He derramado algunas lágrimas por las víctimas del accidente de tráfico de hoy. Tanto sufrimiento en los heridos, en sus familias, en las vidas truncadas. Detrás de esta noticia en una televisión o un periódico, hay una gran cantidad de sufrimiento. El sufrimiento no se puede cuantificar en una cifra. Pero si se pudiera, podríamos comprender mejor las lágrimas y dolor de este accidente.
Aunque no dejo de preguntarme cómo es posible que el país entero se compadezca ante la muerte de 80 personas, y le dé la espalda al sufrimiento de 118.000 niños abortados el año pasado en este mismo país.
¿Por qué la gente se duele de unas muertes y no de otras? ¿Por un simple papel firmado bajo el título de ley?
¿Por qué la gente llora por el dolor de esos viajeros, y no por el dolor de 118.000 niños? Seres humanos los unos, seres humanos los otros. Con rostro, nariz, ojos, manos, los unos y también los otros.
118.000 infanticidios harán descarrilar esta nación. Son una piedra demasiado grande en la vía.
Son como un peso que se va a acumulando en la balanza de la Justicia Divina, hasta que veamos en las televisiones una noticia que sea peor que la de este tren.
Porque es la nación entera la que ebria de iniquidad va acelerando más y más, cada vez más convencida de que las tablas de piedra de la Ley de Moisés son relativas. Las alarmas se van encendiendo a lo largo del camino. Los avisos se producen, pero no son escuchados. Hoy es ese tren, pero mañana será la nación.
PUBLICADO POR PADRE FORTEA
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