Ella vivía alejada de la fe antes de la enfermedad.
Cuando le diagnosticaron la enfermedad se dio por muerta y se enfureció con Dios y con todos. Pero luego aprendió a ver a Dios en sus hijas.
Betzi Trinidad Flores creció en La Ceiba, la tercera ciudad más importante de Honduras, una zona costera y muy festiva. En su juventud, declara, creía "que el mundo estaba en mis manos” y aunque creía en Dios vivía alejada de él y volcada en las fiestas y las relaciones sexuales sin compromiso.
En 1998 le notificaron que había contraído el virus del sida.
“Fue una noticia muy impactante para mí. Cuando te dan un diagnóstico de ese tipo no estás preparado. En aquel entonces era como recibir una sentencia de muerte”, recuerda en el semanario hondureño Fides.
"HASTA ACÁ LLEGÓ MI VIDA"
“Pensé: ya no vale la pena estudiar, tal vez los planes de casarme, de tener un hogar…y repetidamente decía ¡hasta acá llegó mi vida! Caí en una severa depresión, prácticamente me escondía de toda la gente.”
Flores es consciente que la persona que la infectó jamás le notificó que era seropositivo. “Esto ocurre por el temor al rechazo, al estigma, a la discriminación”, explica.
Perdió el hogar y el trabajo, nada llenaba su vida, prácticamente se encontraba acabada.
FURIA CONTRA DIOS
Betzi sintió furia contra todos, y también contra Dios, al que le echaba las culpas. Pero con el tiempo comprendió que su enfermedad fue producto de su irresponsabilidad.
“Dios no es culpable. Él pone frente a nosotros dos caminos: el bien y el mal. Toda decisión que nosotros tomemos siempre traerá consecuencias a nuestras vidas”, explica hoy.
“Yo sabía de Dios aunque no lo conocía. Empecé a conocerle y aferrarme a Él, comencé a pedirle con todas mis fuerzas para que me sacara de esta condición por mis tres hijas, por las que debía de luchar. Debo decir que un pilar fundamental para salir de esa situación ha sido mi familia a la que amo con toda mi alma”.
En el rostro de sus hijas miraba a Dios quien poco a poco fue fortaleciendo su vida.
SER VALIENTE
“Él siempre me acompañó, jamás me dejó de la mano", dice hoy. "Dios me enseñó a enfrentar esta enfermedad, a vivir con ella, a ser valiente”, dice con entero orgullo la mujer.
Hoy día sus sueños han renacido “gracias a Dios”. Ha vuelto a estudiar y quiere seguir en la senda educativa hasta lograr ser una universitaria. “¡Sin Dios nada soy!” reitera.
Y aprovecha para enviar un mensaje a los jóvenes: “vivamos una vida sexual de acuerdo a lo que Dios nos pide, seamos prevenidos siendo conscientes basados en los preceptos del Señor que nos enseña a ser fieles a vivir la Santidad”.
Carlos Ramos / Semanario Fides / ReL
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