EL VIA CRUCIS NOS UNE A LA PASIÓN DE CRISTO ACTIVAMENTE
Siguiendo a Jesús en el camino de su pasión, no sólo vemos la pasión de Jesús; también vemos a todos los que sufren en el mundo. Y esta es la profunda intención de la oración del vía crucis: abrir nuestro corazón, ayudarnos a ver con el corazón.
El vía crucis no es un acto pasado, sino presente. Y por eso no cabe ser neutral, ni simple espectador. La cruz espeja el dolor humano y nos implica en un abrazo, el único capaz de poner límite al sufrimiento.
Hemos acompañado a Jesús en el vía crucis. Lo hemos acompañado aquí, por el camino de los mártires en el Coliseo, donde tantos han sufrido por Cristo, han dado la vida por el Señor; donde el Señor mismo ha sufrido de nuevo en tantos.
Así hemos comprendido que el vía crucis no es algo del pasado y de un lugar determinado de la tierra. La cruz del Señor abraza al mundo entero; su vía crucis atraviesa los continentes y los tiempos. En el vía crucis no podemos limitarnos a ser espectadores. Estamos implicados también nosotros; por eso, debemos buscar nuestro lugar. ¿Dónde estamos nosotros?
En el vía crucis no se puede ser neutral. Pilatos, el intelectual escéptico, trató de ser neutral, de quedar al margen; pero, precisamente así, se puso contra la justicia, por el conformismo de su carrera.
DEBEMOS BUSCAR NUESTRO LUGAR
En el espejo de la cruz hemos visto todos los sufrimientos de la humanidad de hoy. En la cruz de Cristo hoy hemos visto el sufrimiento de los niños abandonados, de los niños víctimas de abusos; las amenazas contra la familia; la división del mundo en la soberbia de los ricos que no ven a Lázaro a su puerta y la miseria de tantos que sufren hambre y sed.
Pero también hemos visto “estaciones” de consuelo. Hemos visto a las Madre, cuya bondad permanece fiel hasta la muerte y más allá de la muerte. Hemos visto a la mujer valiente que se acerca al Señor y no tiene miedo de manifestar su solidaridad con este Varón de dolores. Hemos visto a Simón, el Cireneo, un africano que lleva la cruz juntamente con Jesús. Y mediante estas “estaciones” de consuelo hemos visto, por último, que, del mismo modo que no acaban los sufrimientos, tampoco acaban los consuelos.
Hemos visto que cómo san Pablo encontró en “camino de la cruz” el delo de su fe y encendió la luz del amor. Hemos visto cómo san Agustín halló su camino. Lo mismo san Francisco de Asís, san Vicente de Paul, san Maximiliano Kolbe, la madre Teresa de Calcuta… Del mismo modo también nosotros estamos invitados a encontrar, como estos grandes y valientes santos, el camino con Jesús y por Jesús: el camino de la bondad, de la verdad; la valentía del amor.
Hemos comprendido que el vía crucis no es simplemente una colección de las cosas oscuras y tristes del mundo. Tampoco es un moralismo que, al final, resulta insuficiente. No es un grito de protesta que no cambia nada. El vía crucis es el camino de la misericordia, y de la misericordia que pone límite al mal: eso lo hemos aprendido del Papa Juan Pablo II. Es el camino de la misericordia, y así, el camino de la salvación. De este modo estamos invitados a tomar el camino de la misericordia y a poner; juntamente con Jesús, el límite al mal.
Pidamos al Señor que nos ayude, que nos a ser “contagiados” por su misericordia. Pidamos a la santa Madre de Jesús, la Madre de la misericordia, que también nosotros seamos hombres y mujeres de la misericordia, para contribuir así a la salvación del mundo, a la salvación de las criaturas, para ser hombres y mujeres de Dios. Amén.
Alocución de Benedicto XVI después del vía crucis, 14 de abril de 2006
Gabriel González Nares
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