La esperanza matemática, que al fin y al cabo mide el premio en relación a su probabilidad – con una probabilidad de que Dios exista mayor que cero –, nos indica que la apuesta más favorable es la de creer en Dios, pues nos otorga una recompensa infinita, frente a los placeres finitos que vendrían de la no creencia.
Poco tiempo después de formularse los problemas del milenio, Grigori Perelman resolvía el primero de ellos y renunciaba después al millón de dólares de recompensa para marcharse a un suburbio de San Petersburgo a cuidar de su madre de 80 años.
El talentoso profesor pasaba de dar conferencias en las más prestigiosas universidades americanas, a vivir con toda dificultad en un pequeño apartamento de Rusia.
Desaliñado, con una larga barba y abrigos roídos, Perelman se pasea por San Petersburgo huyendo de la fama como huyó en su momento el genio del ajedrez Bobby Fisher, con el que se dice que puede compartir enfermedad, una especie de autismo conocido como el síndrome de Aspergen.
Sobre la vida ascética de Perelman y su intensa religiosidad se han escrito tantas cosas que algunos han llegado a afirmar, a raíz de las declaraciones de un supuesto amigo suyo de la infancia, que anda tratando de comprobar matemáticamente la existencia de Dios, lo que habría de ser su próximo descubrimiento.
Parece poco probable que un genio como Perelman gaste su intelecto en tareas tan lejanas a las matemáticas pero es preciso recordar que el matemático Blaise Pascal, esa brillante mezcla de místico y científico que dio el siglo XVII francés, fue capaz de demostrar la conveniencia de creer en Dios – que no su existencia – a partir del concepto de esperanza matemática.
Pascal decía que si otorgamos a la existencia de Dios un valor cualquiera mayor de cero, tenemos cuatro posibilidades respecto a su existencia:
• Si creemos y Dios existe, tendremos una recompensa infinita.
• Si creemos y Dios no existe, habremos perdido ciertos placeres terrenales.
• Si no creemos y Dios no existe, habremos ganado esos mismos placeres terrenales.
• Si no creemos y Dios existe, estaremos abocados a un castigo eterno.
La esperanza matemática, que al fin y al cabo mide el premio en relación a su probabilidad – con una probabilidad de que Dios exista mayor que cero –, nos indica que la apuesta más favorable es la de creer en Dios, pues nos otorga una recompensa infinita, frente a los placeres finitos que vendrían de la no creencia.
Fuente: Te Interesa
Grigori Perelman
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