Texto en español de la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos (26 de enero de 1999)
EL RITO DE EXORCISMO
-Publicado por el Vaticano en Enero de 1999
CONGREGACION DEL CULTO DIVINO Y DISCIPLINA DE LOS SACRAMENTOS Prot. N. 1280 / 98 / L
DECRETO
La Iglesia obediente a la oración del Padre Nuestro, ya desde tiempos antiguos proveyó con misericordia entre los sacramentales el que por piadosas oraciones dirigidas a Dios se buscara que los cristianos fueran liberados de diversos peligros y especialmente de las asechanzas del demonio. De una manera muy especial instituyó exorcistas en la Iglesia, los que, imitando la caridad de Cristo, pusieran remedio a las posesiones del maligno, incluso ordenando en nombre de Dios a los demonios para que se fueran y no dañaran por cualquier razón a los hombres por más tiempo.
Pareció oportuno en nuestros tiempos revisar las normas tradicionales y las oraciones y también los modelos del título XII del Ritual Romano, a fin de que los ritos respondieran a los decretos de la Constitución Sacrosanctum Concilium de Concilio Vaticano II, y especialmente el artículo 79.
Por lo tanto este ritual de Exorcismos ha sido renovado y aprobado por el Sumo Pontífice Juan Pablo II el día 1 de Octubre de 1998, y esta Congregación lo promulga para que sustituya a las normas y modelos que hasta hoy había en el título XII del Ritual Romano.
Tan pronto vea la luz la edición la pueden utilizar todos aquellos a los que según el derecho compete usarla. No obstante cuiden las Conferencias Episcopales que las ediciones en lengua vernácula preparadas para el Ritual y adaptadas a las normas del derecho, se remitan a la Santa Sede para su aprobación.
Quedando anulado todo lo pudiese haber en contra.
De los magistrados de la Congregación del Culto Divino y Disciplina de los Sacramentos, día 22 de Noviembre de 1998, en la solemnidad de nuestro Sr. Jesucristo Rey Universal.
Georgius Card. MEDINA ESTEVEZ
Prefecto
Gerardus M. Agnelo - Archiep. A Secreti
Presentación oficial del cardenal Medina Estévez, prefecto de la Congregación para el culto divino y la disciplina de los sacramentos en la sala de Prensa de la Santa Sede.
Martes 26 de enero de 1999
Para poder entender qué es el exorcismo, se debe partir de Jesús y de su misma praxis.
Jesucristo vino al mundo y a los hombres para anunciar e inaugurar el reino de Dios. Los hombres poseen una innata capacidad para recibir a Dios en su corazón (cf. Rm 5, 5). Sin embargo, esta capacidad para acoger a Dios es ofuscada por el pecado, y en algunas ocasiones el mal ocupa en el hombre el puesto que sólo le corresponde a Dios. Por ello, Jesucristo vino a liberar al hombre del mal y del pecado, y también de todas las formas de dominación del maligno, es decir, del diablo y de sus espíritus malignos, llamados demonios, que quieren pervertir el sentido de la vida del hombre. Por esta razón, Jesucristo expulsaba los demonios y liberaba a los hombres de la posesión de los espíritus malignos, para hallar cabida en el corazón del hombre y darle la posibilidad de conseguir la libertad ante Dios, que quiere darle su Espíritu Santo, para que se convierta en su templo vivo (cf. 1 Co 6, 19; 1 P 2, 5) y dirija sus pasos hacia el camino de la paz y de la salvación (cf. Rm 8, 1-17; 1 Co 12, 1-11; Ga 5, 16-26).
La Iglesia está llamada a seguir a Jesucristo y ha recibido, de Cristo mismo, el poder de continuar, en su nombre, su misión. De aquí que la acción de Cristo para liberar al hombre del mal se ejercita a través del servicio de la Iglesia y de sus ministros ordenados, delegados por el obispo para cumplir los ritos sagrados dirigidos a librar a los hombres de la posesión del maligno.
El exorcismo constituye una antigua y particular forma de oración que la Iglesia emplea contra el poder del diablo. He aquí cómo explica el Catecismo de la Iglesia católica en qué consiste el exorcismo y cómo se lleva a cabo: «Cuando la Iglesia pide públicamente y con autoridad, en nombre de Jesucristo, que una persona o un objeto sea protegido contra la influencia del maligno y substraído a su dominio, se habla de exorcismo. Jesús lo practicó (cf. Mc 1, 25 ss); de él deriva a la Iglesia el poder y la tarea de exorcizar (cf. Mc 3, 15; 6, 7. 13; 16, 17). De una manera simple, el exorcismo se practica durante la celebración del bautismo. El exorcismo solemne, llamado «gran exorcismo», puede ser practicado sólo por un presbítero y con el permiso del obispo. En esta materia es necesario proceder con prudencia, observando rigurosamente las normas establecidas por la Iglesia. El exorcismo tiene como objeto expulsar a los demonios o liberar de la influencia demoníaca, mediante la autoridad que Jesús ha dado a su Iglesia. Muy diferente es el caso de enfermedades, sobre todo psíquicas, cuya curación pertenece al campo de la ciencia médica. Es importante, por lo tanto, asegurarse, antes de celebrar el exorcismo, que se trate de una presencia del maligno y no de una enfermedad (cf. Código de derecho canónico, c. 1172)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 1673).
La Sagrada Escritura nos enseña que los espíritus malignos, enemigos de Dios y del hombre, realizan su acción de modos diversos; entre éstos se señala la obsesión diabólica, llamada también posesión diabólica. Sin embargo, la obsesión diabólica no constituye la manera más frecuente como el espíritu de las tinieblas ejerce su influjo. La obsesión tiene características de espectacularidad; en ella el demonio se apropia, en cierto modo, de las fuerzas y de la actividad física de la persona que sufre la posesión. No obstante esto, el demonio no puede adueñarse de la libre voluntad del sujeto, lo que impide el compromiso de la libre voluntad del poseído, hasta el punto de hacerlo pecar. Sin embargo, la violencia física que el diablo ejerce sobre el obseso constituye un incentivo al pecado, que es lo que él quisiera obtener. El ritual del exorcismo señala diversos criterios e indicios que permiten llegar, con prudente certeza, a la convicción de que se está ante una posesión diabólica. Es solamente entonces cuando el exorcista autorizado puede realizar el solemne rito del exorcismo. Entre estos criterios indicados se encuentran: el hablar con muchas palabras de lenguas desconocidas o entenderlas; desvelar cosas escondidas o distantes; demostrar fuerzas superiores a la propia condición física, y todo ello juntamente con una aversión vehemente hacia Dios, la santísima Virgen, los santos, la cruz y las sagradas imágenes.
Se subraya que para llevar a cabo el exorcismo es necesaria la autorización del obispo diocesano. Autorización que puede ser concedida para un caso específico o de un modo general y permanente al sacerdote que ejerce en la diócesis el ministerio de exorcista.
El Ritual romano contenía, en un capítulo especial, las indicaciones y el texto litúrgico de los exorcismos. Este capítulo era el último, y había quedado sin ser revisado después del concilio Vaticano II. La redacción final del Rito de los exorcismos ha requerido muchos estudios, revisiones, renovaciones y modificaciones, consultas a las diversas Conferencias episcopales; todo ello analizado por parte de una Asamblea ordinaria de la Congregación para el culto divino. El trabajo ha costado diez años de esfuerzos, dando como resultado el texto actual, aprobado por el Sumo Pontífice, que hoy se hace público y se pone a disposición de los pastores y de los fieles de la Iglesia. Resta, no obstante, un trabajo que incumbe a las respectivas Conferencias episcopales: la traducción de este Ritual a las lenguas habladas en sus respectivos territorios. Estas traducciones deben ser exactas y fieles al original latino, y deben ser sometidas, según la norma canónica, a la recognitio de la Congregación para el culto divino.
En el Ritual que hoy presentamos se encuentra, sobre todo, el rito del exorcismo propiamente dicho, que debe realizarse sobre la persona obsesa. Siguen las oraciones que debe decir públicamente un sacerdote, con el permiso del obispo, cuando se juzga prudentemente que existe un influjo de Satanás sobre lugares, objetos o personas, sin llegar al nivel de una posesión propiamente dicha. Contiene, además, una serie de oraciones que pueden ser dichas privadamente por los fieles, cuando sospechan con fundamento que están sujetos a influjos diabólicos.
El exorcismo tiene como punto de partida la fe de la Iglesia, según la cual existen Satanás y los otros espíritus malignos, y que su actividad consiste en alejar a los hombres del camino de la salvación. La doctrina católica nos enseña que los demonios son ángeles caídos a causa del propio pecado; que son seres espirituales con gran inteligencia y poder: «El poder de Satanás, sin embargo, no es infinito. Éste no es sino una criatura, poderosa por el hecho de ser espíritu puro, pero siempre criatura: no puede impedir la edificación del reino de Dios. Aunque Satanás actúe en el mundo por odio contra Dios y su reino en Cristo Jesús, y su acción cause graves daños -de naturaleza espiritual e, indirectamente, también de naturaleza física- a cada hombre y a la sociedad, esta acción es permitida por la divina Providencia, que guía la historia del hombre y del mundo con fuerza y suavidad. La permisión por parte de Dios de la actividad diabólica constituye un misterio grande, sin embargo nosotros sabemos que Dios dispone todas las cosas para el bien de los que lo aman (Rm 8, 28)» (Catecismo de la Iglesia católica, n. 395).
Quisiera subrayar que el influjo nefasto del demonio y de sus secuaces es habitualmente ejercitado a través del engaño, la mentira y la confusión. Así como Jesús es la Verdad (cf. Jn 8, 44), el diablo es el mentiroso por excelencia. Desde siempre, desde el inicio, la mentira ha sido su estrategia preferida. No hay lugar a dudas de que el diablo tiene la capacidad de atrapar a muchas personas en las redes de las mentiras, pequeñas o grandes. Engaña a los hombres haciéndoles creer que no tienen necesidad de Dios y que son autosuficientes, sin necesitar ni la gracia ni la salvación. Logra engañar a los hombres amortiguando en ellos, e incluso haciendo desaparecer, el sentido del pecado, sustituyendo la ley de Dios como criterio de moralidad por las costumbres o consensos de la mayoría. Persuade a los niños para que crean que la mentira constituye una forma adecuada para resolver diversos problemas, y de esta manera se forma entre los hombres, poco a poco, una atmósfera de desconfianza y de sospecha. Detrás de las mentiras, que llevan el sello del gran mentiroso, se desarrollan las incertidumbres, las dudas, un mundo donde ya no existe ninguna seguridad ni verdad, y en el cual reina, en cambio, el relativismo y la convicción de que la libertad consiste en hacer lo que da la gana. De esta manera no se logra entender que la verdadera libertad consiste en la identificación con la voluntad de Dios, fuente del bien y de la única felicidad posible.
La presencia del diablo y de su acción explica la advertencia del Catecismo de la Iglesia católica: «La dramática condición del mundo que "yace" todo él "bajo el poder del maligno" (1 Jn 5, 19), hace que la vida del hombre sea una lucha: "Toda la historia humana se encuentra envuelta en una tremenda lucha contra el poder de las tinieblas; lucha que comenzó ya en el origen del mundo, y que durará, como dice el Señor, hasta el último día. Inserto en esta batalla, el hombre debe combatir sin descanso para poder mantenerse unido al bien; no puede conseguir su unidad interior si no es al precio de grandes esfuerzos, con la ayuda de la gracia de Dios" (Gaudium et spes, 37, 2)» (n. 409).
La Iglesia está segura de la victoria final de Cristo y, por tanto, no se deja arrastrar por el miedo o por el pesimismo; al mismo tiempo, sin embargo, es consciente de la acción del maligno, que trata de desanimarnos y de sembrar la confusión. «Tengan confianza -dice el Señor-; yo he vencido al mundo» (Jn 8, 33). En este marco encuentran su justo lugar los exorcismos, expresión importante, pero no la única, de la lucha contra el maligno.
Card. Jorge A. MEDINA ESTÉVEZ
Prefecto
PREFACIO
En todo el curso de la historia de la salvación se encuentran seres angélicos, algunos que sirven al consejo divino y al misterio de la Iglesia y dan continuamente una potente ayuda; pero sin embargo otros caídos, y llamados diabólicos, se oponen a Dios, a su voluntad salvífica y al cumplimiento de la misión de Cristo, intentando asociar al hombre a la propia rebelión contra Dios.
En las Sagradas Escrituras, al Diablo y a los demonios se les dan diversos nombres, entre los que algunos hacen referencia a su naturaleza y otros a la actividad. El Diablo que se llama también Satanás, antigua serpiente y dragón, es el que seduce a todo el universo y lucha contra aquellos que cumplen los mandamientos de Dios y aceptan el testimonio de Jesús (cf. Apoc 12,9.17). Desde el principio se le señala como adversario de los hombres (1 Petr 5,8) y homicida (cf. Io 8,44); pues por el pecado hizo al hombre sujeto a la muerte. Por el hecho de que con sus insidias provoca al hombre para que desobedezca a Dios, este Malo se llama Tentador (cf. Mt 4,3 et 26,36-44), mentiroso y padre de la mentira (cf. Io 8,44), que obra sagaz y falsamente, como lo atestigua la seducción de nuestros primeros padres (cf.Gen 3,4.13), el intento de apartar a Jesús de la misión aceptada al Padre (cf. Mt 4,1-11; Mc 1,12; Le 4,1-13) y su transfiguración en ángel de luz (cf. 2Cor 11, 14). Se llama también príncipe de este mundo (cf. Io 12, 31:14, 30), especialmente del mundo que ha sido dominado por el Maligno (1 Io 5, 19) y no conoció la Luz verdadera (cf. Io 1, 9-10). Finalmente su poder es declarado como poder de las tinieblas (cf. Lc 22, 53; Col 1, 13), puesto que odia la Luz, que es Cristo, y lleva a los hombres a sus propias tinieblas. Los Demonios verdaderamente aquellos que con el diablo no reconocieron el principado de Dios, fueron declarados réprobos (cf. 2 Petr 2, 4) y forman la maldad espiritual (cf. Eph 6, 12), puesto que hubieran sido creados espíritus que pecaron, y los ángeles son llamados Satanás (cf. Mt 25, 41; 2Cor 12, 7; Apoc 12, 7.9), lo cual puede significar también que les fue concebida una misión especial por el príncipe maligno.
La victoria del Hijo de Dios destruyó (cf. 1 Io 3, 8) las obras de todos estos espíritus inmundos, malos y seductores (cf. Mt 10, 1; Mc 5, 8; Lc 6, 18; 11,26, Act 8,7; 1Tim 4, 1; Apoc 18, 2). Aunque “invadió la historia de todos los hombres una ardua batalla contra las potestades de las tinieblas” “que durará hasta el final de los días”, Cristo por su pascual misterio de muerte y resurrección “nos ha arrancado de la servidumbre del diablo y del pecado” rompiendo su imperio y liberando todas las cosas de los contagios malignos. Como pues la acción contraria y destructora del Diablo y de los demonios afecte a las personas, cosas, lugares y se agrupen de diverso modo, la Iglesia, siempre consciente de que “los días son malos” (Eph 5, 16), oró y ora para que los hombres sean liberados del demonio.
PRAENOTANDA
DE LA VICTORIA DE CRISTO Y LA AUTORIDAD DE LA IGLESIA CONTRA LOS DEMONIOS
1. La Iglesia cree firmemente que hay un solo y verdadero Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, un solo principio de todas las cosas: creador de todas las cosas “visibles e invisibles.” Y además; Dios cuida y gobierna con su providencia todas las cosas que hizo (cf. Col 1, 16), y no hizo nada que no fuera bueno. Hasta “los diablos y los otros demonios fueron creados también por Dios buenos en cuanto a la naturaleza; pero ellos se hicieron malos por sí mismos.” De donde ellos hubieren sido buenos si hubiesen permanecido buenos como fueron hechos. Pero como usaron mal de su extraordinaria naturaleza, y no permanecieron en la verdad (cf. Io 8, 44), no se convirtieron en una sustancia contraria (mala), sino que se separaron del sumo Bien, al que se tenían que haber unido.
2. El hombre, pues, fue creado a imagen de Dios “en la justicia y la santidad de verdad” (Eph 4,24) y su dignidad exige que elija con libertad y según la conciencia.
“Pero, con la persuasión diabólica, abusó demasiado del don de la libertad. Por el pecado de la desobediencia (cf. Gen 3; Rom 5, 12) bajo el poder del diablo, además de que le hizo volver a la muerte, fue hecho siervo del pecado. Por eso se estableció en la historia de los hombres una dura lucha cuerpo a cuerpo contra las potestades de las tinieblas, que empezada en el origen del mundo, bajo la dirección del Señor (cf. Mt 24, 13; 13, 24-30 y 36-43) durara hasta el último día”.
3. El Padre todopoderoso y misericordioso envió al mundo a su Hijo amado para sacar a los hombres de la potestad de las tinieblas, y llevarlos a su reino. (cf. Gal 4, 5; Col 1, 13). Por lo que Cristo, primogénito de toda criatura (Col 1, 15), renovando al viejo hombre, vistió la carne del pecado, para destruir por la muerte a aquel que tenía el imperio de la muerte, esto es, el diablo (Hebr 2, 14), y la herida naturaleza humana, por la Pasión y Muerte de Jesucristo, constituirla en una nueva criatura, con el don del Espíritu Santo.
4. El Señor Jesús, pues, en los días de su encarnación, habiendo vencido las tentaciones en el desierto, (cf. Mt 4, 1-11; Mc 1, 12-13; Lc. 4, 1-13), con su autoridad expulsó a Satanás y a otros demonios, imponiéndoles su divina voluntad (cf. Mt 12, 27-29; Lc 11, 19-20). Haciendo bien y sanando a todos los opresos por el diablo (cf. Act 10, 38), manifestó su obra de salvación al liberar a los hombres del pecado, de sus consecuencias y del autor del primer pecado, homicida desde el principio y padre de la mentira (Io 8, 44).
5. Cuando vino la hora de las tinieblas, el Señor, “hecho obediente hasta la muerte” (Phil 2, 8), por el poder de la Cruz repelió el novísimo ímpetu del Satanás (cf. Lc 4,13; 33, 53), triunfando de la soberbia del antiguo enemigo. Esta victoria se manifiesta con la gloriosa resurrección de Cristo, cuando Dios lo resucitó de entre los muertos y lo puso a su derecha en el cielo y todo lo sujetó debajo de sus pies (cf. Eph 1, 21-22)
6. Cristo, para el ministerio que les encomendó, les dio poder a sus Apóstoles y otros discípulos, para echar fuera a los espíritus inmundos. (cf. Mt 10, 1.8; Mc 3, 14-15; 6, 7.13; Lc 9, 1; 10, 17.18-20). Les prometió el Santo Espíritu Paráclito, que procede del Padre por medio del Hijo, que acusará al mundo de juicio, porque el príncipe de este mundo ya ha sido juzgado (cf. Io 16, 7-11). Entre las señales siguen a los creyentes, se enumera en el Evangelio el sacar los demonios (cf. Mt 16, 17).
7. De allí que la Iglesia ejerció, desde el tiempo de los apóstoles, la potestad de sacar demonios y repeler su influjo (Act 5, 16; 8,7; 16, 18; 19, 12). Ora continua y confiadamente “en nombre de Jesús” para liberarse del Malo (cf. Mt 6, 13 ). Mandó a los demonios de varias maneras, por el mismo nombre y por la virtud del Espíritu Santo, que no impidan la obra de evangelización (cf. 1 Thess 2, 18) y le restituyan, como el Más Fuerte (cf. Lc 11, 21 22), el dominio de todo y también de cada hombre. Se llama exorcismo cuando la Iglesia públicamente y con autoridad, en nombre de Jesús, ora para que algunas personas o cosas sean protegidas contra el influjo del Maligno, y se saquen de su influjo.
DE LOS EXORCISMOS COMO TRABAJO DE SANTIFICAR LA IGLESIA
8. Por medio de la antiquísima tradición de la Iglesia conservada sin interrupción, sabemos que el camino de la iniciación cristiana se organiza de tal manera que se señala claramente la espiritual lucha cuerpo a cuerpo contra el poder del diablo (cf. Eph 6, 12) y que la misma empiece a acontecer. Los exorcismos que hay que hacer de forma sencilla sobre los elegidos en el tiempo del catecumenado o exorcismos menores, son oraciones de la Iglesia para que estos, conocido que han sido liberados de pecado por el misterio de Cristo, se liberen de las secuelas del pecado y de los influjos del diablo, sean robustecidos en su camino espiritual y abran sus corazones para recibir los dones del Salvador. Por fin, en la celebración del Bautismo, los que se van a bautizar renuncian a Satanás y a su fuerza y poder y se oponen a él con su fe propia en Dios uno y trino. También en el bautismo de párvulos se hace una oración de exorcismo sobre los niños “inclinados a las cosas agradables de este mundo y que han de luchar contra las insidias del demonio”, para que sean fortalecidos en el camino de la vida con la gracia de Cristo. Por el bautismo, el hombre participa de la victoria de Cristo sobre el diablo y el pecado, cuando pasa de aquel estado en el que nace como hijo del primer Adán al estado de gracia y de adopción como hijo de Dios por el segundo Adán Jesucristo y es liberado de la servidumbre del pecado, con la libertad que Cristo nos liberó (cf. Gal 5, 1)
9. Los fieles, aun renacidos en Cristo, los que están en el mundo experimentan tentaciones, por lo que deben vigilar porque su adversario “el Diablo como un león rugiente da vueltas buscando a quien devorar” (cf. 1 Pet 5, 8). Al cual hay que resistir siendo fuertes en la fe, confortados por el Señor y en el poder de su virtud (Eph 6, 10) y apoyados por la Iglesia que ruega que sus hijos estén a salvo de cualquier perturbación. Por la gracia de los sacramentos y especialmente por la celebración repetitiva del de la penitencia consiguen fuerzas, hasta que lleguen a la plena libertad de los hijos de Dios (cf. Rom 88,21).
10. Pero el misterio de la piedad divina se hace para nosotros muy difícil de entender, cuando alguna vez ocurren casos de alguna especial vejación o posesión (ocupación) por parte del diablo de alguna persona agregada al pueblo de Dios y bautizado por Cristo para que como hijo de la luz caminara hacia la vida eterna. Entonces queda claro el misterio de iniquidad que se esta realizando en el mundo, aunque el demonio no pueda traspasar los límites que Dios le haya impuesto. Esta forma de potestad del demonio sobre el hombre difiere de aquella que se daba en el hombre debido al pecado original, que es pecado. Si ocurre esto, la Iglesia implora a Cristo, Señor y Salvador, confiada en su poder, le ofrece ayudas al fiel vejado o poseído para sea liberado de la vejación o posesión.
11. Entre estas ayudas sobresale el exorcismo mayor, solemne, que también se llama mayor, que es una celebración litúrgica. Por esta razón los exorcismos que intentan expulsar a los demonios o liberar del influjo demoníaco y además con la autoridad espiritual que Jesús dio a Su Iglesia es una oración de la clase de los sacramentales, por lo tanto es un signo sagrado que significa signos especialmente espirituales y que se obtienen por el mandato de la Iglesia.
12. En los exorcismos mayores la Iglesia unida suplica al Espíritu Santo que ayude nuestra debilidad para echar demonios y así no dañen a los fieles. Con aquel confiado soplo que el Hijo de Dios después de la resurrección dono el Espíritu, la Iglesia hace el exorcismo, no en nombre propio, sino únicamente en el nombre de Dios o Cristo Señor, a quien todo, también el diablo y los demonios, debe obedecer.
DEL MINISTRO Y CONDICIONES PARA UN EXORCISMO MAYOR
13. El ministerio para exorcizar a los poseídos necesita de una licencia peculiar y expresa del Ordinario del lugar que, como regla, será el mismo Obispo diocesano. Esta licencia debe concederla solo a sacerdote piadoso, datado de sabiduría, prudencian y de vida integra y también preparado muy especialmente para esto. Y el sacerdote al le hay sido encomendado el oficio de exorcista, de forma estable o para un caso determinado, ejerza este ministerio confiada y humildemente bajo la moderación del Obispo diocesano. Cuando en este libro se dice “exorcista”, debe entenderse “sacerdote exorcista”.
14. El exorcista, en el caso de alguna posesión que se dice diabólica, ante todo debe proceder con la necesaria y máxima circunspección y prudencia. En primer lugar no crea fácilmente que cualquiera esté poseído por el demonio, especialmente aquel que esté tratado por el psicólogo debido a alguna enfermedad. Así mismo en absoluto crea que hay una posesión en el que primero afirmó que estaba tentado, desolado y vejado de manera especial por el demonio; pues uno puede engañarse así mismo por la propia imaginación. Tenga también presente que no se confunda por los engaños y mentiras que utiliza el demonio para engañar al hombre, a fin de convencer al poseído para que no se sujete a exorcismos: pues su enfermedad es natural y depende de la ciencia médica. Empiece de manera igual que si verdaderamente hubiera sido vejado por el demonio, tal como ha sido afirmado.
15. Distíngase correctamente el caso de ataque del diablo de aquella credulidad por la cual algunos, incluso, que ellos eran objeto de maleficios, de una malas suertes o maldiciones, que han sido puestas por algunos sobre ellos o parientes o sobre sus bienes. A estos no se les ha de negar la ayuda espiritual, pero bajo ningún concepto se les haga un exorcismo; pues se les puede ofrecer otras oraciones acomodadas, de manera que con ellas y por ellas encuentren la paz de Dios. Así mismo hay que ofrecer ayuda espiritual a los creyentes a los que el Maligno no les toca, pero son tentados por él para hacer el mal, cuando quieren guardar fidelidad al Señor Jesús y al Evangelio. Estas oraciones pueden ser oficiadas por sacerdotes que no sean exorcistas, y hasta por un diácono, siempre que usen preces y oraciones preparadas para estos casos.
16. El exorcista no debe proceder a celebrar un oficio de exorcismo sino comprueba, con certeza moral, que realmente se va a exorcizar un poseído del demonio y que este, si es posible, del consentimiento.
Se tiene por signos de posesión del demonio, según una forma de hacer comprobada: hablar varias palabras de un lenguaje desconocido, o entender al que las habla; hacer patentes cosas distantes y ocultas; demostrar una fuerza superior a la edad o a su condición natural. Estos signos pueden ofrecer un indicio de posesión. Como estos signos no es forzoso atribuirlos al diablo, hay que fijarse en otras cosas, especialmente del orden moral y espiritual, que de otro modo manifiestan la intervención del diablo, como por ejemplo, el apartarse vehemente de Dios, Del Santísimo Nombre de Jesús, de la Bienaventurada Virgen María, de los Santos, de la Iglesia, de la Palabra de Dios, de as cosas, de los ritos, especialmente sacramentales y de las imágenes sagradas. Y finalmente alguna vez la relación de todos estos signos se ha de sopesar diligentemente en la vida espiritual cristiana con la fe y la lucha, ya que el Maligno en primer lugar es enemigo de Dios y de todas las cosas que unen a los fieles con la acción salvífica de Dios.
17. El exorcista, consultados expertos en cosas espirituales y, en cuanto sea posibles expertos en ciencias médicas y psiquiátricas que tengan conocimiento de cosas espirituales, juzgará prudentemente la necesidad de usar el rito del exorcismo, a través de una diligente investigación, guardando siempre el secreto de la confesión.
18. En casos que afecten a un no católico y en otros muy difíciles, debe exponerlo al Obispo diocesano, el que puede requerir el asesoramiento de algunos expertos, antes de tomar la decisión sobre el exorcismo.
19. Hágase el exorcismo de manera que se manifiesta la fe de la Iglesia y que nadie lo pueda considerar una acción mágica o supersticiosa. Hay que cuidar que no sea un espectáculo para los presentes. Mientras se hace el exorcismo, de ninguna manera se dará paso a ningún medio de comunicación, y también antes de hacer el exorcismo y una vez hecho, ni los exorcistas ni los demás presentes divulgaran la noticia del exorcismo, guardando la debida discreción.
DEL RITO QUE HAY QUE SEGUIR
20. En el rito de exorcismo, hay que prestar una atención especial, además de a las oraciones del exorcismo, a los gestos y a los ritos, que ante todo tienen lugar y sentido porque se usan en el camino de preparación de los catecúmenos en el tiempo de purificación. Son tales como la señal de la cruz, la imposición de manos, soplar y la aspersión con agua bendita.
21. El rito empieza con la aspersión con agua bendita, puesto que vista como símbolo de purificación en el bautismo, el vejado se siente defendido de las insidias del enemigo.
Se puede bendecir el agua junto con la mezcla de sal, antes del rito o en el mismo rito antes de la aspersión, según sea oportuno.
22. Siguen unas letanías, con la que se pide para el vejado, con la intercesión de todos los santos, la misericordia de Dios.
23. Después de la letanía, el exorcista puede recitar uno o varios salmos, que imploran la protección del Altísimo y alaban la victoria de Cristo sobre el Maligno. Los salmos se leen seguidos o de modo responsorial. Terminado el salmo, el exorcista puede añadir una oración sacada del salmo.
24. Después se proclama el evangelio, como signo de la presencia de Cristo, que por medio de su propia palabra en la proclamación de la Iglesia, pone remedio a las enfermedades de los hombres.
25. Después el exorcista impone las manos sobre el atormentado, para lo que se invoca la fuerza del Espíritu Santo a fin de que el diablo salga de él, que por el Bautismo fue hecho templo de Dios. Al mismo tiempo puede también exhalar hacia la cara de atormentado.
26. Después se recita el Credo o se renueva la promesa de fe del Bautismo con la renuncia a Satanás. Sigue el Padre Nuestro, en el cual se le pide a Dios, como Padre nuestro, nos libre del Malo.
27. Acabado todo esto, el exorcista enseña al atormentado la cruz del Señor, que es fuente de bendiciones y gracias, y hace la señal de la cruz sobre él, a través de lo que se indica el poder de Cristo sobre el diablo.
28. Después dice una oración de petición, por la que ruega a Dios y una oración imperativa por la que, en nombre de Cristo, se le manda claramente al diablo que deje al atormentado. No se debe usar la oración imperativa si antes no ha sido precedida por una oración de súplica. Pero se puede la oración de petición y no hacer la oración imperativa.
29. Todas las cosas dichas antes, cuando se necesiten, se pueden repetir, o en la misma celebración, teniendo en cuenta lo que se dice en el número 34, o en otro momento, hasta que el atormentado quede completamente liberado.
30. El rito concluye con un canto de acción de gracias, una oración y la bendición.
DE COSAS ADJUNTAS Y ACOMODACIONES
31. El Exorcista no puede arrojar al género menor de los demonios sino por medio de la oración y el ayuno; estos dos importantes remedios para pedir la ayuda divina, visto el ejemplo de los Santos Padres, deben procurar aplicarlos en cuanto fuere posible, tanto por sí como por medio de otros.
32. El fiel atormentado debe, si es posible, especialmente antes del exorcismo, orar a Dios, hacer mortificaciones, renovar frecuentemente la fe recibida en el Bautismo, y acercarse al sacramento de la penitencia para protegerse (saepius) y también fortificarse con la sagrada Eucaristía. También le pueden ayudar con la oración por caridad, los amigos, los parientes, el confesor o el director espiritual, si para estos es fácil, y la presencia de otros fieles.
33. Si es posible se harán los exorcismos en un oratorio o en otro lugar apropiado, separados de la gente (multitud), donde presida la imagen del crucificado. Hay que tener también en ese lugar una imagen de la Bienaventurada Virgen María.
34. Teniendo en cuenta las circunstancias del atormentado y de otras cosas, el exorcista use de las varias posibilidades que tenga para el rito. Guarde principalmente la estructura de la celebración, disponga el rito y las formas y seleccione las oraciones que necesita acomodándose a la singularidad de las personas que estén presentes.
A) Ante todo tenga en cuenta el estado psíquico y psicológico del atormentado y las variaciones posibles en el mismo estado según el día y la hora.
B) Cuando no haya ningún grupo de fieles, ni siquiera pequeño, que lo requiere desde la fe, la sabiduría y la prudencia, recuerde el exorcista que entre él y el fiel atormentado ya son la Iglesia y recuérdelo esto al mismo fiel atormentado.
C) Procure, que durante el tiempo que dura el exorcismo, el fiel atormentado se ordene, si fuera posible, se convierta a Dios, y le reclame con toda la humildad la liberación. Y se mantenga paciente cuanto más se sienta atormentado, no desconfiando del auxilio de Dios por medio del ministerio de la Iglesia.
35. Si se ve que hay que admitir para celebrar el exorcismo a algunos compañeros del atormentado, hay que enseñarles a hacer oraciones con mucha fuerza por el hermano atormentado, o de forma privada o de la forma que se indica en el ritual, pero absténganse de cualquier oración de exorcismo, sea de petición o imperativa, las cuales solo han de ser usadas por el exorcista.
36. Conviene que cuando el fiel quede liberado de la posesión, tanto sólo como con los familiares que le acompañan, hagan acciones de gracias a Dios por la paz recibida. Además se le guíe para que persevere en la oración, sacándola principalmente de las Sagradas Escrituras, y que frecuente el sacramento de la penitencia y de la eucaristía y también lleve una vida cristiana con obras de caridad y llena de amor fraterno con todos.
DE LAS ADAPTACIONES QUE COMPETEN A LAS CONFERENCIAS EPISCOPALES
37. Pertenece a las conferencias de los obispos:
A) Preparar el texto de las versiones, habiendo observado fidelidad e integridad al texto original.
B) Adaptar los signos y los gestos de los ritos si esto se ve necesario o útil, de acuerdo con la cultura y forma de ser de cada pueblo y con la aprobación de la Santa Sede.
38. Además de la versión de los Prenotandos, que debe ser íntegra, si la Conferencia Episcopal lo cree oportuno puede añadir un Directorio pastoral para el uso de los exorcismos mayores, por el que los exorcistas no sólo entiendan más profundamente la doctrina de los Prenotandos y comprendan mejor la significación plena de los ritos, sino que además reúnan los documentos del modo de proceder, de hablar, de interrogar, de juzgar según autores experimentados. Estos Directorios que se pueden componer con la colaboración de los sacerdotes que tengan ciencia y madura experiencia por el largo ejercicio del ministerio de exorcista en cada región y cultura, se enviarán a ser revisados por la Sede Apostólica según las normas del derecho.
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