miércoles, 24 de abril de 2013

ALABANZA EN LENGUAS


Me han pedido que escriba unas páginas sobre este tema. Lo agradezco porque aparte de hacer, tal vez, bien a otros, uno mismo desea formular y aclararse sobre una serie de experiencias que giran alrededor de este tipo de oración. Me voy a limitar a hablar de lo que se nos da en la Renovación carismática sin entrar en estudios o investigaciones sobre otras experiencias de glosolalia de las que no conozco demasiado.

Cualquiera que se acerque a nuestros grupos, sobre todo si son crecidos y numerosos, se encontrará con ese murmullo típico, a veces potente, casi gritos, en los que la comunidad se expresa y enajena durante unos minutos en una intimidad de oración muy profunda. Generalmente suena bien, es armónico, no altera la paz, interioriza a los orantes y les arrebata hacia una presencia recóndita y amada. Es una experiencia muy bella de unión, de modo que, al volver a la palabra y al vocablo, le parece a uno haber perdido calidad y unción.

Se trata de una oración en la que el sujeto o la comunidad se explayan sonoramente pero sin vocablos, sin conceptos, sin silogismos ni raciocinios. No procede como la comunicación ordinaria mediante palabras o pensamientos elaborados por el cerebro o la mente. Pertenece más bien al orden de los gemidos, del llanto, del balbuceo infantil, del clamor de un campo de futbol. En estos casos no se usan palabras pero algo del alma se manifiesta con fuerza. Hay comunicación con un tú inexpresable, inefable, que no sabes cómo hablarle, pero que inunda con su presencia.

En el cristianismo ordinario esta manifestación sobrenatural no suele darse. La gente no ora en lenguas. Habla con Dios, le pide y le cuenta cosas, se expresa a la manera humana, hace de él un interlocutor tratable. La oración en lenguas respeta más la inefabilidad de Dios, su trascendencia y nuestra incapacidad de conocerle. Pertenece al nivel del don. Para orar en lenguas debe preceder una experiencia viva del Espíritu Santo y un dejarse hacer de sus dones y frutos. El que ora en lenguas tiene el don de temor y el respeto a Dios ya bastante crecidos .

A mí no me fue fácil llegar a la experiencia de las lenguas. Simplemente no le daba importancia. No echaba de menos lo que no conocía y, por desgracia, tampoco estaba capacitado para comprender lo que me perdía. El que tiene el don sabe que lo tiene pero el que no lo tiene no sabe que no lo tiene. El don siempre es misericordia ya que ni éste ni ningún otro es merecido por nadie. Una tarde me encontraba paseando por el claustro de mi convento. Creo que estaba orando cuando de repente, noté en mi garganta algún movimiento y sonido extraño. Me sobresalté ligeramente si bien pronto lo identifiqué: estaba comenzando a orar en lenguas. Dada mi obcecación, no lo di mucha importancia. El don viene en un reino de gratuidad que yo entonces comenzaba a comprender.

No obstante, sentí la necesidad de ir a la Biblia para ver lo que dice sobre este fenómeno. Me encontré con que sólo es mencionado en la primera carta a los corintios. En el capítulo 14 San Pablo dice: Deseo que habléis todos en lenguas, aunque prefiero que profeticéis. Entonces ¿qué hacer? Oraré con el espíritu pero también con la mente. Cantaré salmos con el espíritu pero también con la mente. Doy gracias a Dios porque oro en lenguas más que todos vosotros, pero en la asamblea prefiero decir más una palabra inteligible que mil en lenguas. Orar con el espíritu es lo que llamamos nosotros orar en lenguas; orar con la mente es orar con vocablos y conceptos. Lo que dice San Pablo es interesante porque certifica la existencia de estos fenómenos en la Iglesia primitiva; él sin embargo, no está preocupado por darnos definiciones sino por el orden en las reuniones y por el respeto a los nuevos o no iniciados.

Sabemos que en la Iglesia se oró en lenguas durante bastantes siglos. San Agustín nos lo certifica. Según se iba estructurando más la liturgia, iba muriendo la espontaneidad. La de orar en lenguas murió en Constantinopla en el siglo séptimo. El emperador, obsesionado con los complots y conspiraciones, prohibió los últimos grupos libres que se reunían para orar, en los que aún se ejercitaba este tipo de oración. De ahí en adelante, no se encontró nunca más lugar para él en los rituales oficiales. Como es una moción del Espíritu nunca se podrá erradicar. Por eso se ha mantenido latente en la Iglesia a la espera de rebrotar cuando se dieran las condiciones idóneas, como ocurre ahora. Conocemos el caso de muchos santos que oraban en lenguas sin saber ni tener conceptos claros de lo que estaban haciendo.

Este modo de orar, como vemos, ha tenido una historia muy turbulenta. Sin embargo, nosotros debemos sacarle todo el jugo espiritual del que es portador que no es poca cosa. Pese a mis primeras reticencias fui entrando poco a poco en la hondura de su misterio. Hoy es el día que cuando tengo que orar o deseo orar en serio, sólo lo hago en lenguas. Si oro por una persona ¿qué voy a decirle a Dios? ¿Le voy a pedir cosas para ella? ¿Voy a programar a Dios? Oro en lenguas con el máximo respeto a la voluntad de Dios a la vez que mi corazón entrega esta persona a la acción paternal del Señor. Él sabe lo que le conviene. Sabemos lo reconfortante que es esta oración de intercesión para el que le hace y el que la pide.

La calidad de esta oración se basa en que es altamente contemplativa. La oración más pura es la que se ha ido despojando de sentimientos, de intereses, de métodos, de peticiones personales por más santas que sean. Los místicos te cuentan que en las purificaciones pasivas tiene que desaparecer todo, hasta tus gustos, aficiones y modos personales de hacer, ya que ninguna de tus cosas y modos te va a unir con Dios. Si quieres que tu oración se purifique tienes que acostumbrarte no a darle cosas a Dios sino a recibirlas de él. La única ofrenda agradable al Padre es Jesucristo y en él, es decir, sepultado con él, para resucitar con él, tienes que ir caminando. Unido a Jesucristo de esta manera, él te da su Espíritu que te lo enseña todo. A la derecha de Jesucristo el cero que eres se hace de un valor infinito. Sin Jesucristo tu cero es nulo para el reino de los cielos.

Lo primero que te enseña el Espíritu es a orar en espíritu y en verdad. Tú no sabes lo que debes pedir, no tienes palabras para dirigirte a Dios. Lo puedes hacer, pero nunca saldrás de mucha imperfección. San Pablo es mucho más claro cuando nos dice: El Espíritu mismo viene en ayuda de nuestra flaqueza, pues nosotros no sabemos lo que tenemos que pedir. Por eso el mismo Espíritu intercede por nosotros con gemidos inefables… (Rm 8, 26). ¿Donde se ubica esa intercesión? ¿Es algo fuera de la encarnación? No, se ubica en la flaqueza de nuestra oración que ungida por el Espíritu se trasforma en gemido inefable. En esto consiste el orar en lenguas. Cuando oramos y cantamos en lenguas en nuestros grupos se cumplen estas palabras inspiradas de San Pablo.

Es, como sabemos, una oración vacía de concepto, libre de mensaje, espontanea, sin contacto con la razón y, sin embargo, de una gran comunicación. Sucede en el alma o, mejor, en el espíritu. Puedes ayudarla con alguna representación sobrenatural como, por ejemplo, pensando en Jesús resucitado, teniendo claro que esta imagen no es parte de ella aunque ayude. Es una oración contemplativa que no te comunica primariamente a ti con Dios sino a Dios contigo. Es un regalo, procede como don, es un acto de fe sobrenatural que se expresa con sonido anterior a toda lógica. Su entidad es sobrenatural aunque se encarne en tu corazón y en tu garganta.

¿Qué alabanza puede haber mayor que la que el Espíritu arranca de nuestros corazones? Es muy importante clarificarnos y valorarla ya que, de lo contrario, no remontamos en la alabanza y no pasamos de cuatro frases convencionales que no acaban de llenarnos. Ciertamente es un don y, tal vez, no todos tengan esa gracia pero lo cierto es que en nuestros grupos es casi universal y debe ser pedida con ahínco cuando se carezca de ella.

Es una oración de descanso. El hecho de no utilizar vocablos ni componer frases racionales, ni pedir algo concreto te hace la oración muy descansada. Tu corazón puede funcionar sin tu mente. Por eso, en momentos en que estés cansado o agobiado y no seas capaz de orar piensa que tu oración es el corazón. Tu oración es tu deseo, tu esperanza, tu anhelo más profundo. Esto es lo que te define aunque no puedas formularlo en frases hechas. El Espíritu Santo motiva tu corazón sin cansarte, sin obligarte, lo tienes ahí dentro, te basta un gemido en lenguas.

Una de las genialidades de Santo Tomás de Aquino es haber colocado la esperanza en la voluntad. No la colocó ni en la inteligencia, ni en la memoria ni en la imaginación sino en la voluntad, sede del deseo y del querer. Lo propio de la voluntad no es entender sino amar, desear y esperar. El corazón, es decir, la voluntad, tiene razones que la razón no conoce. Lo suyo es desear el bien, la felicidad, todo lo que es amable y nos da alegría. La voluntad como potencia humana es redimida y sanada en sus quereres por la esperanza teologal que la conduce hacia Dios, hacia la vida eterna. La voluntad, rescatada y ungida por la esperanza, quiere amar y desear sin retorno; desea alimentarse de vida eterna. Es la sede del don de la esperanza y con ello se hace deseo eterno. Ella es la que nos da ganas de Dios y la alegría de ocuparnos en sus cosas.

El concepto, el raciocinio, la inteligencia lógica de las cosas va por otro camino; no pertenece a la voluntad sino al entendimiento. La oración en lenguas pertenece a la dimensión de la voluntad y de la esperanza, en ella no funciona la lógica del conocimiento sino del deseo. Cuando oramos en lenguas no nos interesa conocer a Dios mejor ni profundizar en sus atributos, sino unirnos más a él, sentir su gracia, experimentarle como nuestro amor más hondo.

Esta capacidad es propia de todo hombre. No todos pueden formular y conceptualizar la realidad pero si pueden desear, esperar y amar. En todo hombre hay semillas y nostalgias hondas del bien y de la felicidad. Todo hombre ora en lenguas en algún sentido, ya que todos gemimos y deseamos desde lo más profundo. Esta raíz habita en el fondo de nuestra naturaleza, es más honda que el nivel psicológico porque llega hasta el metafísico. Sin embargo, en la mayoría de las personas no están iluminadas estas profundidades, no saben expresarlas, a veces tratan incluso de sofocarlas porque sólo cultivan el nivel racional.

La oración en lenguas, como la fe y la esperanza, es un acto sobrenatural. Su entidad no es gutural ni siquiera física sino que nos es dada por el Espíritu Santo. Orar, pues, en lenguas, es un orar de cielo, un orar que pertenece a la otra orilla. En el Apocalipsis cuando se nos habla de la alabanza eterna se compara al ruido de grandes aguas, al fragor de un gran trueno: El ruido que venía del cielo, era el cántico de los redimidos y se parecía al estruendo de grandes aguas o el fragor de un gran trueno. Ese ruido era como de citaristas que tocaran sus cítaras. Cantaban un cántico nuevo que nadie podía aprender fuera de los rescatados y redimidos (Ap. 14, 2-4).

Los que podemos orar en lenguas somos seres privilegiados ya que sin perder ni disminuir ninguno de los dones naturales, nuestra naturaleza queda iluminada por el don. Es más, lo expresamos con gemidos inefables. Colocamos en su sitio los deseos y nostalgias humanas que debemos valorar y cultivar. Todo lo que arrastren de pecado, incluso lo trasmitido por generaciones anteriores, queda sanado por la esperanza teologal. Finalmente esta esperanza nos eleva hasta los confines del más allá que expresamos desde lo más hondo con gemidos inenarrables. La oración en lenguas tiene vibraciones de nueva creación.

Sin oración en lenguas la esperanza queda muda. Desea pero no grita. ¿Qué hombre al que el deseo le acucie en lo más hondo deja de gritar? Lo vemos hasta en los animales que rugen y pían desde su más profundo, suspirando por su alimento y su satisfacción. El cristianismo, ahogado por el concepto y el dogma, ha reprimido los gemidos más nobles que puede emitir el alma del que es gratuitamente amado. Los que podemos hacerlo, sigamos haciéndolo, esperando el día en que los tabúes, los ridículos y sobre todo los corsés legales y teológicos desaparezcan y reviente una nueva primavera de oración en la Iglesia.

Chus Villarroel O.P

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