En la audiencia que el Papa
Francisco concedió al Colegio Cardenalicio, se trató un tema actual e
interesante: la unidad de la Iglesia.
El Santo Padre nos recordó que la
unidad en la diversidad de la Iglesia, se hace posible gracias al Espíritu
Santo: “Este conocimiento y apertura mutua nos han facilitado la docilidad
hacia la acción del Espíritu Santo. El paráclito es el supremo protagonista de
toda iniciativa y manifestación de fe. Es algo curioso. Esto me hace
reflexionar: el paráclito marca todas las diferencias en las iglesias. Parece
ser un apóstol de Babel pero por otro lado es el que genera la unidad de esta
diferencia. No en la igualdad sino en la armonía”.
El Espíritu Santo nos llena de
dones que generan diversidad. Son dones que se adecuan al carisma individual de
cada uno de nosotros. Podríamos pensar en que esto nos llevaría a la Torre de Babel,
tal como el Santo Padre nos indica, pero no tiene razón de ser así.
Fijémonos en una catedral gótica
y pensemos en la diversidad de elementos que la componen. Podríamos decir que
cada piedra es diferente y no por ello la construcción es un caos. Para que la
catedral sea lo que es, necesita de algo que exceda a la suma de todas las
piedras unidas: orden, sentido y armonía.
Pero el ser humano es más que una
piedra. Es un ser libre que decide y actúa según el plan de Dios o se rebela
ante lo que estima que le limita su libertad. Por desgracia, muchas veces
decidimos colocarnos en el lugar que más nos gusta y al no encajar, desatamos
guerras internas conflictos. Es evidente que a todos nos gustaría ser lo que no
somos. Nadie no está contento con lo que es y además, intenta vivir donde no le
corresponde, termina intentado adecuar el lugar a lo que realmente es él. El
resultado es la sociedad en la que vivimos, llena de contradicciones y siempre
convulsa.
“Me acuerdo de ese Padre de la
Iglesia que le definía así: ´ipse harmonia est´. El paráclito, que nos da a
cada uno de nosotros carismas diferentes que nos unen en esta comunidad de
Iglesia que adora al Padre, al Hijo y al Espíritu Santo”.
Volviendo a la Iglesia es
impresionante que nunca llegue a descomponerse y a perder su posición y misión.
Aunque esté llena de excentricidades, infidelidades e incluso crímenes, la
Iglesia sigue adelante a través de los santos que la componen. Si nos fijamos
en lo que ocurrió en el Gran Cisma de Occidente, veremos que hubo santos que
guiaron a la Iglesia, aunque existieran tres Papas simultáneos. Pensemos en
Santa Catalina de Siena y en el Beato Juan Dominici como las dos luces que
sacaron a la Iglesia de ese tremendo momento. En estas cosas nos damos cuenta
que, incluso si la jerarquía eclesial entra en crisis, la verdadera jerarquía
nunca abandona a la Iglesia: los santos. Aunque a muchas personas les resulte
incomprensible, el verdadero poder de la Iglesia reside en la santidad. El
Espíritu Santo actúa por encima de los egoísmos y soberbias de cada momento y
siempre lo hace con humildad.
¿Quién era Santa Catalina de
Siena? Una humilde beguina que casi sin saber escribir llegó a ser Doctora de
la Iglesia. ¿Quién fue el Beato Juan Dominici? Un humilde hijo de pobres padres,
que intentó ingresar en la orden Dominica sin tener instrucción y siendo
incapaz de hablar con fluidez. Dios obró en él un milagro y llego a ser la
pieza que negoció con los tres Papas la salida del Gran Cisma. Fue nombrado
Cardenal hasta que dimitió, una vez cumplida su misión.
Entonces lo tenemos claro:
unidad, armonía y paz. ¿A qué esperamos? Acualmente nos enfrentamos a una
verdadera Torre de Babel postmoderna. Las palabras han perdido su significado y
cada cual elije el que le resulta más conveniente. Las palabras unidad, paz y
armonía no significan lo mismo para todos nosotros. Hay quienes entienden la
armonía como el caos o la ausencia de comunicación. La paz se entiende como la
tolerancia de quienes se ignoran mutuamente. La unidad es otro concepto
peligroso. Hay quien promueve la unidad como algo puramente nominal, donde todo
es posible y tolerable.
La Paz del Señor no es la paz de
los cementerios, ni se basa en la unidad de la incomunicación ni la armonía del
silencio. La Paz del Señor se basa en el respeto mutuo y en el afecto que nos
une. La unidad es complementariedad dentro de un proyecto común que es el plan
de Dios. La armonía, el coro de voces afinadas que cantan la gloria del
Creador.
Hay que
tener cuidado cuando unidad, armonía, paz y santidad se venden como cajas
separadas y vacías. Cajas en donde todo cabe. Indudablemente podemos llamar
catedral gótica a “una nada” que no tiene forma ni está constituida por nada ni
tiene función alguna. Ese el problema del ser humano actual, el terrible
relativismo nominalista que nos impide construir unidos a los demás y dentro de
un proyecto común.
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