domingo, 31 de marzo de 2013

NECESIDAD DE RECIPROCIDAD EN EL AMOR

El amor es un bien espiritual… y como todo lo que pertenece a este orden, es invisible a los ojos de nuestra cara, aunque no lo son los frutos que produce este bien tanto en su lado divino o sobrenatural, como en su lado natural o humano. Como ya más de una vez hemos comentado, Dios es la única fuente de amor existente, Él genera todo el amor que existe, porque el amor humano no es generado por nosotros. Escribe San Juan y nos dice: "…., quien teme no ha llegado a la plenitud en el amor. Nosotros amamos, porque Él nos amó primero”. (1Jn 4,19). Nuestro amor, el amor entre nosotros es solo un reflejo del amor sobrenatural divino.

Y Dios además de ser fuente única generadora de amor, lo cual resulta ser una consonancia de su Ser, porque Dios tal como nos explicitita también San Juan es: “Y nosotros hemos conocido y creído en el amor que Dios nos tiene. Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en É1”. (1Jn 4,16). El amor sobrenatural, del que hemos hablado, que es el todo, porque como ya hemos visto, dicho repetidamente, de Dios emana todo amor, porque el mismo es amor y solo amor, su naturaleza es el amor. Nosotros no generamos amor, sino que reflejamos el amor que Él nos genera. Las características de nuestro amor humano son iguales, aunque no idénticas a las del amor sobrenatural divino, si tenemos en cuenta la existencia de contadas excepciones al del amor sobrenatural divino.

Entre las varias características que tiene el amor, existe una que aquí y ahora nos interesa destacar. Y esta es la característica del amor llamada reciprocidad. Para examinar debidamente la reciprocidad en el amor, hemos de partir de la base de que la característica del amor llamada reciprocidad, en principio funciona igual en las dos clases de amores, pero existen matices a considerar.

En el ser humano su amor exige siempre reciprocidad, si esta no se da, el impulso inicial de amor que puede darse entre dos personas, lo que vulgarmente se llama flechazo, se marchita por la falta de reciprocidad. La persona viene a este mundo con la necesidad de amar y ser amada, ella ama con la esperanza de que la amen. Amar y ser amado es la base de la reciprocidad, y cuando una persona no ama o no se siente amada la infelicidad hace mella en ella.

Caso distinto es el amor de los padres a los hijos, en el que la reciprocidad aunque nunca debería de quebrase, se quiebra porque hay hijos o hijas que no aman a sus padres y no por ello los padres dejan de amarlos

El amor una vez, que se ha generado, sea este el que sea y la forma en que se haya iniciado, para su continuación y crecimiento necesita reciprocidad. Sin reciprocidad tal como hemos dicho, el amor se marchita. La reciprocidad es como un alimento que el amor necesita, no solo para sobrevivir sino también para crecer. Hay veces en que la reciprocidad es necesaria para su generación. Tal es el caso, por ejemplo de unos jóvenes que se conocen y a primera vista se interesa el uno por el otro u otra, se inicia así un pequeño grado de reciprocidad, siesta reciprocidad aumenta puede terminar en la vicaría.

El hombre es un ser que necesita amar y sentirse amado y cuando no se siente amado, nota que algo le falla. El hombre quiere amor Lo necesita el amor, porque él finalmente lo que quiere es amor. El necesita el amor porque se siente incompleto dentro de sí mismo. Quiere un amor sin celos, sin odios, y por encima de todo; un amor sin saciedad, un amor dotado de un constante éxtasis, en el que no haya ni soledad ni cansancio. En definitiva en el amor humano busca sin darse cuenta lo más similar que pueda encontrar al amor divino, pues él está hecho para esa clase de amor y de felicidad que desconoce.

El necesita que su amor sea correspondido, porque el amor no correspondido es un deseo, un anhelo de ser amado y cuando uno no es amado, termina por no amar él mismo. El verdadero amor no puede consistir en amarse a sí mismo; el amor autentico es el que se dirige hacia otro u otra. Se opone precisamente a la búsqueda de sí mismo y al afecto a sí mismo y por su puesto al egoísmo. El hombre no puede vivir sin amor. El amor es lo que da sentido a nuestra vida y a nuestro obrar. De hecho, el Narciso espiritual, al buscar incesantemente la aceptación humana o la autoafirmación, lo que busca es precisamente este amor.

Cuando el hombre, que tiene la necesidad de amar y de ser amado, si no puede satisfacer esta exigencia natural, la existencia se le vuelve insoportable. La necesidad de sentirse amado, es una característica del hombre, cuya vida, en todas sus dimensiones, biológica, psicológica, espiritual… necesita sentirse amado, sin la satisfacción de tal necesidad, el hombre se desequilibra, incluso llega a enfermar síquicamente.

Nada ensancha tanto el corazón como amar y ser amado, pero no es menos cierto que nada puede herir tanto al corazón, porque precisamente amando y siendo amados percibimos que la respuesta humana es forzosamente inadecuada si la comparamos con la respuesta divina que nosotros recibimos cuando le expresamos nuestro amor al Señor.

El de los amores humanos no correspondidos, es un tema complicado. Generalmente estos amores, más conciernen a unas épocas de adolescencia y de juventud, cuando el ser humano, sea ella o sea él, comienzan a asomarse a la vida, al mismo tiempo que secretamente empiezan a enamorarse de otro o de otra, que es ignorante de ese amor secreto que se le tiene y que, unas veces puede ser que sea objeto de deseos recíprocos y otras veces no, y es precisamente, es en esta época de la vida, cuando nace la tragedia de amar sin sentirse amado. Más adelante los amores no correspondidos terminan por marchitarse, cosa esta que no ocurre en el amor sobrenatural del Señor, cuyo amor por nosotros aunque no sea correspondido o lo que es peor repudiado, no por ello el Señor deja de amar el alma que no le ama y su paciencia con ella es infinita.

En el tema de los amores no correspondidos, entramos en el mundo de los celos, las pasiones, los engaños, y todas esas figuras que juegan alrededor del amor entre las personas, cuando este amor más de una vez, se mezcla con la impureza de los deseos humanos, al margen de lo por Dios dispuesto. Y aun permaneciendo puro, este amor entre las personas, cuando no es correspondido, crea verdaderos traumas y heridas, que casi siempre son el fruto de una falta de humildad, que más de una vez, el tiempo se encarga de cicatrizar.

Para encontrar la correspondencia en el amor que se tiene y no es correspondido, San Juan de la Cruz da una fórmula, que ya hemos mencionado en otras glosas y libros y que dice: “Donde no hay amor, pon amor y sacaras amor”. Esta fórmula que nos recomienda el santo carmelita, es una consecuencia de la fortaleza propia del amor, que está hasta muy encima del poder de su antítesis que es el odio. Charles Foucauld nos habla de la fuerza del amor y de esta fórmula de San Juan de la Cruz y dice:: “Porque el amor, es el medio más poderoso de atraer al propio amor, porque amar es el medio más poderoso de hacer que nos amen… Puesto que el Señor, así nos declaró su amor, imitémosle declarándole el nuestro… No nos es posible amarlo sin imitarlo, amarlo sin querer ser lo que Él fue, hacer lo que Él hizo o sufrir y morir torturado; no es posible amarlo y querer ser coronado de rosas cuando Él lo fue de espinas”.

Pasando al tema de la reciprocidad en el amor sobrenatural o divino, hemos de ver que, en el amor sobrenatural este exige también siempre reciprocidad, aunque la reciprocidad funciona de distinta forma, en el amor sobrenatural, que en nosotros en nuestro amor material.

Aludiendo a la necesidad de la reciprocidad en el amor, dice San Juan de la Cruz, que: “El que ama no puede estar satisfecho si no siente que ama tanto como es amado”. Y solo en el amor al Señor, es donde podemos tener esa garantía de que somos siempre amados, mucho más de lo que nosotros seamos capaces de amarle a Él. Y esto es así, sencillamente, porque al ser Dios un Ser ilimitado en todas sus manifestaciones, su amor es siempre ilimitado, y el amor que nosotros seamos capaces de devolverle, siempre será un amor limitado en relación a su intensidad y cuantía. Un pobre y raquítico amor comparado con el que Dios nos tiene.

Pero es de considerar que no hay reciprocidad correspondida, pues mientras que Dios nos ama a todos, su amor a nosotros a cada uno de nosotros se generó el día que no creo, y difícilmente podíamos nosotros darle reciprocidad a su amor. Pero es el caso que son muchos los que no le aman y sin embargo el siempre los ama, hasta el último momento en que se nieguen a aceota el amor de Dios y se salgan de su ámbito de amor.

El Señor busca afanosamente nuestra amor y es por ello que cuando encuentra un alma dispuesta a entregarse plenamente a su amor, en forma incondicional, esta alma desarrolla velozmente su vida espiritual y la luz divina, penetra en su ser iluminando los ojos de su alma, colmándola de dones y bienes espirituales, pues es doctrina cierta y comprobada que quién se entrega al Señor, Él corresponde entregándose a su vez a ese amor que se le ofrece: “Mira que estoy a la puerta llamando: si alguien oye mi voz y me abre, entraré en su casa y cenaremos juntos”. (Ap 3,20).

Esta necesidad de ser correspondido en el amor, la siente el mismo Dios, cuando se nos queja de que ¡El Amor no es amado! ¡Haz amar al Amor! Dios es amor, y debemos procurárselo. El mismo Jesús se queja: Debes creerme como suena, hija mía. ¡Tengo necesidad de amor! Como un hambriento necesita pan y un sediento necesita agua. Yo tengo necesidad de amor.

Pero aquí a lo que en verdad nos referimos, es al mutuo amor que el alma humana busca y puede sentir hacia su Creador. Aquí, en este mundo en que vivimos, todo el que ama al Señor, puede decir sin dudar, que es amado. Y el que desea amar, ya ama y por lo tanto es amado. Dios nos ama únicamente a fin de amar en nosotros, y al amar en nosotros, nos une a Él. Este es el perfecto amor, el que emana de Dios, pues solo Él puede generar amor, lo nuestro, lo que nosotros llamamos amor hacia Él, es un reflejo débil y pálido del inmenso amor que Dios tiene a sus criaturas.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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