"No se puede servir a Dios y al dinero". No son palabras de un teólogo progresista o de un revolucionario, y mucho menos de un sindicalista. Tampoco son palabras del Papa Francisco. Son palabras de Jesucristo. Son Palabra de Dios.
No se puede servir a Dios y al dinero y eso, de otro modo, es lo que dijo el Papa el pasado jueves ante un grupo de nuevos embajadores que presentaban sus cartas credenciales. Por supuesto, su objetivo era que lo escucharan todos. En uno de los mensajes mejor trabados de todos los que ha pronunciado hasta ahora, el Pontífice volvió sobre uno de los temas que más tiene en el corazón: la situación en que se encuentran 870 millones de pobres en el mundo. "Hay que reconocer -dijo- que la mayoría de los hombres y mujeres de nuestro tiempo siguen viviendo en una precariedad diaria, con consecuencias desastrosas. Algunas patologías aumentan con sus consecuencias psicológicas; el miedo y la desesperación se adueñan del corazón de muchas personas, incluso en los llamados países ricos; la alegría de vivir disminuye; la indecencia y la violencia van en aumento, la pobreza se hace más evidente. Hay que luchar para vivir y, con frecuencia, para vivir de una forma que no es digna".
Pero además de afirmar esto, tuvo el valor de señalar la causa: una economía que no es real, sino "financiera", es decir especulativa. Una economía en la que el ser humano es usado "como un producto que se puede usar y luego tirar" y que ha dado lugar a la "cultura del deshecho". " Este desequilibrio -añadió- se deriva de las ideologías que promueven la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, negando así a los Estados el derecho de controlar, aunque éstos sean los encargados del bien común". Y terminó expresando un deseo: "¡El dinero debe servir y no gobernar!".
Cometeríamos un gravísimo error si no hiciéramos caso a las palabras del Papa. Contienen una denuncia similar a la que hacían los antiguos profetas. Una denuncia que si se escucha puede llegar a tiempo de salvar las relaciones sociales. ¿Cuánto más podemos seguir expoliando a la naturaleza y manteniendo a muchos por debajo del nivel de la dignidad para que pocos vivan en medio del derroche? La solidaridad y la caridad son imprescindibles. Pero éstas no bastan. Es urgente la justicia. Y no es un revolucionario comunista quien lo dice. Y ni siquiera es el papa quien lo afirma. Es Jesucristo.
Santiago Martín
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