El Anacoreta, como todos los ancianos, tenía cada día más arrugas. Riendo le dijo a su joven seguidor:
- Las arrugas del cuerpo son fruto de la vida. En realidad son como condecoraciones por lo que hemos luchado y sufrido.
Luego, poniéndose serio, concluyó:
- Pero las arrugas del alma las fabricamos cada vez que renunciamos a nuestros ideales y que dejamos de luchar por ser nosotros mimos y por los demás. Esas son las verdaderas arrugas...
Joan Josep Tamburini
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