El Papa Francisco martillea contra la ambición por la carrera, como el paso de una cátedra episcopal a otra y, después, a otra de nuevo. Pero el propósito de vincular indisolublemente un obispo a su diócesis ha caído en el vacío hasta ahora. Prueba de ello es el "curriculum vitae" de los cardenales.
Alertar contra el “carrerismo” eclesiástico, la obsesión por “hacer carrera”, es uno de los temas recurrentes en la predicación del Papa Jorge Mario Bergoglio. Varias veces, tanto en las homilías de las misas matutinas en Santa Mara, como en las pronunciadas en las ocasiones solemnes, el Pontífice llegado "del fin del mundo" denuncia una tentación que viene de antiguo: efectivamente se remonta a los tiempos de Jesús, cuando los apóstoles, según narran los Evangelios, discutían entre ellos sobre quién era el más grande.
La denuncia del “carrerismo” eclesiástico no es, sin embargo, – a no ser por la reiterada frecuencia –, una exclusiva del actual Papa.
Precisamente este año se conmemoran los cinco años del fallecimiento del cardenal Bernardin Gantin, que en el siglo apenas dejado atrás lanzó un memorable "Yo acuso" contra el “carrerismo” clerical. Y lo hizo tras haber sido durante 14 años, de 1984 a 1998, prefecto de la congregación para los obispos, el dicasterio vaticano que colabora más de cerca con el Papa en el nombramiento de los pastores de gran parte del orbe católico.
Corría el año 1999 cuando, el 27 de marzo, "L’Osservatore Romano" publicó un artículo firmado por el llorado cardenal Vincenzo Fagiolo, ilustre canonista de la curia romana, titulado: "Cómo juzgar ´las cosas dispuestas´ por la Santa Sede".
En éste, el purpurado partía de una carta de 1928 que monseñor Angelo Roncalli, siendo delegado apostólico en Bulgaria, había enviado a Alfonso Maria De Sanctis, párroco de San Juan Bautista de los Florentinos en Roma, al ser nombrado obispo de Segni.
En dicha misiva, el futuro Juan XXIII le felicitaba por el nombramiento y reprobaba los comentarios que el mismo había suscitado en Roma: "¡Pobre Mons. De Sanctis! Lo envían como obispo a Segni. ¡Podría haber sido peor!"; o bien: "Lo envían allí durante poco tiempo y en espera de un puesto mejor".
Este fue el comentario del cardenal Fagiolo sobre el episodio en cuestión:
"La dignidad del episcopado está en el ´munus´ que comporta y éste es tal que por sí mismo prescinde de toda hipótesis de promoción y traslado, que tendrían que ser, si no eliminados, cada vez más raros. El obispo no es un funcionario, un interino, un burócrata de paso que se prepara para otros cargos más prestigiosos".
Precisamente esta fue la frase que sirvió al cardenal Gantin – en esa época decano del colegio cardenalicio y primer africano que cubría un cargo de primer plano en la curia – para lanzar su invectiva contra el “carrerismo” eclesiástico.
Con el fin de promover una posible solución, o por lo menos frenar el fenómeno, Gantin propuso prohibir el traslado de una diócesis a otra, recuperando la praxis de la estabilidad que estaba en vigor en los primeros siglos de la historia cristiana.
Lo hizo en abril de 1999 en una entrevista publicada en la revista mensual internacional "30 Días", entonces dirigida por Giulio Andreotti, el estadista católico fallecido recientemente que, entre otras cosas, era amigo de infancia del cardenal Fagiolo:
Gantin dijo:
"Cuando es nombrado, el obispo debe ser para el pueblo de Dios un padre y un pastor. Y se es padre para siempre. Del mismo modo un obispo, una vez nombrado en una determinada sede, en líneas generales y por principio debe permanecer en ella para siempre. Seamos claros: lo que hay entre el obispo y la diócesis está representado como un matrimonio; y un matrimonio, según el espíritu evangélico, es indisoluble. El nuevo obispo no debe tener otros proyectos personales. Puede haber motivos graves, gravísimos, por razón de los cuales la autoridad puede decidir que el obispo vaya, por decirlo de alguna manera, de una familia a otra. Haciendo esto la autoridad tiene presente numerosos factores y, entre estos no se encuentra, desde luego, el posible deseo de un obispo de cambiar de sede".
El purpurado de Benín – al que se le ha dedicado este año una cátedra en la Pontificia Universidad Lateranense – demolía también el concepto de las llamadas sedes cardenalicias, tradicionalmente metas de traslado muy ambicionadas.
Decía Gantin, prefigurando lo que tal vez podría suceder precisamente bajo el Papa Francisco:
"El concepto de las diócesis llamadas cardenalicias debe ser muy relativizado. El cardenalato es un servicio que se pide a un obispo o a un sacerdote teniendo en cuenta muchas circunstancias. Hoy, en los países de reciente evangelización, como en Asia o en África, no hay sedes llamadas cardenalicias, sino que la purpura es concedida a la persona. Debería ser así en todas partes, también en Occidente”.
Para el cardenal Gantin, por tanto, había que volver a la praxis antigua y reducir casi a cero la costumbre de trasladar un obispo de una sede a otra más prestigiosa:
"En el pasado, cuando aumentaba el número de las diócesis, era comprensible que se llevaran a cabo algunos traslados. Ahora no existe esta exigencia en los países en los que la jerarquía católica ya está asentada, como en Europa, por ejemplo; mientras exigencias de este tipo pueden existir todavía en las tierras de misión. En este último caso, los traslados deberían realizarse hacia sedes más necesitadas, difíciles, y no hacia sedes más cómodas y prestigiosas".
El cardenal africano, fallecido en 2008, apoyó hasta lo último las tesis de esta entrevista y llegó a desear que se codificara la prohibición de los traslados:
"No estaría mal que se pusiera en marcha un procedimiento para introducir esta norma en el código de derecho canónico. Ciertamente, podría haber algunas excepciones, determinadas por motivos graves. Pero la norma debería ser la de la estabilidad, para evitar arribismos y “carrerismos”".
La entrevista de Gantin tuvo un eco notable en los sacros palacios y en los medios de comunicación. Entre los eclesiásticos que estuvieron de acuerdo con el contenido estaba el entonces cardenal Joseph Ratzinger, que había recibido la purpura junto a Gantin de manos de Pablo VI en 1977.
De nuevo en la revista "30 Días", en el número de junio de ese mismo año 1999, el entonces prefecto de la congregación para la doctrina de la fe y vice-decano del colegio cardenalicio dijo que estaba "totalmente de acuerdo con el cardenal Gantin":
Y añadió:
"Especialmente en la Iglesia no debería existir ningún sentido de “carrerismo”. Ser obispo no debe ser considerado una carrera con diversos escalones, de una sede a la otra, sino un servicio muy humilde. Pienso que también el debate sobre el acceso al ministerio sería más sereno si se viera en el episcopado un servicio y no una carrera. También una sede humilde, con pocos fieles, es un servicio importante en la Iglesia de Dios. Desde luego, puede haber casos excepcionales: una sede muy grande para la cual es necesario tener experiencia del ministerio episcopal; en este caso puede darse… Pero no debería ser una praxis normal; sólo en casos muy excepcionales".
Ratzinger se mostró escéptico únicamente sobre la posibilidad inmediata de codificar una norma que impidiera los traslados de una diócesis a otra:
"Se puede pensar, aunque es complicado. Es muy difícil que se cambie el código sólo dieciséis años después de su publicación [en 1983]. En futuro yo también vería bien que se añadiese una frase sobre esta unicidad y fidelidad de un compromiso diocesano".
Sin embargo, en realidad, ni en la fase final del pontificado de Juan Pablo II, ni en el de Benedicto XVI, se ha hecho nada para intentar disminuir el fenómeno de los traslados episcopales, que hasta el siglo IV estaban taxativamente prohibidos; después fueron admitidos ya en época carolingia y llegaron a ser, con el tiempo, muy comunes a partir de la baja Edad Media, como documenta don Lorenzo Cappelletti en el mismo número de "30 Días":
En estos últimos decenios, de hecho, los traslados de diócesis son muy frecuentes. Basta pensar, por ejemplo, que entre los purpurados que actualmente tienen derecho a voto en el cónclave, 28 tienen en su propio "cursus honorum" tres diócesis de las cuales han sido obispos.
Entre estos están los italianos Ennio Antonelli, Angelo Bagnasco, Angelo Scola, Dionigi Tettamanzi y Agostino Vallini. Los brasileños Geraldo Maiella Agnelo, Joao Braz de Aviz y Claudio Hummes. Los americanos Timothy Dolan, Francis George, William Levada, Roger Mahony, Edwin O’Brien, Donald Wuerl. Los españoles Antonio Cañizares y Lluis Martínez Sistach. Los alemanes Reinhard Marx y Joachim Meisner. Los latinoamericanos José Francisco Robles Ortega, Rubén Salazar Gómez y Julio Terrazas Sandoval.
El estadounidense Sean Patrick O’Malley y el ecuatoriano Raúl Eduardo Vela Chiriboga han sido obispos incluso en cuatro diócesis distintas. Mientras Meisner, Tettamanzi, Scola y el mejicano Robles Ortega han cambiado de sede cuando ya eran cardenales.
Por el contrario, son apenas diez los purpurados que han desarrollado su misión episcopal exclusivamente en una única diócesis.
Son el irlandés Sean Brady, el húngaro Peter Erdö, el alemán Karl Lehmann, el escocés Keith O’Brien, el portugués José da Cruz Policarpo, el croata Vinko Pulijc, el hondureño Oscar Andrés Rodríguez Maradiaga, el brasileño Odilo Scherer, el austriaco Christoph Schönborn, el chino John Tong Hon y el canadiense Jean-Claude Turcotte.
También el cardenal Bergoglio, antes de ser elegido obispo de Roma, ha tenido como única “esposa” episcopal a la archidiócesis de Buenos Aires.
Quién sabe si ahora desempolvará de nuevo la idea lanzada hace 14 años por el cardenal Gantin y si, tal vez, tendrá más suerte que Ratzinger en verla aplicada.
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Recientemente, también el padre Timothy Radcliffe, antes maestro general de los dominicos y de indudable credencial progresista – al contrario de los cardenales Fagiolo, Gantin y Ratzinger – ha criticado la praxis de los traslados de diócesis.
En una entrevista del 24 de mayo en el blog teológico de la editorial Queriniana, el padre Radcliffe ha dicho:
"Me pregunto también si es un bien para los obispos ser desplazados de una diócesis a la otra. Llevan un anillo que es un signo de su estar ´desposados´ con la diócesis, pero a menudo son separados de sus diócesis originales y desposados con otras diócesis. Si supieran, en cambio, que permanecen en sus diócesis, entonces podrían prestarle su completa atención. ¡Es verdaderamente extraño que se permita a los obispos divorciarse de sus diócesis, pero no a las personas unidas en matrimonio!".
Sandro Magister
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