"Vemos nuestras míseras provisiones y no vemos a Aquel que puede alimentar a cinco mil hambrientos. Nos quedamos con los oscuros viernes de la crucifixión y nos perdemos los brillantes domingos de resurrección. ¡Cambie de enfoque y relájese!"
Yo le diré las consecuencias de la carga; usted adivine la causa:
• Aflige a 70 millones de americanos y causa 38 mil muertes cada año.
• La condición cuesta anualmente a Estados Unidos unos $70 mil millones en productividad.
• La sufren los adolescentes. Los estudios muestran que el 64% de ellos la culpan por el bajo rendimiento escolar.
• Los adultos la sufren. Los investigadores dicen que los casos más graves se encuentran entre los treinta y los cuarenta años.
• Los adultos mayores se ven afectados por ella. Un estudio sugiere que la condición impacta al 50% de la población superior a los sesenta y cinco años.
• El tratamiento incluye desde enjuagues bucales a té de hierbas y medicinas.
¿Tiene idea de lo que se describe en el párrafo anterior? ¿Abuso químico? ¿Divorcio? ¿Sermones largos? Ninguna de las respuestas es correcta, aunque la última tiene cierta lógica. La respuesta les puede sorprender: El insomnio. América no puede dormir. La mayor parte de mi vida me reía secretamente ante el pensamiento de tener dificultades para dormir. Mi problema no era dormirme. Era mantenerme despierto. Hace unos años, una noche me acosté, cerré los ojos y nada pasó. No me podía dormir. En vez de bajar la velocidad gradualmente para quedar en neutro, mi mente parecía haber enganchado una velocidad alta. Mil y una obligaciones me venían a los pensamientos. Pasó la medianoche y aún estaba despierto. Tomé un poco de leche y volví a la cama. Todavía estaba despierto. Desperté a Denalyn, usando la estrella de las preguntas tontas: «¿Estás despierta?» Me dijo que dejara de pensar cosas. Así lo hice. Dejé de pensar en cosas y me dediqué a pensar en personas. Mientras pensaba en ellas pensaba en lo que estarían haciendo. Ellas dormían. Eso me enojaba y me mantenía despierto. Finalmente, en algún punto, en horas de la mañana, tras haberme iniciado en la fraternidad de los 70 millones de americanos insomnes, me dormí. Nunca más me reí de las dificultades para dormir. Tampoco cuestiono la inclusión del versículo sobre el reposo en el Salmo 23 .
Las personas con demasiado trabajo y poco sueño van al lugar de reclamo del equipaje de la vida y recogen el bolso del cansancio. Uno no lo carga. No se lo cuelga del hombro para caminar por la calle. Lo arrastra como lo haría con un obstinado perro San Bernardo. El tedio cansa.
¿Por qué estamos tan cansados? ¿Ha leído el periódico recientemente? Añoramos la vida de Huck y Tom en el río Mississippi, pero nos vemos navegando en las aguas espumosas del río Grande. Desvíos en el río. Rocas en el agua. Ataques al corazón, deslealtades, deudas y batallas por la custodia de los hijos. Huck y Tom no tenían que enfrentar tales cosas. Nosotros sí, y nos mantienen desvelados. Puesto que no podemos dormir, tenemos un problema adicional.
Nuestros cuerpos están cansados. Piénselo. Si 70 millones de americanos no duermen lo necesario, ¿qué significa? Que un tercio del país se duerme en el trabajo, toma siesta en las clases o se duerme en el volante. (Mil quinientas muertes en la carretera se atribuyen a camioneros soñolientos.) Algunos cabecean mientras leen libros de Lucado. (Difícil de entender, lo sé). Diariamente se consumen treinta toneladas de aspirinas, pastillas para dormir y tranquilizantes. El medidor de energía en el tablero de mandos de nuestra cabeza marca vacío.
Si invitáramos a un extraterrestre a resolver el problema, sugeriría una simple solución: todo el mundo a dormir. Nos reiríamos de él. No entiende nuestro modo de trabajar. De veras, no entiende nuestro modo de trabajar. Trabajamos arduamente. Hay que ganar dinero. Hay títulos que alcanzar. Hay escaleras que subir. Según nuestra mentalidad, estar bien ocupado es estar a un paso de la santidad. Idealizamos a Tomás Edison, quien decía que podía vivir con quince minutos de sueño. Y por el contrario nos olvidamos de Albert Einstein, que promediaba once horas de sueño por noche. En 1910 los americanos dormían nueve horas por noche; en la actualidad dormimos siete y nos enorgullecemos de ello. Tenemos la mente cansada. Tenemos el cuerpo cansado. Pero, lo que es peor, tenemos el alma cansada.
Somos criaturas eternas y nos hacemos preguntas eternas: ¿De dónde vengo? ¿A dónde voy? ¿Cuál es el sentido de la vida? ¿Qué es bueno? ¿Qué es malo? ¿Hay vida más allá de la muerte? Estas son preguntas fundamentales para el alma. Si las dejamos sin responder, tales preguntas nos robarán el descanso.
Sólo otra criatura viviente tiene tanto problema para descansar como nosotros. No los perros. Estos dormitan. Ni los osos. Estos hibernan. Los gatos inventaron las siestas breves, y las marmotas duermen veinte horas diarias. (Creo que tenía una marmota de compañero de cuarto en el segundo año de la universidad.) La mayoría de los animales saben descansar. Hay una excepción. Tales criaturas son lanudas, tienen poca inteligencia y son lentas. No, no se trata de los maridos en un día sábado. ¡Se trata de las ovejas! La oveja no duerme.
Para que la oveja duerma todo tiene que estar bien. Que no haya depredadores. No puede haber tensiones en el ganado ni insectos en el aire. No debe tener sensación de hambre en el vientre. Todo tiene que andar bien.
Desafortunadamente la oveja no puede hallar lugares de delicados pastos, ni puede rociar insecticida, ni tratar las fricciones personales, ni hallar alimento. Necesitan ayuda. Necesitan un pastor que las «guíe» y las ayude a «descansar en lugares de delicados pastos». Sin un pastor no pueden descansar.
Nosotros tampoco podemos hacerlo sin un pastor.
En el versículo dos del Salmo 23, el poeta David se convierte en David el artista. Su pluma se convierte en pincel, su pergamino en lienzo y sus palabras pintan un cuadro. Un rebaño de ovejas echadas sobre sus patas dobladas rodea al pastor. Los vientres de las ovejas descansan en el pasto largo. A un costado hay una laguna quieta, al otro hay un pastor que vigila. «En lugares de delicados pastos me hará descansar; junto a aguas de reposo me pastoreará» ( Salmo 23.2 ).
Note los dos pronombres que preceden a los verbos: Me hará … me pastoreará ¿Cuál es el sujeto activo? ¿Quién está a cargo? El pastor. Los pastores eligen el camino y preparan los pastos. La tarea de la oveja (nuestra tarea) es mirar al pastor. Con los ojos puestos en nuestro Pastor, podremos dormir. «Tú guardarás en completa paz a aquel cuyo pensamiento en ti persevera» ( Isaías 26.3 ).
¿Puedo mostrarle algo? Busque el final de este libro y hallará una página en blanco. Cuando la mira, ¿qué ve? Lo que ve es un pedazo de papel en blanco. Ahora ponga un punto en el centro de la hoja. Mire nuevamente. ¿Qué ve? Ve el punto, ¿no es así? ¿No es ese su problema? Dejamos que las marcas negras eclipsen nuestro espacio blanco. Vemos las olas en lugar de al Salvador que camina sobre ellas. Vemos nuestras míseras provisiones y no vemos a Aquel que puede alimentar a cinco mil hambrientos. Nos quedamos con los oscuros viernes de la crucifixión y nos perdemos los brillantes domingos de resurrección.
CAMBIE DE ENFOQUE Y RELÁJESE.
¡Y mientras lo hace, cambie de programa y descanse!
Mi esposa se encontró con una amiga en una cafetería. Las dos entraron al estacionamiento al mismo tiempo. Cuando salió de su coche, Denalyn vio a su amiga que le hacía señas. Pensó que le decía algo, pero no pudo oír palabra alguna. Un martillo neumático rompía el pavimento a corta distancia. Caminó hacia su amiga, que, como supo luego, sólo la saludaba, y ambas entraron en la cafetería.
Llegado el momento de irse, mi esposa no logró encontrar sus llaves. Buscó en su cartera, en el suelo, en el coche de su amiga. Finalmente cuando llegó al coche, allí estaban. No sólo estaban en la cerradura del contacto, el motor estaba funcionando. Había estado funcionando todo el tiempo que ella y su amiga habían estado en el café. Denalyn culpa al ruido. «Había tanto ruido, que olvidé apagar el motor».
El mundo se comporta de esa forma. La vida se puede hacer tan ruidosa que olvidamos apagarla. Quizás se deba a eso que Dios pone un énfasis tan grande en el reposo en los Diez Mandamientos.
Puesto que hizo tan bien el ejercicio, hagamos otro. De las diez declaraciones grabadas en las tablas de piedra, ¿cuál ocupa más espacio? ¿El adulterio? ¿El homicidio? ¿El robo? Uno tiende a pensar así. Cada uno de ellos merece que se le dé espacio. Pero es curioso: estos mandamientos son un tributo a la brevedad. Dios necesitó sólo tres palabras en castellano para condenar el adulterio y sólo dos para denunciar el robo y el homicidio. Pero cuando se llegó al tema del reposo, no bastó una oración.
«Acuérdate del día de reposo para santificarlo. Seis días trabajarás y harás toda tu obra, más el séptimo día es reposo para Yahvé tu Dios; no hagas en él obra alguna, tú, ni tu hijo, ni tu hija, ni tu siervo, ni tu criada, ni tu bestia, ni tu extranjero que está dentro de tus puertas. Porque en seis días hizo Yahvé los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día; por tanto, Jehová bendijo el día de reposo y lo santificó» (Éxodo 20.8–11).
Dios nos conoce muy bien. Podemos ver al dueño de la tienda que al leer este versículo piensa: «Pero alguien tiene que trabajar ese día. Si yo no lo hago, lo tiene que hacer mi hijo». Pero Dios dice, ni tu hijo . «Entonces lo hará mi hija». Ni tu hija. «Entonces un empleado». Ninguno de ellos. «Pienso que tendré que mandar mi vaca para que atienda el negocio, o quizás encontraré algún extranjero que me ayude». No. Dios dice no. Un día de la semana dirás no al trabajo y sí al culto. Te detendrás, te sentarás y te recostarás para descansar.
Aún objetamos: «Pero… pero… pero… ¿quién se hará cargo de la tienda?» «¿Y mis calificaciones?» «No he alcanzado mi cuota de ventas». Ofrecemos una razón tras otra, pero Dios las acalla todas con un conmovedor recordatorio: «Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día». El mensaje de Dios es claro: «Si la creación no sucumbió cuando reposé, no sucumbirá cuando reposes».
Repita conmigo estas palabras: No es mía la tarea de hacer funcionar al mundo.
Hace algo más de un siglo, Charles Spurgeon dio este consejo a sus estudiantes:
«Aun las bestias de carga necesitan que se les suelte a pacer de vez en cuando; el mar mismo se detiene en el flujo y reflujo; la tierra guarda sus reposos durante los meses de invierno; y el hombre, aun cuando es exaltado al rango de embajador de Dios, debe descansar o desmayará, debe limpiar la mecha de su lámpara o alumbrará mal, debe recuperar su vigor o envejecerá prematuramente… A la larga haremos más haciendo menos».
El arco no puede siempre curvarse sin temor de que se rompa. Para que un campo dé fruto, de vez en cuando debe permanecer en barbecho. Para que tenga salud, debe descansar. Baje la velocidad y Dios lo sanará. Traerá reposo a su alma, a su cuerpo y a casi todo su ser. Le guiará a lugares de delicados pastos.
Los pastos verdes no eran el paisaje natural de Judea. Las colinas de Belén donde David cuidaba su rebaño no eran fértiles ni verdes. Aún en la actualidad son casi desérticas. Los pastos verdes de Judea se deben al trabajo de algunos pastores. Han limpiado el terreno áspero y rocoso. Han quitado los tocones y las han quemado junto con la maleza. Riego, cultivo. Ese es el trabajo de un pastor.
Por eso cuando David dice «en lugares de delicados pastos me hará descansar», en realidad dice: «Mi pastor me hace descansar en su obra terminada». Con sus manos horadadas, Jesús creó una pradera para el alma. Arrancó los espinosos arbustos de la condenación. Arrancó los enormes peñascos del pecado. En su lugar puso simiente de gracia y cavó lagunas de misericordia.
Y nos invita a reposar allí. ¿Puede imaginarse la satisfacción en el corazón del pastor cuando, acabado el trabajo, ve a sus ovejas descansando en lugares de delicados pastos?
¿Puede imaginar la satisfacción en el corazón de Dios cuando hacemos lo mismo? Sus pastos son su don para nosotros. No son pastos que hemos cultivado. Tampoco son pastos que merecemos. Son un don de Dios. «Porque por gracia sois salvos por medio de la fe, y esto no de vosotros, pues es don de Dios» (Efesios 2.8).
En un mundo difícil debido al fracaso humano, hay una tierra en que verdea su divina misericordia. Su Pastor le invita a ir allá. Quiere que se recueste, que se hunda hasta quedar oculto en los altos pastos de su amor. Allí encontrará descanso.
Por Max Lucado - Store
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