lunes, 27 de mayo de 2013

DIFERENCIA ENTRE TRANSFIGURACIÓN Y TRANSUBSTANCIACIÓN


La transfiguración es el suceso en el que Cristo se manifestó gloriosamente sin perder su corporeidad. La transubstanciación es el cambio en el que, por caridad, se convierten el pan y el vino en el Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Transfiguración y transubstanciación se escriben y suenan de manera semejante. Debido a este parecido, muchas personas confunden el significado de ambos términos. ¿Se refieren a lo mismo?

La transfiguración es el suceso en el que Cristo se manifestó gloriosamente sin dejar su humanidad y su corporeidad. Según el relato de los tres evangelios sinópticos, Mateo, Marcos y Lucas, Jesús llevó a tres de sus discípulos a lo alto del Monte Tabor a manera de retiro. Una vez que llegaron a lo alto, Jesús tomó un aspecto glorioso: sus vestidos resplandecía y junto a Él aparecieron Moisés y Elías, como signo de que en Él se cumplían las profecías mesiánicas. Pedro, Santiago y Juan, apóstoles que lo acompañaban, tuvieron miedo. Pedro sugirió a Jesús que construyeran tres casas para quedarse ahí. Una nube los cubrió y se oyó una voz que decía “Este es mi hijo amado, escúchenlo”. Luego, los discípulos alzaron la vista y vieron a Jesús solo, vuelto a la normalidad. Jesús les pidió que no contaran nada de lo que habían visto hasta que llegara el tiempo propicio. (Cfr. Mt. 17, 1-6; Mc. 9, 1-10; Lc. 9, 28-36)

Por su parte, la transubstanciación es el suceso eucarístico milagroso en el que el pan y el vino ofrecido, se convierten, por acción de caridad divina, en el Cuerpo y la Sangre de Cristo. Por fundamento en la autoridad de Cristo, creemos que en la Eucaristía está Cristo mismo presente. Como no vemos que Jesús entre, o que caiga del cielo o que esté en el altar un miembro de su cuerpo, entonces explicitamos su presencia por el cambio de substancias. Es decir, la autoridad de Cristo no miente, por lo que su presencia es real. No vemos que el cambio del pan y el vino sea por una generación (aparezcan los miembros de Cristo) ni por un cambio de lugar (pues no cae o entra) Por tanto, la substancia del pan y la del vino cambian a ser las del Cuerpo y la Sangre de Cristo.

Así, vemos que la transfiguración y la transubstanciación son esencialmente cambios, pero tienen diferencias entre sí. La primera se dio en el mismo ser de Cristo, en su misma substancia. La transubstanciación es el paso de una cosa que es por sí misma, a otra que también lo es. Este cambio no se da “sobre” una substancia, sino que origina una nueva substancia que no estaba ahí.

Por otra parte, la transfiguración sólo se dio una vez durante la vida de Cristo, mientras que la transubstanciación se dio durante la Última Cena y, en adelante, en las misas legítimamente celebradas.

Durante la eucaristía no sucede una trasfiguración, pues al principio Cristo no está presente, sino hasta la consagración. En la misa, Cristo se nos presenta, en alma, cuerpo y divinidad, bajo las formas de pan y de vino. No presenciamos una transfiguración, porque antes de la consagración Cristo no estaba, y lo que no es aún, no puede cambiar de figura. Sí en cambio, somos testigos de la transubstanciación, en la que, por caridad divina, Cristo viene a nosotros con la forma de pan y de vino. Debemos recordar que la transubstanciación es milagrosa por venir del seno de la caridad de Dios, por lo que no es explicable desde la razón humana, aunque sí nos podemos acercar a entender su naturaleza, mas no completamente.

ALGUNAS INTERPRETACIONES.

Desde un punto de vista, podemos interpretar la transubstanciación como un adelanto de la resurrección y una revelación de la divinidad de Cristo. Con ella, Jesús muestra que no necesita desmaterializarse ni subir a un ámbito superior para mostrar que es Dios. Basta con mostrarse glorioso dentro del contexto material que viene a plenificar. En Cristo está divinizada la humanidad y humanizada la divinidad. Por tanto, se muestra a sí mismo perteneciente al mundo, a pesar de estar “por encima de él” debido a su divinidad.

Con la transfiguración, se hace patente, de nuevo, el envío que del Hijo hace El Padre. Escuchamos “Este es mi hijo amado, escúchenlo” (Mt. 17, 5) De modo semejante, Dios llama a los hombres. A cada uno de ellos lo hace su “hijo amado” digno de su benevolencia y complacencia. Por tanto, en el pasaje de la transfiguración aprendemos no sólo de teología, sino de antropología, pues por filiación, todos somos hijos del mismo Padre, y todos estamos llamados a ser escuchados como mensajeros de Dios.

Gabriel González Nares

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