"Jesús se dirigió otra vez a la gente,
diciendo:
– Yo soy la luz del mundo. El que me siga tendrá la
luz que le da vida y nunca andará en oscuridad.
Los fariseos le dijeron:
– Tú estás dando testimonio a favor tuyo; ese
testimonio no tiene valor.
Jesús les contestó:
– Mi testimonio sí tiene valor, aunque lo dé yo
mismo a mi favor, pues yo sé de dónde procedo y a dónde voy. En cambio,
vosotros no lo sabéis. Vosotros juzgáis según los criterios humanos. Yo no
juzgo a nadie; y si juzgo, mi juicio es conforme a la verdad, porque no juzgo
yo solo, sino que el Padre, que me envió, juzga conmigo. En vuestra ley está
escrito que cuando dos testigos dicen lo mismo, su testimonio es válido. Pues
bien, yo mismo soy un testigo a mi favor, y el Padre, que me envió, es el otro
testigo.
Le preguntaron:
– ¿Dónde está tu Padre?
Jesús les contestó:
– Vosotros no me conocéis, ni tampoco a mi Padre;
si me conocierais, conoceríais también a mi Padre.
Jesús dijo estas cosas mientras enseñaba en el
templo, en el lugar donde estaban las arcas de las ofrendas. Pero nadie le
apresó, porque todavía no había llegado su hora."
Jesús nos dice que Él es la luz del mundo. Pero no
todos somos capaces de verla. Esa luz es muy importante para nosotros, porque
es la que nos muestra al Padre. Conocer a Jesús es conocer al Padre. No podemos
llegar a Dios sin pasar por Jesús.
En lenguaje bíblico la oscuridad no es sólo la
falta de luz. Son las fuerzas del mal que nos apartan del camino de la vida. La
luz es todo lo contrario. Es el camino que lleva a la vida.
Jesús es la luz del mundo. Da sentido a nuestras
vidas. Nos enseña el verdadero camino de la humanidad, que no es el del poder y
la fuerza, sino el del amor, el de la compasión, el del compromiso con los que
sufren. Jesús nos revela un Dios que es Amor. Jesús nos revela también nuestra
identidad más profunda. Nos enseña que estamos llamados a crecer en el amor y
en la verdad.
¿Cerraremos nuestros ojos a esta luz?
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