La Babel intraeclesial a raíz del Concilio Vaticano II: progresistas y conservadores; preconciliares, conciliares y postconciliares.
Tengo la impresión, no sé si acertada, o no, que tanto el mundo en que vivo, como la Iglesia a la que pertenezco, tienen mucho en común con el relato bíblico del capítulo 11 del Génesis, conocido por la Torre de Babel.
Conocido es por todos el argumento del libro sagrado. De un modo sencillo y con un lenguaje figurativo y antropomórfico, el autor sagrado constata la rebeldía y el orgullo de la naciente humanidad. Los hombres pretenden –prescindiendo de Dios –ponerse a su altura. “Ea, vamos a edificarnos una ciudad y una torre con la cúspide en los cielos y hagámonos famosos, por si nos desperdigamos por la faz de la tierra”.
Comprobando Yahvéh su intención rebelde, baja del cielo y confunde su lenguaje, de modo que “no entienda cada cual el de su prójimo”. El barullo fue colosal. Desde aquel momento los desperdigó Dios y no pudieron realizar su quimera.
Son muchas las semejanzas que se encuentran en nuestro mundo actual que reflejan fielmente el relato bíblico y lo que está sucediendo en el mismo. No quiero adentrarme en este campo y dejo a otros más perspicaces, conspicuos y expertos politólogos, que busquen sus semejanzas y saquen sus consecuencias.
Me limitaré a describir con honradez, desde mi atalaya de sencillo cura de pueblo, lo que me parece percibir, en lo que aquí y ahora denominaría la Babel intraeclesial.
1. Antes del Concilio Vaticano II, había en la Iglesia un lenguaje común, que había servido para la unidad de todos los católicos en las verdades fundamentales a lo largo de los siglos. Bajo la indiscutida e indiscutible autoridad de los Papas, cada católico sabía a qué atenerse en materias de fe y de costumbres. Es cierto que siempre en la Iglesia hubo disidentes, pero eran considerados como tales, en cuanto atentasen o atacasen públicamente contra lo esencial de la fe de siempre, basada en la Biblia, la Tradición y el Magisterio.
2. El Papa Juan XXIII, movido por el Espíritu Santo, convocó el Concilio Vaticano II y el Papa Pablo VI, lo prosiguió y clausuró con la esperanza de un “aggiornamento” de la Iglesia y con la ilusión optimista para casi todo el mundo católico y no católico. Se añoraba una primavera para al Iglesia. Desgraciadamente, los deseos no coincidieron con la realidad. Ya en frase del mismo Pablo VI, al final de su pontificado, se lamentó de que “el humo de Satanás había penetrado en la Iglesia”.
3. Tras la clausura del Concilio, al poco, se vino a saber, por testigos fidedignos, los entresijos del mismo. Algunos no católicos –¡meros invitados¡- influyeron, con señalados teólogos centroeuropeos, no siempre positivamente, en los Padres conciliares. Entre los mismos, empezó y llegó a fraguarse ya la división de progresistas y conservadores; de preconciliares, conciliares y postconciliares.
Sin ser un Concilio dogmático se cerró con la aceptación mayoritaria de los Padres y el Vaticano II es tan legítimo como cualquiera de los anteriores, pero ni opuesto ni anulador de la enseñanza de los precedentes.
4. Nada nuevo es constatar que las expectativas y frutos esperados del Concilio -a pesar de los ímprobos trabajos, decenas de viajes, estupendas encíclicas, e innumerables mensajes y catequesis papales-, no han llegado a su madurez, ni mucho menos. Sería totalmente injusto e inhumano cargar sobre las espaldas del Papa, toda la responsabilidad del postconcilio. Su entrega, su magisterio, su autoridad y sus orientaciones, no siempre han sido secundadas por todos –cardenales y obispos incluidos- amén de otras resistencias intraeclesiales.
5. El bien inapreciable de la unidad ha estado y está aún en entredicho. Fuerzas centrípetas y centrífugas se han mostrado con la mayor violencia, para llevar el agua a su molino de las disposiciones conciliares. Si el desbordamiento no ha llegado a mayores y en gran manera se han podido encauzar, hay que reconocer que esto se debe en gran manera al buen tino, firmeza y tesón de los últimos papas.
6. Tanto en el campo de la pastoral, la liturgia, la fe, la moral, la disciplina, el ecumenismo, la vida religiosa etc.,el barullo y desconcierto ha sido y en parte sigue siendo, considerable. Es de justicia resaltar el magisterio clarificador, oportuno y certero de Juan Pablo II, junto con sus viajes por el mundo entero para reconducir la situación de tensión dentro de la Iglesia. No siempre -también hay que reseñarlo- encontró el debido apoyo pleno por parte del episcopado, con tendencias contrapuestas e influencias teológicas distintas. El fenómeno de la teología de la liberación ha sido sintomático.
7. El católico de a pie se ha visto zarandeado por toda clase de ensayos en lo pastoral, novedades en la liturgia, extrañas teorías en lo doctrinal y un relajamiento generalizado en el campo moral, frutos del imparable secularismo y materialismo social y ambiental. De una fe tradicional, con poca o casi nulo calado, ha tenido que pasar a una fe personal, comprometida y atacada por las influencia de las sectas. Apenas la religiosidad tradicional, junto con los sacramentos sociales, ha mantenido la fe en la gran masa católica. Se ha dicho y con razón, que el pueblo español era un pueblo sacramentado, pero no evangelizado.
8. Crisis de fe galopante. Al abandono de la práctica religiosa en grandes sectores de la sociedad española, como la juventud, el mundo obrero y universitario, ha sucedido una carencia e inversión de valores en la sociedad civil. Los católicos no se han distinguido por su testimonio contracorriente, ni por su ejemplaridad en proclamar, defender y vivir esos mismos valores de reconocida raíz cristiana. La familia-baluarte de otra época-ha sufrido, así como la enseñanza en los colegios, los embates del materialismo y del “todo vale” democrático.
9. Sin referencias ni ideas claras en lo religioso. Como llevados por una ventolera, los dogmas de la Iglesia han sido cuestionados, cuando no negados o reinterpretados por algunos teólogos, enseñantes o profesores de la misma Iglesia. Bastaría una sencilla enumeración de los mismos, para detectar el relativismo en que se ha caído. La influencia protestante ha sido grande e innegable.
- Casi todos los sacramentos han sido atacados, especialmente la eucaristía (presencia espiritual) ; la reconciliación (disminución o abandono), el orden sacerdotal (celibato opcional y sacerdocio femenino) y el matrimonio canónico (matrimonio civil y parejas de hecho).
- Los dogmas se han oscurecido, desdibujado o preteridos: Pecado original, encarnación, redención, Infierno, purgatorio, resurrección corporal., divinidad de Jesús, prerrogativas marianas (Inmaculada, Virginidad perpetua, Ascensión etc.).
- La moral católica (especialmente la sexual) ha sido atacada fuertemente. Se ha querido suplir por una ética consensuada y por los derechos humanos. La crisis de valores cristianos ha sido reemplazada por el todo vale o el más descarado relativismo.
-La crisis de oración se ha hecho notar en los individuos, en los institutos y en la carencia de vocaciones sacerdotales y religiosas.
10. Nadie tiene la clave ni la solución a esta BABEL POSTCONCILIAR. Es evidente que, a Dios gracias, no todo es NEGATIVO, ni muchísimo menos. Sería interminable enumerar TODO LO BUENO que se ha dado y existe en la Iglesia por efecto del Concilio. Confío que alguien lo haga con mejor visión que la mía, detallando LOS FRUTOS POSCONCILIARES. Creo que todos lo necesitamos, al menos para saborear la presencia del Resucitado en medio de nosotros y no darnos al pesimismo o desesperanza. Dios quiera que alboree pronto un nuevo PENTECOSTÉS Y UNA NUEVA PRIMAVERA PARA LA IGLESIA DE JESUCRISTO.
Autor: P. Miguel Rivilla San Martín
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