miércoles, 28 de noviembre de 2012

ADVIENTO Y LA ESTRELLA DE BELÉN



¡Salve, luz! Desde el cielo brilló una luz sobre nosotros, que estábamos sumidos en la oscuridad y encerrados en la sombra de la muerte; luz más pura que el sol, más dulce que la vida de aquí abajo. Esa luz es la vida eterna y todo lo que de ella participa vive, mientras que la noche teme a la luz y, ocultándose de miedo, deja el puesto al día del Señor. El universo se ha convertido en luz indefectible, y el occidente se ha transformado en oriente. Esto es lo que quiere decir la «nueva creación»: porque el «sol de justicia» que atraviesa en su carroza el universo entero, recorre asimismo la humanidad imitando a su Padre, «que hace salir el sol sobre todos los hombres» (Mt 5, 45) y derrama el rocío de la verdad. Él fue quien cambió el occidente en oriente; quien crucificó la muerte a la vida; quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó al cielo, trasplantando la corrupción en incorruptibilidad y transformando la tierra en cielo, como agricultor divino que es, que «muestra los presagios favorables, excita a los pueblos al trabajo» del bien, recuerda las subsistencias de verdad, nos da la herencia paterna verdaderamente grande, divina e imperecedera; diviniza al hombre con una enseñanza celeste, «da leyes a su inteligencia y las graba en su corazón» (Clemente de Alejandría, Protrepico. II, 8, 114)

El Adviento lo tenemos delante y confieso que lo esperaba con ganas de verdad. Espero que no se me escape entre los dedos, como otros años me ha sucedido. El último mes del año suele ser un momento duro de trabajo, que nos ciega a la trascendencia del tiempo litúrgico que vivimos.

Para elevar el ánimo traigo a Clemente de Alejandría y su bello himno a la Luz-Cristo. La Luz-Cristo nos recuerda la estrella que guió a los Magos de Oriente y les llevó hasta occidente para ver a Cristo con sus propios ojos. Ya no nos importa si la Estrella de Belén fuese una supernova, un cometa o simplemente una luz espiritual que señaló el camino en las mentes de los Sabios. Resulta secundario que se haya producido un signo físico, que evidenciara el símbolo de llamada, camino y vida que fue la Estrella de Belén para aquellos Magos y para todos nosotros.

Dice Clemente que el «sol de justicia» que atraviesa en su carroza el universo entero, recorre asimismo la humanidad imitando a su Padre «que hace salir el sol sobre todos los hombres» (Mt 5, 45) y derrama el rocío de la verdad. Además El fue quien cambió el occidente en oriente; quien crucificó la muerte a la vida; quien arrancó al hombre de su perdición y lo levantó al cielo.

¿Cómo cambió el occidente en oriente? Señalando el verdadero destino de la raza humana. Camino que es sentido y peregrinar al mismo tiempo. Por eso es tan importante pensar en el Adviento de forma similar al camino que los Magos de Oriente tomaron para siguiendo a la Estrella. El Adviento nos lleva, mediante la Luz, a Cristo que nace en Belén. ¿Qué regalos podemos entregarle? ¿Podremos llevar oro, incienso y mirra?

No es nada fácil. Nuestro corazón está algo ennegrecido, nuestra espiritualidad no huele a incienso y nuestra voluntad no se eleva a Dios como la mirra. Vaya presentes tan como valiosos podemos llevarle al Niño-Dios. Podemos intentar que nuestro camino hacia Belén nos permita llegar con unos presentes algo mejores y para ello debemos vivir el Adviento como un tiempo de Esperanza y preparación, ya que Cristo diviniza al hombre con una enseñanza celeste, «da leyes a su inteligencia y las graba en su corazón»

Que el Señor nos dé inteligencia para entender y grabe en nuestros corazones, que el Adviento es un momento especialmente propicio para llegar a Cristo.

Néstor Mora Núñez

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