sábado, 6 de julio de 2013

CATOLICISMO Y PROTESTANTISMO


PROTEO

Proteo era un personaje fabuloso, que tomando todas las formas, se ocultaba á todas pesquisas y esquivaba todos los ataques.

Proteo es el verdadero tipo de eso que se ha llamado el protestantismo. No se sabe cómo hacer para definirle y mucho menos se acierta á cogerle. Él es diferente en París que en Londres, en Ginebra que en Berlín, en Berna que en Nueva-York. Más aún: en cada barrio de una misma ciudad, en cada templo, en la cabeza de cada uno de sus ministros; y me atrevería a decir que hasta en la cabeza de cada protestante, el protestantismo se diferencia de sí mismo.

Lo que enseña, lo que dice, lo que quiere aquí, es ¡diametralmente opuesto i lo que enseña, a lo que cree en otra parte. Sin embargo siempre es el protestantismo.

¿Qué es pues el protestantismo?

¿Es una religión? No, es una secta.

¿Es una Iglesia o una aglomeración de Iglesias?. No, es una pluralidad de individuos.

¿Es una institución? No, en una rebelión.

¿Es una enseñanza? No, es una negación.

Él protestantismo protesta y aquí acaba su obra. Su nombre es puramente negativo; y lo dicho explica como en trescientos años, este nombre no ha variado aunque el encubre infinitas variaciones.

Como el protestantismo no es más que una renuncia de !a antigua fe, cuanto menos él crea, más protestará y así merecerá mejor el nombre que lleva. Este nombre se hace cada día más verdadero y subsistirá hasta el momento en que el protestantismo perezca, cual perece la úlcera cuando ha devorado el último átomo de carne en que se cebaba.

Sin embargo, se dice que el Proteo de la fábula llegó a ser aprehendido; y yo voy a hacer lo posible por lograr otro tanto con el protestantismo, sorprendiéndole bajo uno de los mil disfraces de que hace uso. Procuremos arrancarle la máscara, para que le conozcan los católicos a quienes trata de engañar.

PROTESTANTISMO Y PROTESTANTES

¿Son una misma cosa el protestantismo y los protestantes? De ninguna manera.

Los protestantes son como los demás hombres, criaturas de Dios, por cuya salvación murió nuestro Señor Jesucristo; mientras que el protestantismo es una rebelión contra la verdad, un crimen que Dios maldice en la tierra, como maldijo en el cielo la rebelión de Satanás y sus secuaces.

Es necesario amar a los protestantes como prójimos y detestar el protestantismo, como se ama al pecador y se detesta el pecado.

El protestantismo es malo por naturaleza, pero el protestante puede ser frecuentemente un buen hombre; y de todos modos, el protestante es siempre infinitamente mejor que el protestantismo. Muchas veces no es protestante sino de nombre; y lo que le falta en materia de religión, más bien se debe imputar a su educación y a la atmósfera en que vive, que a un sentimiento personal y culpable.

En esta obrita lo que yo ataco no es al protestante, sino al protestantismo; pero al protestantismo le ataco y le denuncio como un grande enemigo de las almas.

Ante todo me compadezco de los pobres protestantes; muchos de los cuales, lo sé, están en la más perfecta buena fe.

Dios los tratará con misericordia, si estando en esa gran ruina, que se llama el protestantismo, todavía aman y buscan como mejor pueden, los vestigios de la verdad.

El protestantismo es una doctrina engañosa.

¡Guerra al error!

El protestante es un hombre por quien, como por todos los hombres, ha padecido y muerto nuestro Señor Jesucristo; y es por lo mismo un próximo, á quien todos debernos amar.

CATOLICISMO Y CATÓLICOS

Si protestantismo y protestantes no son una sola e idéntica cosa, tampoco lo son catolicismo y católicos.

El protestantismo siempre es peor que los protestantes. Esto es tan cierto como fácil de concebir. El pecador vale siempre más que su pecado: el hombre que se engaña vale siempre más que su error porque el pecado y el error son absoluta y enteramente malos, mientras que el hombre que peca o yerra, conserva siempre algo de bueno, algunos restos de verdad y de pureza de corazón.

El catolicismo, por el contrario, es siempre mejor que los católicos. Por perfecto y santo que se suponga a un católico, siempre quedan en él las imperfecciones de la humana naturaleza y los residuos del pecado original.

La iglesia católica, que le conduce en los caminos de Dios, le presenta la verdad pura de toda mezcla y absolutamente buena, le propone la santidad perfecta; y por lo mismo, la maestra es siempre superior al “discípulo.

Frecuentemente sucede que los ministros protestantes, en los reproches que dirigen á la iglesia católica, confunden a los católicos, con el catolicismo, al discípulo siempre imperfecto, con la doctrina en sí perfecta.

De ahí proceden las recriminaciones injustas ; de ahí deriva, muchas veces, una irritación infundada; y de ahí en fin, nacen obstáculos que son quiméricos, pero bastantes fuertes para impedir que el extraviado vuelva a la verdad.

CATÓLICOS Y CATÓLICOS — PROTESTANTES Y PROTESTANTES

Hay leños y leños, decía un cortador de madera, en cierta comedia. Digámoslo aquí y distingamos bien.

Hay católicos y católicos; verdaderos católicos y católicos de contrabando: católicos serios que conocen su religión, la practican con sinceridad y procuran darse a la oración, a la penitencia, a las obras de caridad y a la unión íntima con Nuestro Señor; y católicos, al contrario, que solamente lo son de nombre, pues viven en la indiferencia religiosa, no oran ni frecuentan los sacramentos y descuidan el servicio de Dios. Es necesario no confundir los unos con los otros; y sobre todo, es justo e indispensable no tomar al mal católico como tipo de los católicos en general.

DIFERENCIA QUE HAY ENTRE UNA CONVERSIÓN Y UNA APOSTASÍA.

La conversión es un deber, la apostasía es un crimen.

Cuando un protestante entra en el seno de la Iglesia, se convierte ; pero cuando un católico deja la Iglesia para afiliarse a una secta protestante, apóstata.

¿Por qué esta diferencia? Voy a explicarla.

La fe católica invariablemente enseñada por la Iglesia, hace diez y ocho siglos, se compone de un número cierto de dogmas positivos, tales como la unidad de Dios, la Trinidad, la Encarnación, la presencia real, el Papado, etc. etc. Para tener un número redondo, supongamos por un momento que esos dogmas sean cincuenta. Admitiendo esta hipótesis, todos los cristianos creían, pues, cincuenta dogmas, hasta principios del siglo décimo, época en la cual no había más que una sola fe en la cristiandad. En el décimo siglo la Iglesia griega negó que el espíritu Santo proceda tanto del Padre como del Hijo, y negó también la supremacía del Papa, por lo que de cincuenta dogmas no le quedaron a esa Iglesia cismática más que cuarenta y ocho.

Así se ve que nosotros los católicos, creemos siempre todo lo que ha creído la Iglesia; mientras que, los cismáticos griegos, por el contrario, niegan dos verdades que nosotros creemos.

En el siglo décimo sexto las sectas protestantes llevaron las cosas más lejos, negando otros dogmas. De los cincuenta algunos de ellos negaron veinte, otros treinta, y otros apenas conservaron unos pocos. Pero pocos o muchos, los que ellos retuvieron, nosotros los católicos los conservamos con todos los otros. La Iglesia católica cree todos los dogmas verdaderos que creen los protestantes; y además está enriquecida con los que éstos han rechazado. Este punto es incontestable.

Estas sectas, de consiguiente, no son religiones, porque sólo se forman negando tal o cual dogma; y así no son más que negaciones, es decir, nada por sí mismas, pues la negación es la nada. De esto se deduce una consecuencia, con la mayor evidencia; y es la de que el católico que entra en una secta protestante, apóstata verdaderamente, porque abandona dogmas y niega hoy lo que ayer creía. Por el contrario, un protestante que pasa á la Iglesia católica no abdica ninguna verdad, no niega nada de lo que creía si era cierto, y sí cree la verdad que negaba, lo cual es muy diferente. Este razonamiento, que no tiene réplica, es del conde de Maistre.

El Señor de Joux, pastor protestante de Ginebra y después presidente del Consistorio reformado de Nantes, decía en 1813: “Yo condenaría a un católico que se hiciera protestante, porque no es permitido al que posee lo más dejarlo por buscar lo menos; pero no podría censurar a un protestante que se hiciese católico, porque es muy permitido a quien tiene lo menos, buscar lo más.

En 1825, el Señor de Joux abjuró el protestantismo y se convirtió a la fe católica.

PORQUÉ SE HACEN UNOS CATÓLICOS Y OTROS PROTESTANTES

Con raras excepciones que siempre se explican por una profunda ignorancia de la religión católica que se deja, y del protestantismo que se abraza; yo afirmo que nunca un católico se ha hecho protestante por motivos honrosos y de que él no tuviera que avergonzarse.

He conocido a algunos católicos, de nombre, que querían hacerse protestantes. Uno de ellos era un joven amable e inteligente, pero perdidamente enamorado de la hija de un ministro protestante, de donde le nacía un deseo ardiente de hacerse protestante, no una convicción la más desinteresada de la excelencia del protestantismo.

Otro era un sacerdote que había abandonado todas sus obligaciones y vivía en el desorden. El obispo de su diócesis había tenido que recogerle las licencias y ahora él es cura protestante.

Otra prosélita era una joven alemana, que daba lecciones en una familia extraña, en cuya posición se creía humillada; y como los protestantes la ofrecían una buena posición, con tal de que renegase de la fe católica, ella me escribía a mí lo siguiente, para hacerme saber que aceptaba la propuesta: “Cueste lo que costare, quiero tener casa mía.”

Estas no son más que unas muestras de lo que todos los días sucede. Es tan conocido el carácter de estas pretendidas conversiones al protestantismo, que los mismos protestantes leales las lloran. Uno de sus escritores decía: “El protestantismo le sirve de albañal (Albañal es Canal o conducto por el que van y salen las aguas sucias–nr) al catolicismo.”

Y el Dean Swift, protestante también, añadía: “Cuando el Papa limpia su jardín, echa las malas yerbas al nuestro.”

Estas palabras se han convertido en un adagio inglés.

“Mientras que la Iglesia Católica, dice un diario protestante de Suiza, atrae a sí continuamente a los protestantes más instruidos, más ilustrados y más distinguidos por su moralidad, nuestra Iglesia reformada está reducida a tomar por reclutas a los frailes apóstatas, lascivos y concubinarios.”

Ciertamente desde Lutero y Calvino, Zwinglio, Ecompaladio, Bucero, etc., todos los cuales fueron eclesiásticos, suspendidos por vicios, frailes apóstatas ó malos sacerdotes, algunos perversos individuos del clero católico, siguiendo la huella de aquellos, se arrojan como por instinto, en brazos del protestantismo, donde encuentran simpatía y protección. Ellos eran el oprobio y la hez del catolicismo; lo cual no obsta, para que, sin transición, los protestantes los hagan ministros del puro Evangelio.

Los escuchan, los honran y los aplauden; y lo que es más aún, hacen gala de su apostasía, de modo que las sectas protestantes ostentan como un trofeo, lo que arroja la Iglesia católica como una ignominia. En Inglaterra ha sido llevado en triunfo el fraile apostata Achilli, lanzado de su convento y hasta de su país, por su infame libertinaje; y otros miserables, parecidos a él, han hallado buena acogida y lucrativos empleos entre los protestantes de Ginebra y de París. Guarde la Reforma estas conquistas. Se la cedemos con mucho gusto.

Hace poco tiempo que una señora prusiana, habiéndose hecho católica, ocho o diez años antes, era requerida con seductores ofrecimientos por su familia, para que volviera al protestantismo. Exhortándola un eclesiástico amigo mío a no ceder, ella le respondió con triste franqueza: “Me hice católica por amor de Dios; ahora voy a hacerme protestante por amor a mí misma. He aquí perfectamente resumida la cuestión.

Uno es pobre y quiere salir de ese estado; otro tiene pasiones y no quiere reprimirlas: otro es orgulloso y no quiere someterse; otro es ignorante y se deja seducir. . . .

HE AQUÍ POR QUÉ ALGUNOS SE HACEN PROTESTANTES.

De muy distinta manera muchos protestantes se hacen católicos.

Desde luego concedo, que a veces puede suceder, que ciertos motivos humanos, induzcan a un protestante a entrar en la comunión de la Iglesia; pero estas no son, ni pueden ser otra cosa, que excepciones imperceptibles. Los protestantes que se hacen católicos, como hemos visto por confesión de los mismos protestantes, son los más honrados sabios y virtuosos que hay en el seno del protestantismo. Este hecho es más palpable que nunca en nuestros días.

En Inglaterra, durante los quince o veinte últimos años, ha abjurado la herejía un número considerable de ministros anglicanos, que eran lo más florido de las Universidades inglesas y los maestros de las ciencias, bastando citar los nombres de Newman, Manning, Faber y “Wilberforce, para tapar la boca a toda contradicción. Cada día los diarios ingleses publican, con despecho, nuevas conversiones ocurridas en el clero protestante, en la nobleza, en la magistratura, o en el ejército.

Uno de los hechos más notables en este género es la conversión del ilustre hijo de Lord Spencer, caballero inglés de la más elevada aristocracia, el cual, hecho católico, entró en el humilde y severo orden de los pasionistas, bajo el nombre de Padre Ignacio.

Cuando todavía era protestante, excitaba a sus correligionarios de todas las sectas, a orar por la conversión de la Inglaterra, a lo menos condicionalmente; esto es, les decía, que pidiesen a Dios, que si la Iglesia Católica era la verdadera esposa de Jesucristo, se dignase hacer que la Inglaterra volviese al gremio de esta Iglesia.

Convertido al catolicismo y ordenado de Sacerdote, él ha continuado promoviendo con celo esta Cruzada de oraciones la cual ha traído sobre su patria tantas gracias del Cielo.

La Alemania ha dado también los más ilustres ejemplos de conversiones a la fe católica, especialmente en las familias de soberanos y príncipes. Desde el año de 1817, el Duque de Sajonia Gotha, pariente próximo del rey de Inglaterra, volvió al seno de la Iglesia; y por su viva piedad, llegó a ser la edificación tanto de los católicos como de los protestantes. En 1822 tuvo lugar la conversión del Príncipe Enrique Eduardo de Schoemburgo: en 1826 la del Conde Ingenheim, hermano del rey de Prusia: la del Duque Federico de Mecklemburgo: la de la Condesa de Solms Bareuth: la de la Princesa Carlota de Macklemburgo, esposa del Príncipe real de Dinamarca, etc. etc. A estas conversiones de príncipes, debe añadirse la del hermano del actual rey de Wurtemberg, verificada en París el año de 1851.

Pocos serán los que no hayan oído hablar del famoso conde de Stolberg, que era uno de los hombres más eminentes al principio de este siglo. Convertido a la religión católica por un estudio serio de la Sagrada Escritura, de los Santos Padres y de las obras de controversia, sacrificó la más brillante carrera por abrazar la verdad; y Dios le dio el consuelo de ver seguido su ejemplo por su familia, que toda entera se hizo también católica.

En pos del conde Stolberg y casi en la misma época, se reconciliaron con la Iglesia muchos escritores, filósofos y jurisconsultos alemanes de primer orden.

Muéstrenos el protestantismo sus conquistas para compararlas con las que ha hecho el catolicismo en esto grandes hombres. No le pediremos hombres ilustres, hombres que por el brillo de su talento y la nobleza de su carácter, puedan hacer contrapeso a los que acabamos de citar, y otros muchísimos que se omiten. Es evidente que el protestantismo no los tiene, pues si los tuviera los publicaría a voz en grito. Pero muéstrenos por lo menos, muéstrenos algunos católicos instruidos y prácticos, que hayan abandonado a la Iglesia, estrechados por la necesidad de una creencia mejor, y que hayan edificado a sus nuevos correligionarios con el espectáculo de una vida ejemplar y cristiana.

Los apóstatas que se pasan al protestantismo, casi siempre son individuos que esperan, por el cambio de religión, mejorar de fortuna; o corazones ulcerados, que quieren vengarse, por medio de un escándalo.

Los que salen de las sectas protestantes para entrar la Iglesia de Jesucristo, vienen a buscar, y efectivamente encuentran en ella la fe sólida, clara y precisa, el consuelo, la paz, la santidad y el amor.

La ignorancia, las malas pasiones, y el olvido de la justicia divina, arrastran las almas al protestantismo.

La rectitud de conciencia, la ciencia verdadera, el amor de la verdad y el santo temor de Dios, atraen las almas a la Iglesia católica.

Sáquese la consecuencia.

Por Monseñor de Ségur

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