viernes, 2 de agosto de 2013

ACTUACIONES DEMONIACAS...

Actuaciones demoniacas en el último momento.

¿Cómo se presentará para cada uno de nosotros esa hora tan grave, que fijará nuestra eternidad, esa hora tan rica en gracias y bastante cargada de sufrimientos para reparar las faltas de nuestra vida? ¿Tendremos tiempo de purificar nuestra conciencia antes de enfrentarnos con el juicio de Dios? No sabemos si nos moriremos de repente o destruidos por la enfermedad. ¿Tendremos el espíritu lo suficientemente lúcido para ofrecer nuestra vida al Maestro que nos la reclamará?

Para Henry Nouwen, los dolores de la muerte son dolores de parto. A través de ellos dejamos las entrañas de este mundo y nacemos a la plenitud de los hijos de Dios, Pero antes de llegar a ese punto de abandono de este mundo, existe un proceso que puede ser instantáneo o largo y doloroso.

La vida del hombre profundamente debilitado que va poco a poco consumiéndose en el lecho, no merece el nombre de vida, pues aunque lo sea, tan mezclada está de muerte que no se sabría, si se trata de muerte aún viva o de vida muerta. Santo Tomás Moro, condenado ya a muerte y esperando esta, en la Torre de Londres, escribió una variada documentación y entre ella se encuentra un libro titulado: “Diálogo de la fortaleza contra la tribulación”. De este libro extraemos el siguiente párrafo.

“Aunque huirías gustoso de la muerte cruel y te repugnaría ir a ella, la meditación de su dolorosísima agonía te moverá, y El mismo, si lo deseas, no dejará de operar dentro de ti y te dará la gracia para rendirte y conformar tu voluntad con la suya, como hizo El con la de su Padre”.

En los supuestos de muerte no inmediata sino lenta, es decir la que se tiene y conoce con el nombre de muerte agónica, se tiene por cierto, que todo moribundo, sin excepción, siente la apremiante necesidad de hacer un balance de su vida y buscar la aceptación de los demás sobre sus actos, buscando ser comprendido y perdonado, sobre todo la petición de perdón a los demás por las ofensas y males causado a otros, es muy frecuente. Para San Alfonso María Ligorio, hay tres cosas que en general le amargan la muerte al hombre, y ellas son: El dichoso apego a este mundo, que en mayor o menor grado, todos tenemos; el remordimiento de los pecados y la incertidumbre de la salvación. Hay que tener presente que si en la hora de la muerte, viniese a atormentarnos el pensamiento de haber ofendido a Dios, recordemos siempre que el Señor ha ofrecido olvidar los pecados de los penitentes.

Así en las profecías de Ezequiel se puede leer: “30 Por eso, casa de Israel, yo los juzgaré a cada uno de ustedes según su conducta –oráculo del Señor–. Conviértanse y apártense de todas sus rebeldías, de manera que nada los haga caer en el pecado. 31 Arrojen lejos de ustedes todas las rebeldías que han cometido contra mí y háganse un corazón nuevo y un espíritu nuevo. ¿Por qué quieres morir, casa de Israel? 32 Yo no deseo la muerte de nadie –oráculo del Señor–. Conviértanse, entonces, y vivirán. (Ez 18,30-32).

En la hora de la muerte, el infierno pondrá en movimiento todas sus legiones para hacernos desconfiar de la misericordia divina, trayéndonos a la memoria todos los pecados de nuestra vida; pero la memoria de la muerte de Jesucristo nos animará a confiar en sus méritos y a no temer a la muerte. Irá, pues el demonio a tentar al moribundo, pero acudirá también el ángel de la guarda para confortarle; irán los santos protectores; irá San Miguel, destinado por Dios para defensa de los siervos fieles en el postrer combate; irá la Virgen santísima, acogiendo bajo su manto al que le fue devoto, derrotará a los enemigos; irá el mismo Jesucristo a librar de las tentaciones aquella oveja inocente o penitente, por cuya salvación dio la vida.

La hora de la muerte es tiempo de confusión y de tormenta. Entonces los pecadores pedirán el auxilio de Dios, pero sin conversión verdadera, sino por el temor del infierno, que ya verán cercano, y por eso justamente no podrán gustar otros frutos que los de su mala vida. Los peligros del tránsito. Lo que en el rito cristiano se dice sobre esto, tiene numerosos paralelismos en los mitos y ritos de los pueblos. ¿Por qué se buscaba en el viejo Egipto con tan gran cuidado facilitar y asegurar a los muertos el camino hacia el más allá, sino porque sabían que el tránsito estaba lleno de peligros?

El rito del tránsito debe de ayudar a no fallar el camino hacia la vida... En el mundo imaginativo de los mitos, desde el libro de los muertos egipcios, hasta el tibetano, desde los mitos griegos hasta el cristiano, encuentra aquí una admirable coincidencia. Los horrores de este viaje de las almas, del que tantos mitos nos hablan, provienen, según la liturgia cristiana, de los demonios, de satanás y sus secuaces, que quieren asustar, oprimir y echar a perder a las almas que regresan a su casa. Sin la ayuda orientadora de los ejércitos celestiales las almas se perderían. En la liturgia cristiana son especialmente los ángeles, pero también los santos, los que dirigen a las almas al paraíso.

Cuando un alma se encuentra en trance de abandonar este mundo, tiene lugar la llamada recomendación del alma. Nada más ajeno al sentido usual de la palabra que la intención de estas preces. Recomendación: se trata por parte de la Iglesia, de una transferencia de poderes. El cristiano a punto de expirar, es traspasado de jurisdicción, desde la Iglesia de la tierra a la Iglesia celeste. En el umbral se nombra a los santos y a los ángeles; más invocados son convocados para que ellos vengan a hacerse cargo de esta alma que abandona el mundo.

San Alfonso María Ligorio, nos dice que en esta situación: “No bastará recibir los sacramentos, sino que será preciso morir aborreciendo el pecado y amando a Dios sobre todas las cosas”. El temor del demonio a la Virgen, se extiende también a los que aman a la Virgen, él sabe que son sus protegidos sus elegidos y esa protección se extiende de una forma muy especial, en un momento muy crítico de la vida del hombre, que es cuando está agonizando, ya que en ese momento, no el demonio sino un batallón de demonios acuden para ejercer la mayor presión posible, pues tratan de evitar que un alma se les escape y se vaya al cielo. Glorioso y admirable, es tu nombre ¡Oh María!, exclamaba San Buenaventura. Los que lo pronuncian en la hora de la muerte no temen, pues los demonios al oírlo, al punto dejan tranquila al alma.

El Avemaría contiene una especie de convenio tácito por el que María nos promete estar allí. Estará a nuestro lado, igual que estuvo, tierna, emocionada, angustiada, junto al lecho de muerte de su bienaventurado esposo José, cuya mano tenía apretada en la suya cuando expiró. Santa Teresa de Lisieux, exclamaba: “No tengo miedo a los últimos combates ni a los sufrimientos, de la enfermedad por grandes que estos sean. Dios me ha ayudado y llevado de la mano desde mi más tierna infancia. Cuento con Él. Estoy segura que dé seguirá ayudándome hasta el fin. Podré sufrir horriblemente, pero nunca será demasiado; estoy segura de ello”.

Cuanto menos miedo tengamos a la muerte, más capacitados estamos para preparar, a los moribundos y profundizar en ellos la virtud de la esperanza, señalándoles que no están solos, que no se separan de los que aquí se quedan, porque ellos también, dentro de poco irán a reunirse con él. La primera condición para acercarse a un enfermo grave, consiste en nuestra capacidad para pensar con equilibrio, en la propia muerte. Este equilibrio debería de ser menos difícil para quien tenga una espiritualidad más madura.

No pocos moribundos se sienten aislados, a pesar de que los rodean sus familiares, porque advierten la imposibilidad de poder desahogarse, y se sienten obligados a expresar ilusorias esperanzas de recuperación. Es igualmente equivocado el comportamiento del que anuncia brutalmente la muerte cercana, y llega a pronosticar un número concreto de años, meses o días.

La incertidumbre de nuestro fin entra como elemento de esperanza para superar las dificultades de la existencia terrena. Aparentemente, el hombre muere solo: nadie ni el amigo más íntimo puede morir con él. Pero sin embargo le es concedida la gracia de la intimidad más inconcebible, la de un mismo morir con su Señor. “Es doctrina segura: si morimos con él, también viviremos con él”. (2Tm 2, 11)”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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