Ya he dicho unas mil veces que la crisis económica que se está viviendo en Occidente, tiene una raíz teológica. Un Occidente que se ha alejado de Dios y que comprueba cuánto puede sin su Padre.
Hoy sólo quería que reparamos en un pequeño detalle. Un detalle que hace años todavía no había sucedido. Tanto Estados Unidos como la Unión Europea han hecho esfuerzos sobrehumanos por superar la crisis. Se han tomado todas las medidas posibles. Se ha hecho caso a los economistas. En una situación tan grave, los expertos han tomado el timón para capear el temporal. El problema, el pequeño problema, es que llevamos cinco años en que a pesar de todo, sigue entrando agua en el barco a un ritmo constante. Cuando los médicos ya han hecho todo lo posible porque el enfermo mejore, y éste no mejora, ¿qué se puede hacer? ¿Qué hacer cuándo la lista de medidas ya se ha agotado? Occidente se sigue descapitalizando, mes tras mes, porque los grandes inversores lo ven claro: más allá de los discursos, el enfermo no reacciona.
Necesitamos un Jeremías, un Isaías, un Ezequiel que en las plazas de los pueblos clame que nos engañamos pensando que esto es una mala racha, que esto no es una gripe, que más allá de esas nubes negras está la calma fuera de la tormenta. Nos internamos con lentitud, pero cada vez más profundamente, en la tempestad. Sólo lo entenderemos cuando los malos números que vemos en la pantalla de las noticias, los veamos traducidos en disturbios sociales. Ese gigantesco BASTA YA, sin embargo, no será el comienzo del remedio, sino el escoramiento del barco, el comienzo de una degradación social mucho mayor.
Los políticos lo han hecho muy mal. Pero la solución no es la antipolítica, el populismo, el parlamento de la calle. Cuando lleguemos a eso, sabremos que estamos entrando en el centro de la tormenta. Espero, al menos, que en nuestras plazas los profetas nos recuerden los oráculos del Señor.
PUBLICADO POR PADRE FORTEA
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