martes, 16 de abril de 2013

UNA EXÉGESIS PENDIENTE SOBRE EL FINAL DE JUDAS, EL APÓSTOL TRAIDOR


Innecesario hablar a estas alturas del hecho por el que el apóstol Judas, “uno de los Doce” como remarca San Juan, pasa a la historia convirtiendo su solo nombre en sinónimo de la traición. Una traición que como se sabe, tres de los cuatro evangelistas, es decir todos menos San Juan, escenifican con un beso. Sobradamente conocido es el final de Judas que, preso de sus remordimientos, se cuelga de un árbol y se mata. El relato se lo debemos a Mateo, único que lo recoge, por cierto, pues ninguno de los otros tres evangelios se refiere a él:

“Entonces Judas […] fue acosado por el remordimiento, y devolvió las treinta monedas de plata a los sumos sacerdotes y a los ancianos, diciendo: ‘Pequé entregando sangre inocente’. Ellos dijeron: ‘A nosotros, ¿qué? Tú verás’. Él tiró las monedas en el Santuario; después se retiró y fue y se ahorcó” (Mt. 27, 3-5).

Pues bien, el pasaje relata un episodio de arrepentimiento -que no existe, por ejemplo, en el mal ladrón- el cual merecería por parte de la catequesis una exégesis más benévola que nunca ha recibido y continúa pendiente.

Existen razones para no haber realizado dicha exégesis. La primera es la comparación con otro gran pecado del Evangelio donde su protagonista, en lugar de quitarse la vida, pide encendidamente perdón. Se trata de las negaciones de Pedro continuado con el episodio en el que Juan nos narra.

“Después de haber comido, dice Jesús a Simón Pedro: ‘Simón de Juan, ¿me amas más que éstos?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis corderos’ Vuelve a decirle por segunda vez: ‘Simón de Juan, ¿me amas?’ Le dice él: ‘Sí, Señor, tú sabes que te quiero.’ Le dice Jesús: ‘Apacienta mis ovejas.’ Le dice por tercera vez: ‘Simón de Juan, ¿me quieres?’ Se entristeció Pedro de que le preguntase por tercera vez: ‘¿Me quieres?’ y le dijo: ‘Señor, tú lo sabes todo; tú sabes que te quiero’” (Jn. 21, 15-17).

Pero quizás la segunda y probablemente más importante es el distinto final que de los días de Judas nos ofrece otro evangelista, Lucas, aunque no en su Evangelio, pues como hemos dicho ningún evangelio que no sea el de Mateo se refiere al final de Judas, sino en el libro de los Hechos de los Apóstoles, en el que pone en boca de Pedro estas palabras,

“Hermanos, era preciso que se cumpliera la Escritura en la que el Espíritu Santo, por boca de David, había anunciado ya acerca de Judas, que fue guía de los que prendieron a Jesús. Porque era uno de los nuestros y obtuvo un puesto en este ministerio. Éste, pues, con la paga de su crimen compró un campo y cayendo de cabeza, reventó por medio y todas sus entrañas se esparcieron. Y todos los habitantes de Jerusalén lo conocieron, hasta el punto que llamaron aquel terreno, en su lengua, Haqueldamá, es decir: ‘Campo de sangre’”. (Hch. 1, 16-19).

Un final diferente del apóstol traidor en el que todo atisbo de arrepentimiento brilla por su ausencia.

La contradicción entre Mateo y Lucas es tan notoria, que no ha dejado de llamar la atención de los comentaristas evangélicos y hasta han existido intentos de conciliar ambas versiones. Vale la pena recoger aquí el de Apolinar, obispo de Rávena del s. II, quien explica haberlo leído en la obra de Papías:

“No murió en la cuerda Judas, sino que sobrevivió por haberse soltado antes de ahogarse. Y esto ponen de manifiesto los Hechos de los Apóstoles: ‘Habiéndose hinchado, reventó por medio y se desparramaron sus entrañas’”.

Dicho todo lo cual, tan solo la invitación a teólogos y exégetas a aventurarse en una nueva exégesis, una nueva interpretación del episodio en el que Judas se castiga a sí mismo con la muerte aturdido en modo atroz por el arrepentimiento, ni más ni menos que por el arrepentimiento. Un arrepentimiento que en el mensaje de Jesús sirve para el perdón del más atroz de los pecados…

Luis Antequera

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