domingo, 9 de diciembre de 2012

EL «CURA VOLADOR», UN CLAVADISTA DISPUESTO A TODO POR SU PARROQUIA



Un fenómeno entre 1947 y 1962.

Robert Simon fue un sacerdote francés que completó ciento diez saltos desde más de cuarenta metros.

El caso de Robert Simon (1913-2000) demuestra que hay sacerdotes dispuestos a la máxima generosidad por sus fieles. Entre 1947 y 1962 realizó ciento diez saltos al agua desde cuarenta metros de altura, con la única finalidad de recaudar fondos para su parroquia. Se convirtió en una celebridad, hasta ser bautizado como "el cura volador". Aprovechó su gusto y habilidad por la natación y el clavadismo en beneficio de los suyos.

CURTIDO DESDE MUY PEQUEÑO

Sabía de la dureza de la vida. En 1917 su padre murió en la Primera Guerra Mundial, y su madre tuvo que mantener ella sola a sus tres hijos prematuramente huérfanos. Robert entró de pequeño a estudiar en el seminario menor, y pasó luego al mayor, ordenándose sacerdote en 1938 tras concluir su servicio militar.

Ya como sacerdote, fue movilizado en septiembre de 1939, cuando Alemania invadió Polonia, y desmovilizado cuando el Armisticio que rindió Francia ante los tanques de Adolf Hitler. En 1944 le destinaron a una parroquia rural en Saône (Doubs), y fue allí cuando, viendo las condiciones de miseria en que vivían sus feligreses, maduró la idea de dedicarse al clavadismo.

CON PERMISO DE LA AUTORIDAD

Lo consultó con su superior, el arzobispo de Besançon, monseñor Louis Dubourg (1878-1954), quien le autorizó considerando que su acción constituiría una "buena apologética".

Así que se preparó a conciencia, y en agosto de 1947 realizó el primer salto. Fue desde una torre de madera sobre una roca de veinte metros sobre las frescas aguas del lago Villers. Cuando se vio arriba, se encomendó a su santa favorita, la joven de Lisieux: "Santa Teresita, ayúdame, ahora ya no hay marcha atrás".

Y no la hubo. Se lanzó y logró su objetivo recaudador, pero a base de pasarse ocho días en cama del planchazo que se pegó. Pero el padre Simon no se arredraba ante las dificultades, y desde ese día y durante los siguientes tres lustros, desde alturas que oscilaron entre los 35 y los 42 metros (trece o quince pisos), en aguas del Sena en invierno o en los puertos de Marsella o Casablanca, completó ciento diez saltos.

Como cuenta Serge Pautot, gracias a ellos consiguió arreglar su iglesia, aliviar la miseria de sus feligreses, llevar de vacaciones al mar a los niños de la parroquia y crear una colonia de vacaciones por la que pasaron a lo largo de doce años seiscientas familias.

LA LEGIÓN DE HONOR

Tras cumplir los cincuenta años empezó a reducir sus saltos. Creó una escuela de clavadistas y de salto de trampolín en la parroquia a la que fue destinado en Sainte Anne du Castellet, y en 1983, con 70 años, aún se atrevió a lanzarse desde 17 metros. Y en 1988, con 75, desde quince. Ese año el ministro de Asunto Sociales, Philippe Seguin, le concedió la Cruz de Caballero de la Legión de Honor.

IDEAS SACERDOTALES

"No soy más que un instrumento en las manos de Dios. ¿Por qué tener miedo?", contestaba a quien le preguntaba por los temores que debió sentir allí arriba: "Pero ahora pienso que estaba loco. Cuando vuelvo a ver los saltos y los riesgos que corrí, y que corrieron también quienes se comprometieron conmigo. No tuve un solo accidente grave. ¿No es una prueba de que Dios me apoyaba?".

El padre Simon se retiró en 1996, a los 83 años, y a principios de 1999 su salud empezó a deteriorarse, hasta fallecer el 14 de agosto de 2000. Fue enterrado en el cementerio de Sainte Anne du Castellet, detrás de la iglesia, tras un entierro que congregó a cientos de personas que no habían olvidado sus desvelos ni su valor.

Ni la poca importancia que se dio a sí mismo y el permanente sentido de su condición sacerdotal, a pesar de que la fama le obligaba a la locuacidad y el protagonismo: "Los periodistas que venían a verme eran sencillos e inteligentes... Hacían su trabajo, así que yo no podía decepcionarles. Me llevaba tiempo, pero gracias a ellos era como yo recibía el dinero que tanto necesitábamos. Y un cura... habla de Dios. Yo, que no tengo el don de la palabra, estaba encantado de tener un pretexto para mostra la bondad de Dios. ¿No es maravilloso? Para mí fue, realmente, un acto de amor".

Cuando murió, Georges Séjourné, socorrista y campeón mundial de salvamento en 1946, quien le vio saltar sobre agua a cuatro grados, lamentaba con lágrimas en los ojos su desaparición: "Yo saltaba desde diez metros y salía con las piernas negras por el choque. Él arriesgaba su vida y salía a veces con el rostro tumefacto. Pero no era la proeza lo que buscaba. Lo hacía por los pobres".

C.L. / ReL

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