María del Carmen, de 42 años y madre de dos hijos, rompe ahora su silencio con el autor de este blog. Quiere que su testimonio sirva a muchos desesperados que sufren en propia carne, como ella lo ha hecho hasta hace sólo tres semanas, cuando quedó felizmente liberada, las tremendas sacudidas del Maligno.
“La peor pesadilla de mi vida –recuerda todavía con pavor- empezó hace seis años. Sentí entonces que no era la misma persona; me notaba extraña. Supe con los años que unos vecinos me habían hecho misas negras y ritos satánicos tras recurrir a los servicios de un brujo profesional”.
María del Carmen no fue desde entonces ni la sombra de sí misma. Sentía un odio irrefrenable hacia todo lo sagrado. Era incapaz de recitar una sola oración de alabanza a Dios. “No podía ni siquiera pronunciar su nombre -asegura-. Me ponía muy violenta e irascible, cargada de odio y de ira. Tampoco podía pisar una iglesia ni llevar una cruz. De hecho, tuvo que suspenderse la Primera Comunión de mi hijo porque yo no podía estar dentro de la iglesia”.
Conoció entonces providencialmente al padre Salvador Hernández, exorcista de la diócesis de Cartagena (Murcia), que pasaba unos días de asueto en su localidad natal de Molina de Segura, tras expulsar numerosos demonios en compañía de don Gabriele Amorth, exorcista oficial del Vaticano.
“Don Salvador me sentó en un sillón de su casa y fue a la cocina a por un vaso de agua para exorcizarla. Yo quería largarme de allí enseguida. Estaba muy nerviosa. Lo último que recuerdo, antes de sumirme en trance de posesión diabólica, es que agarré al sacerdote por la muñeca para que no me impusiese las manos y grité como una loca”.
Desde aquel día, y durante año y medio nada menos, María del Carmen se sometió a un exorcismo semanal. Su marido estuvo presente en todas y cada una de las sesiones. “Don Salvador –agrega- me amarraba a la camilla con blocajes magnéticos, pero yo los desactivaba en cuestión de segundos. Después de cada exorcismo me quedaba extenuada y, claro, al final me cansé y decidí no volver”.
Craso error. El demonio se cebó con ella de forma más virulenta aún, hasta que no tuvo más remedio que ponerse de nuevo en manos del padre Salvador.
“La primera posesión –advierte- fue de Lucifer, pero en la segunda se sumó ya Satanás. Los dos demonios me han hecho la vida imposible. Don Salvador tuvo que pedir ayuda a tres personas para sujetarme. Me sentaron esta vez en una silla de hierro, soldada a una plancha maciza sobre la que hacían fuerza los tres hombres con el peso de sus cuerpos para que no pudiera moverme. Pero aun así, yo conseguía levantar la plancha con la silla a medio metro del suelo, levitando”
De su tremenda odisea da cuenta ahora la propia víctima:
“Paseando por la calle, sentía una necesidad imperiosa de arrojarme debajo de un coche en marcha o de tirarme por un puente… Mi marido y mis hijos han sufrido los efectos colaterales de mi posesión: discusiones sin venir a cuento, caídas inexplicables de la silla, cambios bruscos de carácter… A veces, el demonio me quitaba las sábanas de golpe…”.
Hoy, María del Carmen es, gracias a Dios, una mujer feliz. “Hace tres semanas –se congratula-, cuando fui liberada, sentí una paz inmensa y lloré de alegría porque había vuelto a nacer. Aquella misma tarde comulgué y recuperé mi vida. Ha sido un calvario por el que he tenido que pasar para madurar espiritualmente. Ahora quiero que mi testimonio sirva a muchas personas que sufren lo indecible por culpa del demonio. Porque el demonio existe”.
José María Zavala
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