miércoles, 26 de junio de 2013

PARA REZAR MEJOR EL PADRE NUESTRO...


En el Padre Nuestro decimos: "santificado sea tu nombre". ¿Acaso tiene Dios necesidad de que los hombres le deseemos el bien? ¿Podemos nosotros santificar el Nombre de Dios que es santo?

Cuando oímos a Dios decir: "continuamente, a lo largo del día, mi nombre es despreciado" (Is. 52,5) nosotros queremos responderle: "No, Señor, nosotros te amamos y te alabamos: ¡santificado sea tu nombre!"

LA ORACIÓN DE BENDICIÓN Y ALABANZA

A una creatura le corresponde bendecir a su Creador por lo que Él es y por los beneficios que ha recibido de Él. Es deber de un hijo agradecer, bendecir, respetar a sus padres, origen de su vida. Cuando hablamos de que hemos sido creados, comprendemos que lo hemos recibido todo de Dios, ¡incluidos nuestros padres!

Santificar el Nombre de Dios significa ponerlo por encima de todo, honrarlo, alabarlo, reconocer su santidad, su majestad, la maravilla de sus dones, confiarse a Él, reconocer su omnipotencia, cantar y celebrar su belleza. El corazón humano se ensancha cuando bendice a su Creador y Padre.

Ante tantos regalos del amor de Dios, ante la belleza desbordante de la creación, ante el don de nuestros prójimos, de la vida, de la inteligencia, del alimento, de los niños y de los ancianos, ante el don de Cristo Verbo Encarnado, de la Eucaristía, el don del Espíritu Santo, del bautismo, el don de María, de la Iglesia, de la vida eterna.... ¿Cómo no exclamar una y otra vez: "santificado sea tu nombre"!

Jesucristo nos dio a conocer el Nombre de Dios (cfr Jn 17,6) y con su ejemplo, nos enseñó a alabarlo: "Padre, glorifica tu Nombre." (Jn 12,28)

También María nos enseñó a alabar a Dios cuando en el Magnificat glorifica la grandeza del Señor.

El coro de los ángeles canta a Dios: "Santo, Santo, Santo" (Ap 4,8) "También nosotros, destinados a vivir como los ángeles, si somos dignos, aprendamos ya en esta tierra esa voz celestial que alaba a Dios, que será nuestro servicio en la gloria futura" (Tertuliano)

Y el salmista nos enseña a decir: "Yo te glorifico, Señor...." (Salmo 30,2)

¿APORTAMOS ALGO A DIOS CON NUESTRA ALABANZA?

El nombre indica las cualidades específicas de la cosa nombrada. El nombre de Dios revela su santidad, su divinidad. Si el nombre de Dios es santo, ¿cómo pretendemos santificarlo? ¿Acaso podemos aportar algo a Dios con nuestra alabanza?

No es que nuestras oraciones santifiquen a Dios, pues Dios ya es santo, sino que, además de bendecirle y alabarle, le pedimos a Él que su Nombre sea santificado en nosotros. Es una súplica por nuestra perseverancia en la carrera a la santidad que iniciamos en el bautismo. Tenemos necesidad de continua conversión. Por eso todos los días, al rezar el Padre Nuestro, lo que hacemos es pedir a Dios que nos lave, que nos santifique, que nos purifique.

Somos nosotros los que ganamos cuando damos gloria a Dios, porque si agradamos a Dios con nuestras buenas obras, los que crecemos somos nosotros. Si alabas a Dios te haces bien a ti mismo, si maldices a Dios te perjudicas a ti mismo. También esta es muestra de la bondad y santidad de Dios nuestro Padre, que no ha querido recibir para sí solo cuanto como creaturas le debemos, sino hace redundar en nuestro bien y felicidad lo que le decimos y ofrecemos para agradarle a Él.

UNA SUGERENCIA PARA QUE LA PRÓXIMA VEZ RECES MEJOR EL PADRE NUESTRO:

Haz un elenco de los principales regalos que has recibido de Dios, escríbelos y luego pregúntate: ¿Qué he hecho para merecerlos? ¿Por qué ha sido Dios tan bueno conmigo? Contempla ese canasto desbordante de regalos personales de Dios a ti y luego alza la mirada y las manos y dile: Padre Nuestro, que estás en el cielo, ¡santificado sea tu nombre!

Cuando escuches las olas del mar: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando contemples un cielo estrellado: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando recuerdes el amor de tus padres: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando estés con tu esposo o esposa: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando veas a tus hijos crecer: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando amanezcas cada mañana: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando termines la jornada: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando la vida te duela: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando todo resulte bien: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando te humillen: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando te muestren aprecio: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando lo contemples clavado en la cruz: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando recibas el perdón de tus pecados: ¡Santificado sea tu nombre!

Cuando experimentes el amor de la Virgen María: ¡Santificado sea tu nombre!

Siempre y en todo momento: Padre Nuestro ¡Santificado sea tu nombre!

Santificado sea tu nombre en mi jornada laboral.

Santificado sea tu nombre en mi vida matrimonial, consagrada o sacerdotal

Santificado sea tu nombre en mi quehacer diario.

Santificado sea tu nombre en mi vida social.

Santificado sea tu nombre en mis pensamientos.

Santificado sea tu nombre en mis palabras.

Santificado sea tu nombre en todos mis actos.

Señor santificado sea tu nombre en mi vida y por todos los hombres.

Para leer más sobre el Padre nuestro puedes ver estos artículos:

• ¿Dónde está el cielo?

• ¿Cómo rezar bien el Padre nuestro, 5 actitudes?

________________________________________

El contenido de este artículo puede reproducirse total o parcialmente en internet, sin fines comerciales y citando siempre al autor y la fuente de la siguiente manera: Autor: P. Evaristo Sada, L.C.; publicado originalmente en: http://www.la-oracion.com

No hay comentarios:

Publicar un comentario