Y henos aquí de nuevo con una nueva entrega de esos giros modales utilizados en el lenguaje cotidiano y procedentes del Evangelio, a los que ya hemos dedicado más de una entrega en esta columna (pinche aquí para la primera, aquí para la segunda, aquí para la tercera, y aquí para la cuarta, si desea conocer anteriores entregas). Hoy con tres nuevos ejemplos.
ECHAR MARGARITAS A LOS PUERCOS
Tantas veces utilizado para expresar la decepción de quien ofrece algo de excesiva calidad a quien no tiene capacidad de diferenciarlo ni de pagarlo o agradecerlo en el modo y precio que merece. Semejante al españolísimo refrán “no está hecha la miel para la boca del asno” (no sé si a pesar de su enfática apariencia verdaderamente afortunado, pues no debemos olvidar que la mejor manera de premiar a un caballo sus aciertos es un terrón de azúcar), y en la línea del no menos español “Dios da pan a quien no tiene dientes”, las margaritas a los puercos se inspiran indiscutiblemente en uno más de los dichos de Jesús, que nos ofrece en esta ocasión Mateo:
“No deis a los perros lo que es santo, ni echéis vuestras perlas delante de los puercos, no sea que las pisoteen con sus patas” (Mt. 7, 6).
Donde las perlas evangélicas se convierten en las margaritas españolas.
CADA DÍA TIENE SU AFÁN
Que se utiliza para señalar la inutilidad de anticipar en exceso el trabajo y las preocupaciones del mañana. Tiene una aparente oposición al famoso “no dejes para mañana lo que puedas hacer hoy”, aunque si nos lo proponemos, es posible encontrar la coherencia y armonía de uno y otro dicho. “Cada día tiene su afán” es una idea en la que Jesús abunda numerosas veces a lo largo del Evangelio, y que más de una vez utiliza como antídoto de la codicia, e indudablemente se inspira en estas palabras salidas de su boca y que nos trae en esta ocasión Mateo:
“Así que no os preocupéis del mañana: el mañana se preocupará de sí mismo. Cada día tiene bastante con su propio mal” (Mt. 6, 34).
POR SUS FRUTOS LOS CONOCERÉIS
Dicho para señalar que lo que más define a las personas no es otra cosa que su obra, la cual canta sus excelencias o pone de manifiesto sus excrecencias. En este caso las palabras de Jesús, suficientemente explicadas por su propio autor, pasan tal cual al lenguaje cotidiano, sin alterar “ni una ‘i’ ni una tilde” (por cierto, lenguaje evangélico también, ver Mt. 5, 18):
“Un árbol bueno no puede producir frutos malos, ni un árbol malo producir frutos buenos. Todo árbol que no da buen fruto, es cortado y arrojado al fuego. Así que por sus frutos los reconoceréis” (Mt. 7, 18-20).
Luis Antequeras
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