lunes, 12 de noviembre de 2012

LA UNIDAD ENTRE FE Y CARIDAD ES INSEPARABLE



CIUDAD DEL VATICANO, domingo 11 noviembre 2012 (ZENIT.org).- Hoy al mediodía, el santo padre Benedicto XVI se asomó a la ventana de su estudio en el Palacio Apostólico Vaticano y rezó el Ángelus con los peregrinos venidos de todo el mundo, quienes le esperaban en la Plaza de San Pedro bajo una fuerte lluvia. Ofrecemos las palabras del papa en la introducción de la oración mariana.

¡Queridos hermanos y hermanas!

La Liturgia de la Palabra de este domingo nos presenta como modelo de fe las figuras de dos viudas. Y nos la presenta en paralelo: una en el Primer Libro de los Reyes (17,10-16), la otra en el Evangelio de Marcos (12,41-44). Ambas mujeres son muy pobres, y es en esta condición que demuestran una gran fe en Dios. La primera aparece en el ciclo de relatos sobre el profeta Elías. Este, en una época de carestía, recibe del Señor la orden de ir cerca de Sidón, por lo tanto, fuera de Israel, en territorio pagano. Allí se encuentra con esta viuda y le pide un poco de agua para beber y algo de pan. La mujer responde que solo le queda un puñado de harina y un poco de aceite - pero dado que el profeta insiste y le promete que, si le hace caso, la harina y el aceite no le faltarán -, se lo concede y es recompensada.

La segunda viuda, la del Evangelio, es puesta en evidencia por Jesús en el templo de Jerusalén, específicamente ante el arca del tesoro, donde la gente dejaba las ofrendas. Jesús ve que esta mujer deja dos monedas en el arca; luego llama a los discípulos y les explica que su óbolo es mayor que la de los ricos, porque, mientras ellos dan de su abundancia, la viuda dio "todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir" (Mc. 12,44).

A partir de estos dos episodios bíblicos, muy bien combinados, se puede obtener una valiosa lección sobre la fe. Se parece a la actitud interior de aquel que basa su vida en Dios, en su Palabra, y confía plenamente en Él. La viudez, en la antigüedad, era en sí misma una situación de gran necesidad. Por esta razón, en la Biblia, las viudas y los huérfanos son personas de las que Dios se preocupa de modo especial: han perdido su apoyo en la tierra, pero Dios sigue siendo su esposo, su padre. Sin embargo, la Escritura dice que la condición objetiva de la necesidad, en este caso, al ser una viuda, no es suficiente: Dios siempre exige nuestra libre aceptación de la fe, que se expresa en el amor a Él y al prójimo. Nadie es tan pobre que no pueda donar algo.

De hecho, nuestras viudas de hoy muestran su fe cumpliendo con un acto de caridad: una frente al profeta y la otra dando la limosna. Así, dan testimonio de la unidad inseparable de la fe y de la caridad, y entre el amor a Dios y el amor al prójimo -, como nos recuerda el evangelio del domingo pasado. El papa san León Magno, cuya memoria celebramos ayer, explica: "En la balanza de la justicia divina no pesa la cantidad de dones, sino el peso de los corazones. La viuda del Evangelio depositó en el arca del templo dos monedas y superó todos los regalos de los ricos. Ningún acto de bondad carece de sentido ante Dios, ningún acto de misericordia permanece sin fruto (Sermo de jejunio dec. mens., 90, 3).

La Virgen María es el ejemplo perfecto de alguien que se entrega por completo confiando en Dios; con esta fe le dijo al ángel su "Heme aquí" y aceptó la voluntad del Señor. María, ayuda a cada uno de nosotros, en este Año de la fe, a reforzar la confianza en Dios y en su Palabra.

Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

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