camino de santificación, cuánto más lo será un sacerdote secularizado. Hay que aceptar esa cruz, y aceptarla con amor.
Hay que desterrar como tentación del demonio el pensamiento que deprime al pensar el bien que uno haría ejerciendo el sacerdocio ministerial. Hay que desterrarlo, porque la voluntad de Dios ahora está clara. No se puede uno convertir en estatua de sal mirando hacia atrás.
Pero se puede pensar en el bien que uno podría haber hecho si eso lleva al arrepentimiento y a decir: voy a duplicar mi esfuerzo por servirte, Señor.
Voy a resarcirte, Señor, todo lo que pueda, con todas mis fuerzas. Te voy a compensar. Te voy a amar tanto, que mi amor te va a vencer. Te vas a rendir a mi amor. Voy a amarte con tanta fuerza, que Tú, Dios mío, vas a exclamar con toda la fuerza de un Dios: O felix culpa.
P. FORTEA
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