DISTRACCIONES DURANTE LA MISA PARTE I
Pregunta: Estimado Padre John, no me gusta admitirlo, pero me distraigo en Misa. Me encanta la Misa, creo en ella, ¡voy casi a diario!, me entusiasma ir, pero... me distraigo durante la celebración. Realmente desearía que no fuera así – Quiero adorar a Dios con perfección, como es debido hacerlo. ¿Puede usted ayudarme?
Respuesta: En tanto seamos humanos, siempre estaremos luchando contra las distracciones. El Catecismo lo deja en claro: «La dificultad habitual de la oración es la distracción» (n.2729). El primer consejo útil es, simplemente, no te preocupes. Acepta tus limitaciones y luego, poco a poco, aprende a recuperarte más rápidamente de las distracciones, cuando las percibas. Una vez más, el Catecismo ofrece una guía segura, sabia y realista:
«Salir a la caza de la distracción es caer en sus redes; basta volver a concentrarse en la oración: la distracción descubre al que ora aquello a lo que su corazón está apegado. Esta humilde toma de conciencia debe empujar al orante a ofrecerse al Señor para ser purificado. El combate se decide cuando se elige a quién se desea servir». (CIC n.2729).
VIGILANDO EL CORAZÓN DURANTE LA MISA
Cuando se trata de mantener vigilante el corazón durante la Misa, un aliado poderoso es tener una comprensión más profunda del misterio que se está celebrando, de la naturaleza misma de la Misa. A largo plazo, el cultivo de esta comprensión más profunda dará mucho más fruto que ciertos trucos como llegar temprano a Misa para buscar el recogimiento, o concentrarse en los símbolos visuales en la Iglesia. Permíteme entonces, ofrecer algunas reflexiones sobre este misterio, desde el punto de vista que nos da la Carta a los Hebreos en el capítulo 10, el punto de vista de Cristo como nuestro Sumo Sacerdote.
¿ESTÁ DIOS CONTRADICIÉNDOSE A SÍ MISMO?
En cierto sentido, parece que este capítulo de la Escritura contradice las prácticas católicas. En un momento dado, en Hebreos 10,10-12, el escritor sagrado nos habla de la diferencia entre los sacrificios del Antiguo Testamento y el sacrificio del Nuevo Testamento ofrecido por Cristo en la cruz: «...Y en virtud de esta voluntad somos santificados, merced a la oblación de una vez para siempre del cuerpo de Jesucristo. Y, ciertamente, todo sacerdote (del Antiguo Testamento) está en pie, día tras día, oficiando y ofreciendo reiteradamente los mismos sacrificios, que nunca pueden borrar pecados. Él (Jesús), por el contrario, habiendo ofrecido por los pecados un solo sacrificio, se sentó a la diestra de Dios para siempre».
Por tanto, el escritor de esta Carta a los Hebreos está diciendo que Jesús ya ofreció su sacrificio sacerdotal una vez para siempre y por tanto no tiene necesidad de ofrecer sacrificios diarios. Pero (y aquí viene la aparente contradicción), si ése es el caso, por qué la Iglesia Católica –de hecho, ¿por qué casi todas las parroquias católicas- ofrecen Misa todos los días? Es más, ¿por qué se ofrece Misa cada domingo si Jesús ya ofreció su sacrificio «de una vez para siempre»?
Después de todo, el Catecismo nos enseña que la Santa Misa, la Celebración de la Eucaristía, es de hecho un sacrificio. (CIC nn. 1359, 1360, 1365): «Por ser memorial de la Pascua de Cristo, la Eucaristía es también un sacrificio...La Eucaristía es un sacrificio de acción de gracias al Padre...La Eucaristía es también un sacrificio de alabanza».
¿Ves la aparente contradicción? Por un lado, la Carta a los Hebreos nos dice que debido al sacrificio de Jesús en la cruz, hace dos mil años, nosotros no tenemos que «ofrecer sacrificios día tras día». Mientras que por otro lado, la Iglesia, al celebrar la Eucaristía cada día, está ofreciendo un sacrificio día tras día. ¿Qué es lo que pasa?
Ya estamos entrando en el misterio profundo presente en cada Misa. Si podemos llegar a entender por qué esta aparente contradicción no es en realidad una contradicción, nos encontraremos viviendo la Misa con una reverencia espontánea e incluso con gran asombro. Y será mucho más difícil que las distracciones aparten nuestra atención de la Misa.
Dos palabras clave nos ayudarán a resolver este rompecabezas: sacrificio y memorial.
LA PRESENCIA UNIVERSAL DE SACRIFICIO
A lo largo de la historia del mundo, todas las religiones han utilizado alguna clase de sacrificio para ayudar a establecer y mantener una relación sana con Dios. Éste fue el caso en la religión judía del Antiguo Testamento. Algunas religiones hacían sacrificios con parte de su cosecha o con una porción de lo que cazaban, o aún con seres humanos –enemigos que hubieran capturado durante la guerra, por ejemplo. Al sacrificar estas cosas valiosas, las destruían dentro de rituales, acompañados de oraciones a sus dioses. ¿Por qué lo hacían? Por dos razones.
Sana dependencia, sana culpa: adoración y expiación
En primer lugar, ellos reconocían que su existencia dependía de las fuerzas divinas. Si el sol dejaba de brillar, por ejemplo, sus cultivos no crecerían, no habría cosecha y ellos morirían de hambre. Pero no tenían el poder para asegurarse que el sol continuara brillando –sólo los dioses podrían hacerlo. Así que les ofrecían sacrificios de algo valioso para ellos, con la esperanza que este acto de humildad y adoración complaciera a los dioses y los convenciera de seguir sosteniendo su existencia.
En segundo lugar, ellos reconocían que, frecuentemente, cometían el mal, lo cual desagradaba a los dioses. Reconocían que sus malas acciones, sus pecados, merecían ser castigados por los dioses quienes no toleraban la maldad. Por lo tanto, ofreciendo un sacrificio a los dioses de algo valioso para ellos, tenían la esperanza de expiar sus pecados, aplacar la ira de los dioses y asegurar su propia supervivencia.
UN CÍRCULO VICIOSO ESPIRITUAL
Éstos eran los instintos religiosos presentes en la naturaleza humana, aun en las religiones primitivas, pero sabemos que los sacrificios de cabritos y novillos, o de maíz o vino, o de seres humanos pecadores, eran totalmente inadecuados. Estos objetos finitos eran limitados e imperfectos, creaturas pequeñitas que, en primer lugar, provenían de Dios, entonces, ¿cómo podían dar el honor y la alabanza debida a Dios? ¿O reparar por pecados de rebelión contra un Dios de infinita sabiduría y verdad? Simplemente no podían y sin embargo, la raza humana caída necesitaba adorar a Dios y expiar los pecados – de otra manera estaríamos separados de Dios y frustrados en nuestra búsqueda de la felicidad eterna, la cual consiste en vivir en comunión con Dios (para lo cual fuimos creados).
JESÚS AL RESCATE
Dios mismo vino a rescatarnos y nos dio la solución a este dilema existencial. Él nos envió a su propio Hijo, Jesucristo, a través de la encarnación. Y Jesús, siendo verdadero Dios y verdadero hombre, tal como lo proclamamos cada semana en el Credo, podría ofrecer el sacrificio perfecto; un culto y una expiación, que eran, al mismo tiempo, totalmente humanos a causa de su naturaleza humana libre de pecado, y también infinitos, y de valor infinito, debido a su naturaleza divina. Jesús ofreció el perfecto sacrificio de su propio cuerpo cuando permitió que lo crucificaran. A través de su crucifixión, tomó sobre sí mismo el castigo por nuestros pecados y se ofreció a sí mismo –verdadero Dios y verdadero hombre- como el acto perfecto de adoración y alabanza.
Jesús, en la cruz, es verdaderamente el sacrificio perfecto, «la víctima pura, santa, inmaculada», como el sacerdote lo describe durante la Misa en el Prefacio Eucarístico. Pero Jesús no sólo fue la víctima en el sacrificio perfecto, Él también fue el que ofreció a la víctima –en otras palabras, el sacerdote. Es por esto que la Carta a los Hebreos llama a Jesús el sumo sacerdote quien es «santo, inocente, inmaculado, separado de los pecadores». En toda la historia de la humanidad, sólo la auto-ofrenda de Jesús en el Calvario es un sacrificio que da culto perfecto a Dios y hace una perfecta expiación por el pecado, porque ambos, el sacerdote y la víctima, son perfectos; libres de pecado, totalmente humanos y totalmente divinos. Éste es el sacrificio perfecto, hecho «una sola vez» en la cruz del Calvario.
En nuestro próximo artículo sobre este tema, hablaremos sobre la conexión del sacrificio de Jesús en la cruz y el significado de la Misa como un memorial y de cómo respondemos nosotros...
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P. John Bartunek, L.C.
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