LUCES Y SOMBRAS SOBRE MEDJUGORJE
Medjugorje está de actualidad, especialmente en estos meses de verano. Yo estoy yendo a Medjugorje desde hace bastantes años. Mi último viaje ha sido en el mes de julio acompañando a un grupo de personas. El ambiente allí como siempre. Volvimos contentos. Pero algo está cambiando en mí con relación a este lugar de Bosnia.
Yo distinguiría la Medjugorje como lugar de oración, de convivencia, de encuentro serio con el Señor y la Virgen en la oración personal y de grupo, y la otra Medjugorje de la obsesión por las apariciones, los mensajes y las cosas maravillosas.
Sé que con este comentario voy a sorprender a más de uno. Yo he publicado un libro y muchos artículos sobre el tema. He dado conferencias. He animado a muchos a peregrinar a aquel lugar. Pero quiero, a estas alturas, delimitar algunos campos. Si hubo, o hay, apariciones de la Virgen yo no lo sé. Yo no soy vidente. Además no es ningún dogma de fe. Se puede o no creer y seguir siendo el mismo entusiasta por la Virgen.
Medjugorje como lugar de profunda espiritualidad, de oración y de conversión es indiscutible. Los frutos están ahí. Y yo recomiendo ir como se va a un retiro espiritual, a unos días de convivencia en paz. Vienes renovado, como vienes después de hacer el camino de Santiago, unos días de soledad en un monasterio, una visita a cualquiera de los santuarios Marianos (Lourdes, Fátima, Torreciudad…). Lo que no recomiendo es la otra cara de Medjugorje, la que busca las apariciones, los signos en el cielo, lo maravilloso, las lágrimas de la Virgen, el fanatismo por ver y tocar a cualquiera de los “videntes”, el subir a todos los “montes sagrados” del lugar. A muchos le “hace bien esto”, les ilusiona. A mí no me llama mucho la atención. Cuando voy no suelo ir a ninguna cita masiva con los videntes, ni a ninguna aparición programada, ni a escuchar mensajes especiales. En el mes de julio, en los días de mi peregrinación nos invitaron a los sacerdotes a un encuentro con Iván, uno de los “videntes” especializado en el trato con los sacerdotes. Y no fui porque ya lo he oído varias veces y no dice nada nuevo. Tampoco fui a la “aparición” del día 2 en la Cruz azul. Ni subí al monte de la Cruz. Ni recogí “lágrimas” del Cristo de bronce… Pero sí estuve mucho tiempo ante la Sagrario, en el confesionario, concelebrando la Santa Misa, y adorando al Santísimo en las horas de la noche bajo un cielo estrellado. Esta es la Medjugorje que a mí me llena.
Siempre que he hablado de Medjugorje, y en mi libro está consignado, he manifestado mi total sometimiento al dictamen que la Iglesia haga sobre los fenómenos sobrenaturales de este lugar. Parece que la Comisión que estudió el caso bajo el Pontificado de Benedicto XVI no va a ser favorable a la existencia de fenómenos sobrenaturales extraordinarios. Sí deja constancia del bien que allí se está haciendo a millones de personas, y va a recomendar que se siga acudiendo a este lugar de oración como se va a otros santuarios marianos. El Señor y la Virgen están presentes allí donde dos o más se reúnen en su nombre. Y ciertos lugares, como este, propician ese encuentro en la fe.
Seguimos pendiente de la voz de la Iglesia. Pero diga lo que diga, yo me inclino por un Medjugorje iluminado por la Verdad del Evangelio, fuente de Gracia del Dios Misericordioso, lleno de fervor eucarístico, abierto al amor fraternal. No hace falta que la Virgen tenga que aparecerse cada día, a hora fija, para que creamos en ella. María está siempre a nuestro lado, y si en un lugar concreto se le venera con entusiasmo, allí podemos ir, sin más signos prodigiosos que ver como las ovejas descarriadas vuelven al redil, y como el Buen Pastor nos abraza a todos y nos lleva a buenos pastos.
Si alguno se ha sentido desilusionado, que piense que no hay milagro más grande que el eucarístico, y ese lo tenemos cada vez que se celebra la Santa Misa en cualquier parte del mundo.
Juan García Inza
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