martes, 10 de diciembre de 2013

AMEN - ALELUYA

DEL ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LA PALABRA "AMÉN"

De que la palabra “amén” es profusamente utilizada por los cristianos desde los primeros tiempos da buena cuenta el temprano autor Justino, muerto en el año 165, que en su obra de las “Apologías”, concretamente en la “Primera Apología”, datable hacia el año 153, nos deja el siguiente testimonio:

“Seguidamente se presenta al que preside entre los hermanos pan y una copa de agua y de vino mezclado con agua. Cuando lo ha recibido, alaba y glorifica al Padre de todas las cosas por el nombre del Hijo y del Espíritu Santo, y da gracias largamente porque por él hemos sido hechos dignos de estas cosas. Habiendo terminado él las oraciones y la acción de gracias, todo el pueblo presente aclama diciendo: ‘Amén’”

La antigüedad de la práctica de decir “amén” al recibir la comunión la atestigua, aunque en sentido contrario, esta anécdota que nos relata Eusebio de Cesarea en su “Historia Eclesiástica”, referida al hereje Novaciano, rival del Obispo de Roma (Papa) Cornelio (251-253), que no le daba la comunión a quién se la pedía si “en vez de pronunciar ‘amén’ al tomar el pan no dice ‘No volveré a Cornelio’” (HistEc. 6, 43, 19).

Del no hace mucho descubierto “Libro de oraciones” del Obispo Serapio, datable hacia mitad del s. IV, inferimos que ya para entonces todas las oraciones terminaban con un “amén”. En el ritual mozárabe, por ejemplo, se repetía después de cada petición del Padrenuestro.

Por lo que hace a su significado, el propio Justino a quién hemos citado arriba nos dice lo que según él significa:

“‘Amén’ significa en hebreo ‘así sea’”.

San Agustín y el Pseudo-Ambrosio traducen el “amén” como “verum est” (es verdad). En la “Expositio Missae” de Gerberto, se lee:

“Amén es una ratificación por el pueblo de lo que se ha dicho, y puede interpretarse en nuestro lenguaje como si todos ellos dijeran: Que sea como el sacerdote ha rezado”.

Desde el punto de vista etimológico, “amén” es una palabra hebrea que deriva del verbo hebreo “aman”, que significa “reforzar, confirmar”. Su uso en la lengua hebrea es antiquísimo. Ya en el Antiguo Testamento encontramos la palabra varias veces. Así, leemos en el Deuteronomio:

“Maldito el hombre que haga un ídolo esculpido o fundido, abominación de Yahvé, obra de manos de artífice, y lo coloque en un lugar secreto. Y todo el pueblo responderá y dirá: Amén” (Dt. 27, 15).

Locución que se repite hasta con once acciones más justo a continuación, en Dt. 27, 16-26.

En Salmos leemos:

“¡Bendito Yahvé, Dios de Israel, desde siempre y para siempre! Y todo el pueblo diga: ¡Amén!” (Sl. 106, 48)

El Libro de Tobías, de hecho, termina así: “Amén” (ver Tb. 15, 12).

El valor “reforzatorio” de la palabra es muy evidente en el Libro de los Números, donde en el terrible ceremonial llamado “la oblación de los celos” del que un día hablaremos, vemos incluso la utilización doble del término:

“El sacerdote entonces proferirá sobre la mujer este juramento, y dirá el sacerdote a la mujer: ‘Que Yahvé te ponga como maldición y execración en medio de tu pueblo, que haga languidecer tus caderas e infle tu vientre. Que entren estas aguas de maldición en tus entrañas, para que inflen tu vientre y hagan languidecer tus caderas’. Y la mujer responderá: ¡Amén, amén!” (Nm. 5, 22)

En las sinagogas judías la palabra “amén” era la respuesta del pueblo a la oración dicha en voz alta por el director de la liturgia en cuestión.

Si busca Ud. la palabra en los Evangelios (según están traducidos al español), no la encontrará ni una sola vez, lo que no quiere decir que no esté presente, pues en realidad, debe entenderse como tal la locución “en verdad”, una locución que Mateo pone en boca de Jesús en hasta ocho ocasiones, Lucas en una, y Juan en veinticinco, con la particularidad de que Juan usa siempre, absolutamente siempre, “en verdad, en verdad”, es decir, duplicado, con un valor reforzatorio por lo tanto superior. Tanto así que según me informa un buen amigo de esta columna, Javier, Xaber en alemán, en dicha lengua la expresión que en español traducimos como “en verdad, en verdad os digo” se traduce como “amén amén ich sage euch”. Y en cualquier caso con un rasgo muy especial: en los evangelios, Jesús no utiliza el término para finalizar el discurso, sino para introducirlo, aunque para que nadie pueda acusarnos de no decirlo todo, tampoco sea el primero en hacerlo, y ya observamos dicho uso en el Antiguo Testamento, por ejemplo, en el Libro de Jeremías, donde éste responde así a la profecía de Jananías de que habrían de venir días mejores:

“¡Amen! Así haga Yahvé. Confirme Yahvé las palabras que has profetizado, devolviendo de Babilonia a este lugar los objetos del templo de Yahvé, y a todos los deportados” (Jer., 28, 6).

Sí encontramos el “amén”, en cambio, en otros escritos neotestamentarios. Así, San Pablo la escribe en hasta quince ocasiones, en expresiones del tipo: “Dios bendito por los siglos. Amén” (Ro. 9, 5), “¡A él la gloria por los siglos! Amén” (Ro. 11, 35), “El Dios de la paz sea con todos vosotros. Amén” (Ro. 15, 33), etc.. A reseñar una mención muy especial en la Primera Carta a los Corintios:

“Porque si no bendices más que con el espíritu ¿cómo dirá ‘Amén’ el que ocupa el lugar del no iniciado?” (1Co. 14, 16).

En el Apocalipsis de San Juan encontramos la palabra en hasta nueve ocasiones.

El Diccionario de la Real Academia dice sobre la palabra:

“Amén (Del latín tardío “amen”, este del griego “ἀμήν”, y este del hebreo “āmēn”, verdaderamente).

1. interj. Así sea. Usase al final de una oración.

2. interj. Usase para manifestar aquiescencia o vivo deseo de que tenga efecto lo que se dice.

3. m. final.”

DEL ORIGEN Y SIGNIFICADO DE LA PALABRA "ALELUYA"

Si el pasado día 3 veíamos el significado de la palabra “amén” (pinche aquí si todavía no lo conoce y desea hacerlo), toca hoy conocer el de otra palabra algo menos utilizada pero no por ello menos curiosa: “aleluya”. Po cierto, que no se moleste Vd. en buscarla en el Evangelio, aún a pesar de lo presente que se halla en el lenguaje cristiano y lo asociada que la tenemos los cristianos con “alegría”, “felicidad”, o incluso “gloria”, ni tampoco en ningún otro libro del Nuevo Testamento, porque no la encontrará, a no ser en el Apocalipsis que lo utiliza, eso sí, en una única ocasión:

“Después oí en el cielo como un gran ruido de muchedumbre inmensa que decía: ‘¡Aleluya!’” (Ap. 19, 1).

En el Antiguo Testamento, la expresión como tal aparece diecinueve veces pero sólo en dos libros. Una primera y única vez en el libro de Tobías, en el que leemos:

“Las plazas de Jerusalén serán soladas con rubí y piedra de Ofir; las puertas de Jerusalén entonarán cantos de alegría y todas sus casas cantarán: ¡Aleluya! ¡Bendito sea el Dios de Israel! Y los benditos bendecirán el Santo Nombre por todos los siglos de los siglos” (Tb. 13, 17)

Y luego dieciocho veces más en los Salmos, diecisiete de ellas para dar comienzo a alguno de los ciento cincuenta que componen la colección, y una más para cerrarla.

En la traducción Septuaginta en griego y en el original griego del Apocalipsis se transcribe como “Allelouia”. La Vulgata latina lo presenta como “Alleluia”. La expresión estaría compuesta por la forma verbal de aclamación divina “Allelu” y por el pronombre divino “la” y se traduciría por algo así como “¡Todo el honor a Él que es!”, “Gloria a Él que es”, relacionado con la expresión con la que Yaveh se presenta a Moisés como “Yo soy el que soy”.

Sin duda alguna, la expresión perteneció a la liturgia hebrea inicial. Es probablemente una de las primeras fórmulas de fe monoteísta, como con toda probabilidad también se utilizaba para asentir jubilosamente, tanto que tal es el sentido con el que llega y con el que se queda en el lenguaje actual, hasta convertirse, prácticamente, en sinónimo de “alegría”. Lo cual no es óbice para que su significado tan especial lleve a los traductores del Antiguo Testamento, tanto a los griegos de la Septuaginta como a los posteriores latinos, a transcribirlo sin traducir, como sin traducir entra en la liturgia cristiana a pesar de que, como vemos, no es de uso profuso en ninguno de los dos testamentos.

El Diccionario de la RAE es generoso en acepciones para la palabra, hasta dieciséis, que incluyen desde fórmulas poéticas, hasta platos gastronómicos y especies vegetales. Entresaco de la definición académica lo que a nuestro trabajo interesa:

“Aleluya. (Del latín bíblico halleluia, y este del hebreo hallĕlū yăh, alabad a Dios).

1. interj. U. por la Iglesia en demostración de júbilo, especialmente en tiempo de Pascua. U. t. c. s. amb. Cantar la aleluya, o el aleluya

2. interj. U. para demostrar júbilo.

3. m. p. us. Tiempo de Pascua.

7. f. Noticia que alegra.

8. f. Cada una de las estampas, con la palabra aleluya escrita en ellas, que, al entonar el Sábado Santo el celebrante la aleluya, se arrojaban al pueblo.

9. f. Cada una de las estampas de asunto piadoso que se arrojan al pasar las procesiones.

13. f. coloq. En algunas locuciones, alegría (‖ sentimiento grato). Hoy es día de aleluya

16. com. coloq. Hond. Persona que profesa y practica alguna rama cristiana del protestantismo”.

Luis Antequera

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