martes, 19 de marzo de 2013

VIRTUDES Y POTENCIAS


Dos son las obras fundamentales…, en las que San Juan de la Cruz, nos marca el camino necesario que hay que recorrer para nuestro encuentro con el Señor. Estas dos obras son: La Subida al Monte Carmelo y la Noche oscura. En la primera de estas dos obras, Subida al Monte Carmelo se encuentra esta obra dividida en tres libros, los cuales tratan: 1º. Sobre la Noche oscura de los sentidos, en la que alma comienza su camino para alcanzar la unión con el Señor, dominando sus imperfecciones y apetitos que se encuentran en la parte sensitiva de la persona. 2º y 3º libros tratan sobre Noche activa del espíritu, en la que el alma tiene ya la dichosa ventura de haberse librado de las ataduras de todas las imperfecciones espirituales y apetitos de propiedad en lo espiritual. En esta parte, el alma ha de vaciarse de todo aquello que no sea Dios.

Los tres libros de la primera obra Subida al Monte Carmelo, se ocupan de dos, de las cuatro partes de la Noche Oscura del alma. La segunda obra Noche oscura, se ocupa de las otras dos últimas partes, en dos libros que tratan, el primero de la 3º parte, de las cuatro que comprende el proceso, en ella entramos así, en la tercera parte, de la noche oscura que tiene que recorrer el alma para llegar a la cumbre del Carmelo. Se trata de la Noche pasiva de los sentidos, pues en esta última etapa no es ya el alma la que actúa, sino que ella se deja llevar gustosa por la senda por la que le conduce su Amado. De aquí el título de Noche de Noche pasiva de los sentidos. En el segundo libro de la noche oscura, se ocupa este de la 4º parte y así llegamos al final que es la parte llamada Noche pasiva del espíritu.

Refiriéndose a esta cuarta parte de la Noche oscura, sobre ella escribe San Juan de la Cruz diciendo: “Cuando el alma se ha convertido a Dios con decisión, de vía ordinaria Dios la va nutriendo en espíritu y regalando, como lo hace la amorosa madre con el niño tierno, al cual calienta al calor de sus pechos y le cría con leche sabrosa y manjar blando y dulce, y en sus brazos le trae y le regala.

Para llegar a alcanzar la noche pasiva de los sentidos, es imprescindible que el alma se haya previamente vaciado de todo lo que no es Dios. San Juan de la Cruz, nos dice que emplea el término de noche oscura, pues cuando las tres potencias, son vaciadas, quedan en tinieblas quedan a oscuras. Solo posteriormente ella será iluminada por la Luz divina, cuando lleguen a la cumbre del Carmelo.

Pues bien en el capítulo 6 del segundo libro de la Subida al monte Carmelo y tratando de la parte de la Noche activa del espíritu, San Juan de la Cruz, nos explica como las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Amor, son las encargadas de poner en perfección vaciándolas de todo lo que no sea Dios. Para San Juan de la Cruz es importante el vaciamiento de las tres potencias, ya que mediante las cuales el alma se une a Dios. El vaciamiento lo realizan a las tres las tres virtudes teologales, cada una de las tres en su potencia respectiva, es de ver que sobre la Memoria, actuará la Esperanza, sobre la Inteligencia actuará la Fe y sobre la Voluntad, actuará la Caridad es decir, el Amor.

El Catecismo de la Iglesia católica, en su parágrafo 1.812, nos dice que: “Las virtudes humanas se arraigan en las virtudes teologales que adaptan las facultades del hombre a la participación de la naturaleza divina (cf. 2 P 1, 4). Las virtudes teologales se refieren directamente a Dios. Disponen a los cristianos a vivir en relación con la Santísima Trinidad. Tienen como origen, motivo y objeto a Dios Uno y Trino”. Y el parágrafo siguiente nos dice: “Las virtudes teologales fundan, animan y caracterizan el obrar moral del cristiano. Informan y vivifican todas las virtudes morales. Son infundidas por Dios en el alma de los fieles para hacerlos capaces de obrar como hijos suyos y merecer la vida eterna. Son la garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano. Tres son las virtudes teologales: la fe, la esperanza y la caridad (cf. 1 Co 13, 13)”.

Y esa garantía de la presencia y la acción del Espíritu Santo en las facultades del ser humano, es la referencia que nos hace San Juan de la Cruz, en el capítulo 6 mencionado, cuanto las virtudes teologales actúan vaciándonos las tres potencias del alma, a fin de que ese vacío sea ocupado por el Espíritu Santo en nuestras almas.

El Beato Juan Rubroquio (Van Ruusbroec) ya en el s. XIV, escribía: “Quede claro ante todo que los hombres buenos están unidos a Dios por un medio. Este medio es la gracia de Dios, los sacramentos de la santa Iglesia, las virtudes teologales, fe, esperanza y caridad, Y una vida virtuosa conforme a los mandamientos de Dios”. Las tres virtudes teologales son inseparables; ninguna de ellas es capaz de existir sin las otras. Por ello, es imprescindible comprender en este mundo terrenal, que el amor no puede existir sin sus siervas, que son la fe y la esperanza: la caridad tiene una total necesidad de ellas para crecer y desarrollarse. Pero si alguien carece de fe, también carecerá de esperanza y de amor hacia un Dios que no cree que exista.

Por ello asegura Jacques Philippe, que: “En el dinamismo propio de la vida teologal: la fe engendra esperanza, y la esperanza posibilita y favorece el despliegue del amor. Este dinamismo es fruto de la gracia y obra del Espíritu Santo, pero sin ninguna duda precisa de la cooperación de nuestra voluntad; y este aspecto positivo se opone frontalmente al dinamismo negativo del pecado, en el cual la fe es sustituida por la duda, la esperanza por la desconfianza, y el amor por el pecado”.

En el dinamismo propio de la vida teologal: la fe engendra esperanza, y la esperanza posibilita y favorece el despliegue del amor. Este dinamismo es fruto de la gracia y obra del Espíritu Santo, pero sin ninguna duda precisa de la cooperación de nuestra voluntad; y este aspecto positivo se opone frontalmente al dinamismo negativo del pecado, en el cual la fe es sustituida por la duda, la esperanza por la desconfianza, y el amor por el pecado”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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