miércoles, 10 de octubre de 2012

VOLUNTAD DIVINA, VOLUNTAD HUMANA



Siempre pensé que era más importante…, la voluntad que la inteligencia y cuando en el mundo de los negocios, tuve que elegir colaboradores, siempre preferí la voluntad a la inteligencia, por la sencilla razón de que un inteligente sin voluntad de actuación, no sirve para nada y posiblemente si no tiene voluntad para desarrollar su inteligencia, puede ser que esta termina anquilosándose por el desuso y el titular se vuelva tonto. Por el contrario un tonto con voluntad, existen muchas posibilidades de que se vuelva inteligente. En otras palabras es preferible un tonto voluntarioso que un listo vago.

Y algo de todo esto pasa en la vida espiritual… Hay quien dice: ¡Señor, Señor!, te quiero mucho, pero no me hables de cumplir tu voluntad. Si no ponemos voluntad en nuestro amor al Señor, nunca conseguiremos nada. Uno de los parámetros básicos de la vida espiritual es tener un vehemente deseo de amar la voluntad de Dios. Con la indolencia en la vida espiritual nunca llegaremos a ninguna parte, o como nos decían antiguamente a los niños: Estudia, porque si no vas a terminar con la cabeza metida en un pesebre. Personalmente, y creo que pienso como muchos piensan, que con el deseo de facilitar los estudios a los menores, han destruido la cultura del esfuerzo, debilitándoles su capacidad volitiva.

Como sabemos, Dios nos ha dotado de memoria inteligencia y voluntad, que son las tres potencias del alma humana, y a la voluntad con respecto a la inteligencia, le pasa un poco lo mismo que a la fe con respecto a la caridad. Si no existe la fe difícilmente puede existir el amor a Dios, porque lógicamente nadie ama a lo que no se cree que exista. Primero es necesario tener fe, y después con mayor o menor intensidad nacerá el amor. Pues bien, si carecemos de voluntad de actuación, de nada le vale a nadie ser un superdotado, pues carecerá del impulso necesario para poner en marcha su inteligencia.

La voluntad en el orden espiritual, es un bastión frente a nuestro enemigo el maligno. Escribía Lorenzo Scupoli, clérigo teatino del s. XVI, que “Dios ha dotado a nuestra voluntad de tal fuerza y libertad, que aunque todos los sentidos, con todos los demonios y el mundo entero se armasen y conjurasen contra ella, atacándola y acosándola con todas sus fuerzas, ella puede, a pesar de todo, y a despecho de todos querer o no querer, con absoluta libertad, todo lo que quiere o no quiere, y todas las veces y todo el tiempo y en el modo y para el fin que ella quiere”. Solo Dios puede entrar en nuestra voluntad, pero jamás lo ha hecho ni lo hará, por que ellos sería quebrar nuestro libre albedrío y ello sería ir contra sus propios actos. Dios nos ama terriblemente, pero permite que si alguien se emperra en ir a las tinieblas de odio, lo permite para no quebrar su libre albedrío.

No somos plenamente dueños de nuestra memoria, prueba de ellos es que nos falla, y muchos recuerdos los hemos transformados y no responden a la realidad de lo que fueron. Tampoco nosotros somos plenamente dueños de nuestra inteligencia, porque ella muchas veces nos traiciona y nos hace caminar por sendas espiritualmente mortales, y a su vez muchas veces, ella valora indebidamente, basándose en la imaginación, nuestra actuación y nos señala lo que hemos de hacer, lanzando a nuestra voluntad, a unas actuaciones negativas para el bien de nuestra alma. Pero si en cambio, tenemos una fuerte voluntad, ella se rebelará, y nadie nos dominará en su deseo de apartarnos de la divina voluntad.

Porque ese es el fin, deseado por toda alma que ame al Señor, identificar su voluntad con la divina. En el cielo que nos espera, la memoria habrá desaparecido, porque habremos entrado en la eternidad, y ya no tendremos puesto el dogal del tiempo. Y también desaparecerá nuestra voluntad, porque ella quedará unida a la divina y no tendremos, otro deseo ni voluntad de realizarlo, mas que aquello que esté identificado con la voluntad de Dios.

Para el Señor la voluntad de su Padre era esencial, y así lo manifestó en muchas ocasiones: “… mi comida es hacer la voluntad del que me ha enviado, y dar cumplimiento a su obra”. (Jn 4,34). Y en otra ocasión manifestó: “No se haga como yo quiero, Padre, sino como quieres Tu”. (Mc 14,36). Sí como también nos dejó dicho: “Porque he bajado del cielo no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me envío”. (Jn 6,38). Y también: “No todo el que dice: ¡Señor, Señor! entrara en el Reino de los cielos, sino el que cumple la voluntad de mi Padre que esta en el cielo”. (Mt 7,21). El Catecismo de la Iglesia católica recoge estos pasajes, diciendo en su parágrafo 2.233 que: “Hacerse discípulo de Jesús es aceptar la invitación a pertenecer a la familia de Dios, a vivir en conformidad con su manera de vivir: "El que cumpla la voluntad de mi Padre celestial, éste es mi hermano, mi hermana y mi madre" (Mt 12,49)”.

Es mucho lo que podríamos escribir sobre este tema de cumplir nosotros la voluntad de Dios, mediante nuestra humana voluntad y salir de nuestra indolencia espiritual. Pero visto lo visto, es bueno que pensemos que, si usamos nuestra propia voluntad humana para aceptar la voluntad de Dios y conformar nuestra alma a sus deseos, entonces realizaremos nuestra parte, para dejar a la Santísima Trinidad vivir en nosotros sin traba alguna, y encontrar nuestra vida en el Señor”.

Mi más cordial saludo lector y el deseo de que Dios te bendiga.

Juan del Carmelo

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