El amor de por sí, es siempre posesivo…, porque tiene una tendencia hacia la posesión del bien o de la persona que se ama. Esto ocurre en el amor puramente humano, pero también es igual en el orden sobrenatural. Todo amor nace de Dios, Él es el creador de todo lo visible y de lo invisible, y para mayor razón, sabemos tal como nos dice San Juan que: “Dios es amor, y el que vive en amor permanece en Dios, y Dios en Él”. (1Jn 4,16). Por ello todo el amor se genera en Dios, y su antítesis que es el odio, está patrocinado por el demonio. Existe una ley natural por la que siempre que existe un vacío de un bien, sea material o espiritual, su antítesis se apresura a rellenar el vacío que se produce. Así en el orden material, la antítesis de la luz es la oscuridad, si nosotros apagamos la luz de una habitación inmediatamente es la oscuridad, antítesis de la luz material, la que lo invade todo. Y en el orden espiritual, sucede que donde se marcha el amor, a este le sucede el odio que es si antítesis.
Y tanto el amor sobrenatural, como el puramente humano es siempre posesivo de aquello que ama, y además en el caso del Señor, esto justifica o da explicación al tremendo amor del Señor a los hombres, que le lleva hasta quedarse entre nosotros, por medio de la Eucaristía. Pero esta cualidad o condición del amor, viene entremezclada a su vez, con otra característica que tiene todo amor, que es la exigencia de reciprocidad. Para que un amor viva y se mantenga fuerte, es necesario que sea recíproco y siempre, tanto el Señor en su amor sobrenatural, como nosotros en nuestro amor natural humano necesitamos reciprocidad y siempre se ama más, al que más le ama a uno. El Señor ama más, al que más se le asemeja La semejanza es otra característica del amor que en el caso del amor al Señor, no lleva cada vez más a este, en la medida de nuestro amor se asemeja e imitar al Señor.
Dios quiere ver reproducida su imagen en el espejo del corazón humano, mediante la imitación que nosotros realizamos de las obras divinas. Es por ello por lo que Dios ama más a los que más se le asemejan, porque así, Él se ve reflejado en sus criaturas. Una persona decía: “Soy espejo donde se refleja la imagen de Dios y necesito estar bien pulido, para que la imagen que yo refleje sea lo más próxima posible a la tuya, Señor. En cuanto más perfecta sea la imagen tuya que yo refleje, más te complacerás Tu en mí”.
Edward Leen, escribe diciendo: “El amor de Dios por el alma crece de acuerdo con el aumento de la fuerza de atracción que para Él tiene el alma. Es el Espíritu Santo quien imparte esa fuerza de atracción que nos hace merecer la atención del Todopoderoso. Y lo lleva a efecto dándonos cada vez más gracia”. Y en esta idea y tal como antes decíamos, el amor genera deseos de posesión y cuanto mayor es el amor más grande será el deseo de posesión. El deseo que tiene el Señor de posesión de lo que ama se nos manifiesta en estos párrafos de Isaías: “Ahora, así dice Yahvé tu creador, Jacob, tu plasmador, Israel. “No Temas, que yo te he rescatado, te he llamado por tu nombre. Tú eres mío. Si pasas por las aguas, yo estoy contigo, si por los ríos, no te anegarán. Si andas por el fuego, no te quemarás, ni la llama prenderá en ti. Porque yo soy Yahvé tu Dios, el Santo de Israel, tu salvador. He puesto por expiación tuya a Egipto, a Kus y Seba en tu lugar dado que eres precioso a mis ojos, eres estimado, y yo te amo”. (Is 43,1-4).
Dios nos ama de una forma que no somos capaces de imaginar, porque todo lo suyo es ilimitado y lo nuestro totalmente limitado. El drama de Dios, que es amor y solo amor, consiste en que no puede derramar su amor plenamente; en que no puede inundar el alma humana, a la que ama sin medida, porque ella el alma humana no le ama lo suficiente. El Señor, busca desesperadamente, como un mendigo de amor, almas donde pueda volcar su amor. Santa Teresa de Lisieux, en atención a esta realidad, le pidió permiso a su superiora, para ofrecerse al Señor como víctima de su amor. La superiora, con más bajo de nivel de vida espiritual que Santa Teres, y sin comprender lo que ella le pedía, la autorizó, pensando que le daba una autorización para realizar un simple sacrificio por amor al Señor.
Escribe Henry Nouwen, poniendo estas palabras en la boca de Dios: “Desde el principio te he llamado por tu nombre. Eres mío y yo soy tuyo. Eres mi amado y en Ti me complazco. Te he formado en las entrañas de la tierra y entretejido en el vientre de tu madre.…. Me conoces como propiedad tuya, y te conozco como propiedad mía. Me perteneces. Yo soy tu padre, tu hermano, tu hermana, tu amante y tu esposo. Hasta tu hijo. Seré todo lo que seas tú. Nada nos separará, somos uno”
Dios tiene deseos de poseernos, pero de poseernos libremente, que vayamos a Él con libertad, pues esta es la única manera de saber que le amamos, pues el amor es una flor que solo se da en el jardín de la libertad y Dios lo sabe mejor que nadie, por ello nos hizo libres, para que libremente escogiésemos y aceptásemos el amor que Él nos ofrece. Y nosotros si le amamos de verdad, también tenemos deseos de posesión. Porque el deseo de posesión es el rellano final de una escalera donde hay tres previos escalones que ha de recorrer antes nuestro amor. Y ellos son Asemejar, imitar, y unificar, que son tres verbos que aunque dan la sensación de ser equivalentes, realmente no los son. Asemejar, imitar y unificar, son tres escalones que nos conducen hacia un mismo fin, el de la unión con algo o con alguien, en este caso considerando el orden de lo espiritual, sería con Dios.
Nuestra Señora ha sido la criatura que entre todos los creyentes es la más perfecta, porque es el espejo donde se reflejan mejor y de un modo más claro, las maravillas del Señor. Nosotros cuando nos entregamos al Señor en plenitud, nuestro amor se ha ido perfeccionando y nuestro espejo de amor, también se ha ido puliendo y es entonces cuando nace en nosotros ese fuerte deseo de amor que da paso, al deseo de posesión. San Agustín nos recomienda: “Pide la posesión del que hizo todo lo existente, en Él y de Él poseerás todo lo que ha hecho”. Y nos añade: “No; no busques más que a Dios, porque cualquier otra cosa que te diere, valdrá menos que Él”. Y también nos dice: “Ámalo y ya lo posees.”. Porque a diferencia de lo que ocurre en el mundo material en el que vivimos, en el orden del espíritu, “desear es ya poseer.”
Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.
Juan del Carmelo
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