Alguien podría sacar la errónea conclusión de que como soy amante del
esplendor del culto divino, podría mirar con desconfianza al nuevo Papa. Pero
nada más lejos de mi pensamiento. Siempre he amado la grandeza de la liturgia,
pero al mismo tiempo he defendido que los clérigos vivan de un modo austero.
Cuanto más pobremente viva el ministro de Dios, mejor. Por eso me parece
muy bien lo que hace nuestro Papa. Y en cuanto a la sencillez de trato, lo
mismo. La distancia no tiene nada que ver con la sacralidad del ministerio.
El Jueves
Santo dijo una cosa sabia y es que el sacerdote que no sale de sí, se convierte
en un coleccionista de antiguedades.
Yo que amo tanto la liturgia y la historia, las amo y me deleito en ellas,
reconozco la gran verdad de sus palabras. No lo digo ahora por oportunismo
porque lo haya dicho el Papa. En más de una docena de posts he hablado con
extensión de mi temor a que el amante de la liturgia pueda desviarse y rendir
culto al culto mismo. En esos post he señalado el peligro real de que la
liturgia se convierta en fin y no en medio de adoración. El amor a las
vestiduras litúrgicas es correcto mientras es ordenado. En el momento en el que
ellas ocupan nuestro corazón, se convierten en estorbo, en piedra de tropiezo,
para aquél que ha caído en esa desviación.
Sinceramente, espero con gran
esperanza la renovación que este Papa haga de la Iglesia. Renovación que él ya
ha comenzado.
Publicado por Padre Fortea
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