lunes, 24 de junio de 2013

LA CULTURA DEL LUCRO


El desarrollo de una cultura sana y sólida exige que las condiciones materiales de vida no comprometan la libertad y la dignidad humana.

Un término en boga del actual cuadro cultural, es el de ganancia o lucro. Este concepto es referido la mayor parte de las veces al campo económico, reflejando la polarización cultural del mundo en una clave exclusivamente monetaria. Desde esta perspectiva viene juzgadas todas las demás esferas humanas, de modo que el dinero como centro y criterio de desarrollo personal, regional o nacional, se admite de modo absoluto e indiscutible. La política, la sanidad pública, la seguridad nacional, la educación, la cultura, etc. Todo en función de los centros de funcionamiento económico.

El poder adquisitivo, el nivel de vida económico, el Producto Interno Bruto, Deuda externa, la Bolsa, la inflación, la devaluación, la paridad de las divisas, etc., son conceptos comunes en los noticieros de las cadenas televisivas. El estado de las finanzas nacionales viene identificado y presentado normalmente al medio día, como si éste fuera el único pan de cada día.

Los países denominados en “vías de Desarrollo”, desarrollo, ¿Qué desarrollo?, económico, o ¿existe otro verdadero desarrollo para la mentalidad dominante?, deben necesariamente utilizar sus recursos culturales como una forma potencial de ganancia económica.

El comercio de lo cultural dentro de la globalización económica y social, supone en términos laborales, la uniformidad de una mentalidad que sabe apreciar bailes, ritos, ceremonias, vestidos; como adornos externos, pasados, exóticos, bizarros, de lo que debe ser el modelo uniforme de mentalidad, eliminando la memoria y el arraigo. De este modo se pretende mantener la competencia entre pueblos, en torno siempre al paradigma económico implantado precisamente por una forma servil del ver al hombre subordinado al dinero.

Las formas culturales tradicionales o populares vienen vendidas como folklore, a fin de poder continuar la vertiginosa carrera del mercado mundial. Ello genera entre otros efectos en los pueblos de tradición cristiana:

a) La disolución de la misma cultura popular, dado que el centro de la cosmovisión antropológica viene desplazado del campo trascendente de la fe a la inmanencia del dinero.

b) La cultura no viene ya vivida como expresión natural de los grupos humanos, sino como un elemento de producción económica, desnaturalizando así las relaciones interpersonales que la generaron, dado que la cultura es expresión del ser del hombre. Ello quiere decir, que aún cuando la intención de los seres humanos muestre conscientemente en sus relaciones interpersonales la intención del lucro, la condición personal de las relaciones culturales, escapa en su consistencia metafísica a la manipulación intencional de ganancia. Dicho de otra manera aún en una cultura del lucro es posible generar cultura.

Podríamos decir, que cada uno de nosotros tiene la posibilidad de buscar en las relaciones con los demás un canal de beneficio económico, pero, ninguno de nosotros tiene la posibilidad de eliminar la condición relacional en cuyo desarrollo pueden o no, ser buscados réditos financieros. La gratuidad, la contemplación de lo simple, las simples cotidianidades libremente asumidas y buscadas, aparecen entonces como el paradigma antagónico, como la “mediocridad feroz”.

Sin embargo, si bien es verdad que la cultura es inherente al ser del hombre, no es menos verdadero es que la forma ontológica humana no es el único elemento de la antropología, pues aún siendo fundante al ser humano, reclama la también inherente dimensión histórica del hombre. Esta dimensión histórica viene gravemente lacerada y a veces aniquilada por la avidez de lucro, generando situaciones de verdadera explotación humana, una atmósfera de rencor, desconfianza, odio, indiferencia social, impunidad, venganza y resentimiento; en pocas palabras produciendo una anticultura de muerte.

c) Las tradiciones culturales cristianas, no desaparecen en su expresión, ya que son protegidas generalmente por las entidades gubernativas como folklore; pero vienen privadas de la fuerza y del talante de fe que las produjo, de la contemplación cristiana de la realidad y de las actitudes morales derivadas de ésta. La expresión tradicional de la fe como dato cultural corre el riesgo de transformarse en arcaísmo social, identificándolo con un momento ya superado de la cultura latinoamericana. El folklore reduce las formas culturales populares a teatros o museos vivientes, no pocas veces valorados como formas primitivas e retrógradas de sociedad.

Desgraciadamente este fenómeno de rechazo, abandono, o auto devaluación de la propia cultura, viene dramáticamente vivido en América Latina, constatable en los millones de personas que cada año emigran a otro país más industrializado o las grandes ciudades de su propia nación, víctimas la mayor parte de las veces de un modelo absolutista Neoliberal que ha fincado al centro de la dignidad humana el signo monetario. La Ponencia de Su Eminencia el Cardenal Hummes, seguramente iluminará abundantemente esta dolorosa realidad.

Ganancia y solo ganancia pueden condicionar la duración de la vida y la cultura de estos hermanos nuestros. Cuanto más distante sea la propia cultura del modelo global, tanta mayor resistencia tendrá que enfrentar la persona para engranar en el proceso económico de ganancia.

Por ganancia y por la presión se sobre vivencia física, se coacciona a vender el recinto de la voz de Dios en el hombre. Una conciencia cristiana que busca revertir estos modelos corre el riesgo de permanecer en la marginación y el descrédito. Vender la identidad cultural es vender el ser mismo del hombre, su memoria, su arraigo, implican tanto su dignidad metafísica de persona como su indisoluble condición histórica.

La corrupción e impunidad son los guardaespaldas las muestras de un modelo que une lucro e irracionalidad, un modelo de explotación y control muy semejante al que describía Hannah Arendt con respecto al uso de la propaganda y el terror de los sistemas totalitarios, con la diferencia que en ellos se pretendía aniquilar cualquier ideología que fuese disidente del gobierno totalitario, mientras que, en nuestras sociedades, el modelo dominante, tiene como destinatario de su persecución y cacería, las diferencias culturales.

Pareciera que hemos olvidado, que el liberalismo agnóstico y el comunismo ateo, son hijos del mismo principio de autonomía y soberanía económica que el materialismo devorador ha generado. Uno mediante la posesión idolátrica de la individualidad, otro mediante la adoración de la colectividad. Ambos han erigido el altar sacrificial del dinero, un paradigma en el que se inmola el hombre, donde el creador se ofrece por su criatura, realizando una parodia grotesca de la Historia de la Salvación.

Moderar esta pluralidad de campos culturales y sociales, remite a la cuestión Conciliar del Vaticano II: La tensión entre inmanencia y Trascendencia. Este reto acecha el desarrollo político económico con dos extremos igualmente perniciosos: El secularismo materialista y el fundamentalismo religioso, polos que en los últimos años se han visto confrontados a nivel político y armado.

Considero que es fatal confundir el movimiento inherente del ser humano de progreso integral, que requiere del desarrollo económico, con la mentalidad del modelo reinante neoliberal que subordina la persona al factor económico. En el primer caso, la economía permite el desarrollo de la dignidad humana “no se tiene para sobre vivir, sino para vivir”. En el segundo caso se condiciona la dignidad humana a la economía, “se sobre vive para tener, no para vivir”.

El desarrollo de una cultura sana y sólida exige que las condiciones materiales de vida no comprometan la libertad y la dignidad humana. Elementos que no pueden asegurarse en millones de personas que viven en esta latitud en extrema pobreza o miseria. O frente a más de 6 generaciones de ciudadanos que han nacido con una deuda externa que ni siquiera sus bisnietos podrán liquidar aún cuando en este momento se detuviera el monto total del débito. Así, mientras los pocos capitales consistentes son trasladados al extranjero, para asegurar únicamente un patrimonio individual, se corona un sistema piramidal de lesión al bien común, reforzando la arraigada cultura del lucro.

Pero, detrás de esta forma desproporcionada de ambición financiera, ¿Qué busca el hombre? ¿Qué efecto proporciona el dinero en cada uno de nosotros que le buscamos con tanto afán? ¿Cuál es la estabilidad que persigue? La palabra ganancia o lucro ¿No será un denominador cultural de la necesidad existencial de todo ser humano, de buscar una seguridad palpable? La ganancia ¿no estará indicando de laguna manera una acción desesperada de invertir el flagelo de la miseria vivida o temida, en un nuevo y real orden de cosas?

Autor: Cardenal Paul Poupard

No hay comentarios:

Publicar un comentario