¿DESCENDÍA JESÚS DEL REY DAVID? RESUMEN Y COLOFÓN DE LA CUESTIÓN
Cuando comencé el estudio que he presentado a Uds. sobre la condición davídica de Jesús, el Evangelio se me aparecía como un cuerpo en el que todo invitaba a pensar que Jesús pertenecía efectivamente a la familia de David, no sé hasta qué punto el heredero más cualificado de todos los derechos dinásticos del añorado rey, pero sí, con toda claridad, un componente más o menos destacado de la dinastía davídica, condición sobre la cual, reposaba buena parte de la legitimidad de su reclamación mesiánica. Y es que efectivamente, contemplado como un todo, Mateo venía a impregnar la entera fuente con un tinte que lo teñía todo, imprimiendo al Evangelio en su conjunto un carácter davídico indiscutible.
El devenir lógico del análisis me llevó sin embargo, de manera casi imperceptible, prácticamente inexorable, a descomponer el Evangelio en sus partes más evidentes, es decir, en función de lo escrito por cada uno de sus cuatro y diferentes autores, llevándome las sorpresas que he tenido ocasión de explicarles en los capítulos que he dedicado a cada uno de los evangelistas por lo que a la condición davídica de Jesús de Nazaret se refiere. Capítulos que me permito poner a su disposición fácilmente pinchando a continuación si desea conocer la opinión de Mateo, a continuación si desea conocer la opinión de Marcos, a continuación si desea conocer la opinión de Lucas, y a continuación si desea conocer la opinión de Juan.
Dicho todo lo cual, corresponde hoy, a modo de colofón, resumir la impresión que dicho análisis me ha causado en cada caso. Y así, si el de Mateo se me presenta como un evangelio clarísimamente davídico, en el que todo el ministerio de Jesús o buena parte de él reposaba y reposa sobre la condición davídica de su protagonista, en mi opinión Marcos trata la cuestión con cierta desidia aunque sin obviarla, como si le ocupara pero no le preocupara; Juan se mostraba muy escéptico sobre el tema, ignorando y hasta “rechazando”, diríamos, toda pretensión davídica en el ministerio de Jesús; y quizás se me presentó como la más extraña y polivalente la posición de Lucas, en cuyo Evangelio de la Infancia, es decir los dos primeros capítulos de su Evangelio, se nos presentaba el autor como el más davídico entre los davídicos, si bien amputado su libro de la parte que le dedica a la infancia de su protagonista, parecería tan escéptico sobre el tema como el propio Juan.
Maravillas de la interpretación exegética, que lejos de servirnos para rechazarlo, nos permite afirmar y reconocer una vez más cuánta información se contiene en la lectura reposada, detenida y analítica de esos cuatro libros maravillosos que son los evangelios, donde la franqueza, la sinceridad y hasta la ingenuidad, si me lo permiten Uds., de sus redactores, se nos asoman a cada trazo de su escritura, confirmándose como lo que indiscutiblemente son: por más que muchos se afanen en discutirlo neciamente, una fuente histórica de primera magnitud, en la que los enfoques, las preferencias, las fortalezas y las debilidades del historiador que es en este caso, cada uno de los evangelistas, se nos aparecen con toda la fuerza y la potencia con la que se presenta en cualquier fuente histórica, y con dos grandes ventajas: la multiplicidad y variedad del testimonio, y una pretensión de objetividad innegable que se echa de menos en muchas otras fuentes que a ningún historiador imparcial, desprovisto de fobias previas y prejuicios, se le ocurre cuestionar.
Luis Antequera
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